La historia, por lo general, tiene mala memoria. Ensalza y criminaliza a personalidades históricas en un intento de revisionismo que trata de analizar el pasado desde el presente. Winston Churchill, quien fuera, entre otras muchas cosas, primer ministro de Reino Unido entre 1940 y 1945 y entre 1951 y 1955 en un segundo mandato, es una de las figuras a las que más se recurre tanto por parte de historiadores como por parte de políticos que citan a uno de los artífices de la resistencia inglesa en la Segunda Guerra Mundial —Pablo Casado es una de las incontables cabezas que han hecho referencia a una de las frases célebres de Churchill—.
La vida del dirigente más relevante del siglo XX británico, no obstante, cuenta con un lado oscuro que no se resalta en los libros de historia y que siempre se ha mantenido al margen. Había nacido 1874 bajo el seno de una familia poderosa y adinerada aunque su infancia, lejos de sus padres, fue infeliz. Entre 1885 y 1892 les escribió hasta 76 veces; solo le contestaron en 6 ocasiones. Tal y como relata Andrew Roberts Roberts en Churchill: la biografía (Crítica), la más extensa escrita hasta el momento, "el abandono y la crueldad emocional que le hicieron sufrir sus padres infundieron en Churchill un insaciable deseo de triunfar en la vida".
Pero pronto abandonó aquella débil actitud que tanto le hacía sufrir. En una entrevista con EL ESPAÑOL, el escritor ha comentado cómo ha tenido el privilegio de tener entre sus manos el diario personal del rey Jorge VI, quien anotaba todas las conversaciones con su amigo político y donde se detallan todas sus inquietudes.
El repentino cambio de personalidad del joven, amante de las artes literarias, artísticas y cinematográficas, se vio reflejado diez años más tarde. Con tan solo 25 años había combatido en más continentes que cualquier otro soldado de la historia, exceptuando, claro está, el mismísimo Napoleón Bonaparte. Para cuando regresó a Inglaterra era todo un héroe nacional. El salto a la política era inminente.
Su etapa previa a primer ministro de Reino Unido destacó por participar en los primeros intentos legislativos de formalizar un salario mínimo, así como ser clave en reducir la jornada laboral obligatoria de los mineros a ocho horas. Por si fuera poco, abandonó la política durante la Primera Guerra Mundial en un alarde de patriotismo: "Al estar su país en guerra, y no poderle servir en el gobierno, lo mejor que podía hacer era ayudar a la nación con las armas".
Franco, un mal menor
Leído y viajado, el interés del británico por la política internacional era un hecho evidente. En una época de tensiones, donde los fascismos habían surgido en el viejo continente, le llevó a Churchill a defender lo que uno jamás hubiera imaginado. El odio que siempre mostró hacia Hitler discernía del inicial apoyo que expresó hacia Mussolini y Franco. "De haber sido italiano, no me cabe ninguna duda de que habría estado incondicionalmente a su lado, de principio a fin", afirmó a la prensa tras entrevistarse con el duce. Realmente pensaba que los fascistas italianos habían "prestado un gran servicio al mundo entero".
En 1936 la Guerra Civil española comenzó y las diferentes potencias europeas decidieron actuar en función de sus intereses. La Unión Soviética defendió a la República, mientras que el régimen fascista y la Alemania nazi ayudaron al bando nacional. Por su parte, Churchill aplaudió la política de no intervención que el Reino Unido había aplicado bajo el gobierno de Chamberlain. "La antipatía que le inspiraban a Churchill los republicanos españoles se explica en parte por la favorable inclinación personal que le aproximaba a la figura del exiliado rey Alfonso XIII", escribe Andrew Roberts. Para él no se trataba de un golpe fascista, sino de un alzamiento llevado a cabo por aristócratas, católicos, monárquicos, conservadores y militares.
No voy a fingir que, si me viera en la tesitura de tener que elegir entre el comunismo y el nazismo, fuese a optar por lo segundo
Poco a poco, pese al inmovilismo político inglés, Churchill se fue distanciando de los sublevados al ser consciente de su ligación con Hitler. "He tratado de mantener con toda sinceridad una postura intelectualmente neutra en la disputa española", aseguró en la Cámara de los Comunes. "Me niego a tomar partido por ninguno de los dos bandos. No voy a fingir que, si me viera en la tesitura de tener que elegir entre el comunismo y el nazismo, fuese a optar por lo segundo", añadió. Y es que si a alguien se le debe agradecer el cliché de "los extremos se tocan", es a Winston Churchill. Fue uno de los primeros en decir públicamente, mediante una maravillosa metáfora sobre el polo norte y el polo sur, que entre el fascismo y el comunismo no había casi diferencias: "Se encuentran en los extremos opuestos de la Tierra, pero si mañana uno se despertara de pronto, sin previo aviso, en cualquiera de ellos, le sería imposible determinar en cuál de los dos se halla".
Otro de los puntos de inflexión del ya primer ministro fue el soborno que otorgó a los generales franquistas con el capitán Alan Hillgarth de intermediario —entregó cien mil libras esterlinas, unos 5 millones al cambio actual—. El motivo principal de este pago, según palabras del escritor a este periódico, era "mantener a Franco neutral en la Segunda Guerra Mundial". No satisfechos con la cantidad, los militares franquistas solicitaron nuevos ingresos. "Sí, por supuesto. W. S. C.", firmó el inglés.
Una vez finalizada la Segunda Guerra Mundial, la incógnita sobre el futuro de Franco volvió a ponerse sobre la mesa. Los estadounidenses estaban dispuestos a desestabilizar la dictadura franquista pero Churchill no estaba por la labor. "Tenía la sensación de que Franco, pese a ser un fascista, era también anticomunista, y había observado una encomiable postura neutral en el peligroso período de 1940 a 1942".
Supremacista británico
España no fue el único país en el que Churchill impuso sus intereses políticos e ideológicos. No es una novedad que el primer ministro defendiera la superioridad del pueblo británico respecto a los demás pueblos del globo. Calificó la colonización hindú como una "gran obra que Inglaterra está llevando a cabo en la India con su alta misión de regir los destinos de estas primitivas pero agradables razas, para su propio bienestar y el nuestro". Además, entendía que el sometimiento de las razas estaba "justificado" si se emprendía con ánimo altruista.
El Congreso Nacional Indio afirmó que ante una invasión japonesa del territorio no tendrían otra opción que ofrecer únicamente una "resistencia pasiva", lo cual enfureció al primer ministro. "Detesto a los indios. Son un pueblo bestial adepto a una religión igualmente animalesca", gritó en presencia del político Leo Amery. Asimismo, jamás sintió simpatía por Mahatma Gandhi, a quien tachó de "maligno fanático subversivo" —el inglés siempre había declarado que si había aceptado servir como primer ministro a Su Majestad no había sido para presidir la liquidación del Imperio británico—. "El hombre que desafió a Hitler y proclamó las virtudes de la libertad era el mismo que confesaba sentir náuseas ante Mahatma Gandhi", escribe Roberts. Sin embargo, cuando el frente necesitó a los nativos del Imperio británico, destacó el "glorioso heroísmo" de los soldados y oficiales indios, fueran "hindúes o musulmanes".
El hombre que desafió a Hitler y proclamó las virtudes de la libertad era el mismo que confesaba sentir náuseas ante Mahatma Gandhi
Entre 1943 y 1944 al menos un millón y medio de personas murieron de hambre en la región de Bengala, al noreste de India, y los detractores de Churchill hablan de "genocidio" por la falta de implicación del primer ministro. El biógrafo matiza en su libro la exageración de estas palabras. Lo cierto es que el gobierno canadiense estaba dispuesto a enviar en noviembre de 1943 cien millones de toneladas de trigo aunque el líder británico rechazó la ayuda por el tiempo que tardaría en llegar a destino. Finalmente, los víveres arribaron desde Australia, con el fin de terminar con la hambruna bengalí. "Esta actitud dista mucho de parecerse a la de quien desea perpetrar un genocidio", concluye Roberts.
Sufragistas "indeseables"
Las actitudes reprochables del inglés no solo conciernen a la realidad internacional. Churchill, como la mayoría de los hombres de aquella época, era un profundo machista. Sobre las sufragistas, las cuales llevaban años buscando el voto femenino, confesó que las únicas mujeres que deseaban ansiosamente el voto eran las de "naturaleza más indeseable". Opinaba que las mujeres que se casaban y tenían hijos ya contaban con la "adecuada representación" de sus respectivos maridos. "Si da usted el voto a las mujeres, se verá en último término obligado a permitir que también ocupen escaños en el parlamento", con lo cual sería inevitable que el poder acabara pasando "íntegramente a sus manos". Cabe decir que a partir del final de la Primera Guerra Mundial, después de las labores realizadas sustituyendo a los hombres en los puestos de trabajo, la visión de Churchill acerca de las féminas cambió drásticamente. "Aprendió de sus errores", comenta el escritor.
Con sus luces y sus sombras, el también biógrafo Robert Rodas James, enumeró una serie de adjetivos para describir a Winston Churchill: político, deportista, artista, orador, historiador, parlamentario, periodista, ensayista, jugador, soldado, corresponsal de guerra, aventurero, patriota, internacionalista, soñador, pragmático, estratega, imperialista, monárquico, demócrata, egocéntrico, hedonista, romántico...
Al igual que los demás dirigentes europeos y mundiales, Churchill resistió la invasión de las potencias del Eje y jamás planteó sentarse junto al führer, tal y como defendía, entre otros, Halifax. La guerra finalizó y el inglés continuó siendo uno de los referentes políticos del país. En 1953 fue galardonado con el Premio Nobel. Su reacción fue llamar inmediatamente a Anthony Eden, futuro primer ministro. "Pensé que te gustaría saber que acaban de concederme el Premio Nobel... Pero no te preocupes, amigo mío, es el de Literatura, no el de la Paz", ironizó.