Hace dos semanas salía a la luz el primer tráiler de Cats, la esperada adaptación del musical de Andrew Lloyd Webber, y mejor que lo hubieran guardado en un cajón y que no hubiéramos tenido que ver semejante cosa. Parecía que el proyecto tenía todo para triunfar, pero en algún momento Tom Hooper -más conocido como el director que le robó el Oscar a David Fincher- decidió que por qué no sustituían los disfraces de gatos que usaban en la obra original por una recreación digital y realista para convertir a los actores en gatos de verdad.
El resultado -ojalá la película remonte de alguna forma- es uno de los avances que más grima han dado en el cine reciente. Ver a un gato con la cara de Taylor Swift incrustada es algo difícil de digerir. Recurro al tráiler de Cats para hablar de La voz más alta (The loudest voice), la serie sobre Roger Ailes, el gran manipulador que creó Fox News y convirtió un canal de noticias en una agencia de comunicación en favor del partido republicano.
Puede que Cats y La voz más alta no tengan nada que ver, pero ambas caen en el mismo error, pensar que los efectos, la digitalización y el maquillaje extremo para conseguir un parecido mimético es la mejor opción en vez de confiar en el poder del guion y la historia. La serie de Showtime que emite Movistar+ no da la grima que produce el tráiler de Cats -algo difícil-, entre otras cosas porque al personaje que describe y lo que cuenta es apasionante y de vital importancia para conocer nuestro pasado reciente y nuestro presente.
Sin embargo, y aquí viene el problema, sólo puedo ver la papada falsa de Russell Crowe. Me cuesta concentrarme en lo que ocurre, en los sucesos tan dramáticos que pasan por la pantalla, porque todo el rato veo a un señor disfrazado. Dentro de quilos de maquillaje hay un actor con un Oscar que se esfuerza al máximo para hacer de Ailes un personaje antipático, ególatra y con ansias de poder desmedido, pero el espectador ve a Joaquín Reyes disfrazado de Russell Crowe, a su vez disfrazado de Roger Ailes.
En su ansia por parecerse físicamente (algo que tampoco lo han conseguido) han matado la verosimilitud del relato y todo suena a chufla. Lo mismo ocurre con el envejecimiento de Sienna Miller, a la que no sólo han colocado arrugas y pelucón, sino otra papada que debía sobrar al equipo de maquillaje. Así se tira por la borda el potencial de una serie que en su retrato de este villano se ha olvidado de la sutilidad. Ha quedado un telediario de Fox News en vez de una radiografía afilada y sin compasión no sólo del personaje, sino de los medios de comunicación y el sistema político de EEUU.
Pero es que en Hollywood pierden la cabeza por una buena sesión de maquillaje. Están obsesionados, y los actores piensan (y a veces aciertan), que las horas para engordar con prótesis son sinónimo de premios. Que se lo digan a Gary Oldman, olvidado por los Oscar toda la vida y con un premio hace dos años por hacer la versión 'chanante' de Churchill en El instante más oscuro. De Oldman sólo quedaban dos ojillos detrás del látex. Crowe lo tiene difícil para repetir éxito, la recepción a La voz más alta ha sido tirando a tibia.
Porque no sólo hay un problema de caricatura en el los personajes, sino que tampoco encuentra el tono con el que contar la historia de Roger Ailes. A ratos frenética y con recursos visuales efectistas, a otros pausada y reflexiva. Nadie diría que Tom McCarthy, el mismo creador de la maravillosa Spotlight, está detrás de un libreto que tiende tanto a la estridencia. Todo está subrayado y está exagerado. A Ailes no sólo le vemos comportarse como un capullo, sino que lo grita todo el rato. Hace y dice barbaridades que subrayan que es un cabrón con pintas. “Yo sigo siendo el mejor”, dice y hasta guiña un ojo y señala con el dedo en un momento. No sabemos si el que lo dice es el personaje o Crowe imaginándose su vitrina llena de premios.
Hasta en su retrato del depredador sexual es poco sutil. Planos de los pechos de Naomia Watts, la forma en la que Crowe agarra su cara desde el primer minuto, la música que subraya que lo que viene será terrible… No deja nada a la imaginación. Pero puestos a apostar por el exceso tampoco se arriesga cono lo hacía El vicio del poder, el excelente retrato de otro poder en la sombra, el de Dick Cheney. La película de Adam Mckay era una sátira voraz que tendía al esperpento y todo iba en la misma línea. Sus excesos eran coherentes y no notas desafinadas.
El Iván Redondo de los republicanos
Se pierde así la posibilidad de explicar y analizar un personaje fascinante. Un conservador borracho de poder que creó un canal de noticias no para informar, porque como él dice “La gente no quiere estar informada, quiere sentirse informada”. Así que eligió bien el target al que dirigirse y se convirtió en la mejor herramienta de propaganda republicana.
Su canal fue azote demócrata con la llegada de Obama a la Casa Blanca, y es Ailes, siempre desde la sombra, nunca con una cámara enfocándole, el que siembra las dudas sobre si nació en EEUU y dedica todos sus esfuerzos para “sacar a ese musulmán de la Casa Blanca”. Ahora que tanto se habla de fake news era interesante saber el origen de los informativos que venden rumores y publicidades como si fueran noticias.
El poder de Ailes a la hora de definir la estrategia conservadora fue total, tanto que tras la segunda victoria de Obama proclama que él será quien elija al candidato. Suya es la propuesta de Trump, al que modela desde Fox News y aúpa al poder. Una figura que en España nunca se cuenta, y que podría asimilarse, salvando las distancias, a la de ese Iván Redondo que convirtió a un perdedor expulsado de su propio partido como Pedro Sánchez, en presidente del Gobierno.
A Ailes, que falleció en 2017, sólo le venció el feminismo. Esas “feminazis” y “lesbianas”, como él las llamaba, que tras el caso Harvey Weinstein consiguen por fin el valor de contar los abusos de poder y las situaciones de acoso que vivían por culpa de personajes como el creador de Fox News. El poder del Me Too acabó con él, y fueron sus propias presentadores, a las que él menospreciaba, las que consiguieron tumbarle, aunque su poder siga estando presente en EEUU.