Pedro III apenas llevaba un par de meses en el trono de Rusia y ya gozaba de la animadversión de importantes sectores del pueblo por sus tendencias filoprusianas, su debilidad mental y por inmiscuir al ejército en un conflicto entre su nativa región de Holstein y Dinamarca. Sin embargo, la verdadera amenaza para su poder se hallaba en sus aposentos, en su mismo lecho: su esposa Catalina, que aventuraba un divorcio inminente y decidió mover ficha primero, organizando una conspiración con su amante Grigory Orlov para derrocar al zar y acabar con su vida.
Ese golpe de Estado, registrado en julio de 1762 y que terminó con la mujer de orígenes alemanes siendo coronada como emperatriz de Rusia, es el punto de partida de la miniserie Catalina la Grande, un ambicioso drama histórico producido por Sky y HBO —en España solo se podrá ver en la primera cadena— que se sumerge en el controvertido y esplendoroso reinado de la zarina, que se prolongó durante más de treinta años, hasta su muerte en 1796.
Porque Catalina II de Rusia, más conocida como la Grande —a la que da vida una magnífica Helen Mirren, actriz que ya ha encarnado a otras reinas, inglesas todas, como Carlota, Isabel I o Isabel II—, es una de las grandes gobernantes femeninas de la historia, una mujer inteligente e implacable que revitalizó su país y lo empujó a la modernidad, expandiendo sus fronteras y reestructurando su engranaje jurídico. Quizá por el hecho de ser una mujer poderosa, se recuerden más sus supuestas extravagancias sexuales que, por ejemplo, el haber sido la fundadora del Hermitage de San Petersburgo y su maravillosa colección artística.
La miniserie, de cuatro capítulos, se centra fundamentalmente en la aventura amorosa que arranca en 1774 entre Catalina la Grande y el comandante Grigory Potemkin (Jason Clarke), quien jugó un papel destacado en la victoria de Rusia en la guerra contra el Imperio otomano y en la contención de la rebelión cosaca liderada por Pugachov. Fue este el amante más famoso de la emperatriz, adelantando en preferencia incluso a Orlov, el hombre que le había ayudado a alcanzar el trono. En palabras de Catalina, "Potemkin —que dio nombre al famoso acorazado, que a su vez se convirtió en una de las grandes películas de la historia del cine— era el personaje más cómico y divertido de este siglo de hierro".
Si bien los historiadores han llegado a un cierto consenso de que la emperatriz rusa debió de tener unos cinco o seis amantes a lo largo de su vida, no más, las leyendas urbanas, nacidas sobre todo por obra de sus enemigos, la han dibujado como una adicta al sexo. La historia más rocambolesca de todas es la que dice que tenía ciertas tendencias zoofílicas y que su muerte se registró durante uno de estos supuestos encuentros con un caballo. La causa de fallecimiento, sin embargo, fue un derrame cerebral.
En la serie, con abundantes escenas eróticas —una de ellas en plena ópera que resulta grotesca— y un decorado del siglo XVIII alucinante, con estancias palaciegas cargadísimas de lujo y tonos llamativos, Helen Mirren, de 74 años, interpreta a una Catalina influenciada por el liberalismo y las ideas de la Ilustración, sobre todo las que le llegan de su amigo Voltaire, con quien intercambia cartas; pero también a una mujer mucho más pudorosa en el plano sexual, aunque no se cohíbe a la hora de hacer comentarios sobre la impotencia de su exesposo Pedro III o los rumores sobre su atracción por los caballos.
A pesar de que Potemkin era tuerto —había perdido un ojo en una pelea, supuestamente con los hermanos Orlov—, se dice que era enormemente atractivo y estaba muy bien dotado. Según el historiador británico Sebag Montefiore, biógrafo del comandante, Grigory tenía "el equipamiento sexual de un elefante". Y siguiendo esta versión, Catalina había ordenado tallar en porcelana este "arma gloriosa" para consolarse durante las largas ausencias de su amante. Una leyenda difícil de verificar ya que dicho objeto —si existió— nunca ha sido hallado.
Como se observa en la producción histórica de Sky, muchos de los encuentros entre Catalina y Potemkin, repudiado por muchos de los hombres de la corte, entre ellos el hijo de la emperatriz, Pablo, se registraron en su baño privado, situado en el sótano del Palacio de Invierno de San Petersburgo; y son precisamente esos momentos en que la cámara solo enfoca a Mirren y Clarke, que desprenden una enorme química, cuando la miniserie más se disfruta; sobre todo al principio cuando ambos se evitan siendo conscientes de la atracción recíproca.
Catalina la Grande, dirigida por Philip Martin y con guion de Nigel Williams, es la reconstrucción rápida pero bastante profunda del reinado turbulento de una mujer poderosa, de la obsesión con un hombre y de los enfrentamientos contra otros que querían verla fracasar; un drama atrevido, con una figura central absorbente y un contexto plagado de opulencia, que ofrece una imagen fresca y entretenida sobre la Rusia de finales del siglo XVIII, la de la edad de oro.