Cómo pille a la mente iluminada que decidió que una gala podía no tener presentador le voy a cantar las cuarenta. Ante las polémicas que surgieron el año pasado en los Oscar, la Academia de Hollywood decidió que para qué meterse en jardines, que fueran saliendo los famosos a repartir premios y así se dejaban de tonterías. El resultado fue una gala tediosa, terrible, y que encima hizo más audiencia que años anteriores, así que estaba claro que algún iluso compraría el formato.
Dicho y hecho, los Emmy han seguido la jugada y han decidido que no hubiera presentador. El resultado, oh sorpresa, ha sido una gala aburridísima, sin ritmo, sin humor, sin nervio y por supuesto tan blanca que parecía Barrio Sésamo. Ni rastro de una broma política o algo irreverente. Si seguir una ceremonia tan larga (y más en horario español en plena madrugada) ya es un trabajo arduo, gracias a esta ocurrencia se convierte en un acto suicida. Es imposible que no se te cierren los ojos. Qué pereza.
Ni rastro de la brillantrez de Billy Cristal, Ricky Gervais o Tina Fey y Amy Poehler.
A eso súmenle que los discursos no ayudan. Venga a repetir lo mismo: a mi madre, a mi padre, a mi agente, a los productores… y así una lista interminable que muchos hasta llevan escritos en un papel que sacan arrugado como un kleenex de sus chaqués. Madre mía.
Menos mal que unos cuantos se salieron del guion, los más memorables Billy Porter, merecidísimo premio al Mejor actor por Pose, Patricia Arquette hablando de su hermana trans, Jherroll Jerome, mejor actor de miniserie por Así nos ven que se lo dedicó a los cinco de Central Park y Michelle Williams, con un discurso por la igualdad de género perfecto. El resto, tan olvidables como la gala.
Y al final para qué, para premiar lo que ya se sabía. Juego de Tronos ganó el Emmy a la Mejor serie y se despide por la puerta grande. Su última temporada no lo merece, la serie sí. Sería una boutade decir que la ficción de HBO es mala. Incluso en esta despedida tiene episodios tan brillantes y emocionantes como los mejores de la serie. Es el mayor fenómeno de la televisión en décadas y nadie dudaba que ganaría. Eso no ha ayudado a la gala, y la ha hecho más previsible, aunque en el bloque en el que Juego de Tronos perdió dirección frente a Ozark la noche se animó un poco (aunque a las 4:45 ya uno no está muy animado).
Porque al final en estas galas lo que queremos son sorpresas, cosas inesperadas y cancaneo bueno, y si todo cumple el guion previsto nos aburrimos. Eso es lo que pasó también en las categorías de Miniserie, donde Chernobyl arrasó. Una serie por la que nadie daba ni un duro hace un año y que ahora todos consideran una obra maestra. Premio merecido, pero tan previsible como todo lo que pasó en los Emmy. Chernobyl arrasó, y aunque muchos creían que compartiría glorias con Así nos ven, esta sólo se llevó el de Mejor actor. El resto lo barrió sin probemas.
Al menos sopló algo de aire fresco en las categorías de comedia, donde también pensaba que ganarían los de siempre. No es que no se lo merecieran, Veep y La maravillos Sra. Maisel son maravillosas, pero el descubrimiento de Phoebe Waller Bridge no podía quedar sin premiar. Yo pensaba que le darían uno para que se fuera a casa contenta y con un premio de consolación, pero es que la británica -que ya escribe el guion del nuevo Bond y prepara nueva serie- se lo llevó todo: Mejor actriz, guion, dirección y serie cómica.
Una serie que sale reforzadísima, que rompe con el guion y que da a conocer a una guionista brillante que, eso sí, escribe mejores series que discursos, porque por mucha flema británica que tenga no fue la más inspirada de la noche. Una noche que en conjunta es mejor olvidar. Los Oscar y los Emmy han hecho que todos deseemos que lleguen los Globos de Oro, los únicos premios que mantienen una línea algo canalla e irreverente. Al menos hasta ahora, o hasta que los datos de audiencia de los Emmy confirmen que lo mejor es no tener presentador y hacer chistes idiotas sin gracia.