Qué gusto da ver comedias de media hora en España. Estábamos tan acostumbrados al prime time de las televisiones en abierto que durante una época pensábamos que era imposible que una serie durara menos de una hora y pico. Y para las comedias esa duración es un suicidio. Hay que estirar tramas, exagerar, llevarlo todo al extremo… y al final pasa lo que pasa.
Por eso cuando llegó Vergüenza, la primera comedia de Movistar+, todos aplaudimos. Por fin. Una comedia de media hora con un humor muy claro y definido y no un monstruo que mezclaba chistes para toda la familia. Además, nunca un título había estado tan bien elegido. La vergüenza ajena era a veces casi insoportable. Yo hasta me he llegado a tapar la cara y mirar entre los dedos todas las meteduras de pata de Jesús Gutiérrez, el personaje central de la serie al que da vida un perfecto Javier Gutiérrez acompañado de la maravillosa Malena Alterio.
No es de extrañar que se convirtiera una de las ficciones más exitosas de la cadena, y que ahora se estrene una tercera temporada con sabor a despedida. Y esa es otra cosa que vamos a tener que aplaudir, saber poner un punto final a las series. En España cuando algo funciona se estira hasta que revienta, o si no que me explique como es posible que casi toda la semana haya habido un ‘debate de la Isla de las tentaciones’, cuando eso es casi un oxímoron.
A las series hay que saber cerrarlas y parece que esta (a no ser que sus creadores cambien de opinión) será la última de Vergüenza. Es lo que tocaba, Jesús Gutiérrez es un personaje excesivo y cada temporada ha ido creciendo hasta llegar a esta tercera en la que todo es una enorme bola de nieve que funciona de forma perfecta como cierre. Si hubiera que continuarla sería tan complicado que probablemente se arruinaría lo logrado.
La serie de Juan Cavestany y Álvaro Fernández Armero sigue en su apuesta por ese humor incómodo. Mirar a otros mientras la ‘cagan’ continuamente y no tienen ninguna habilidad social para arreglar la situación. Lo de Jesús Gutiérrez es de traca y en esta la vergüenza se hace nacional, porque sus creadores han tenido una idea brillante, un punto de partida loco, genial y extremo. El protagonista va con su hijo adoptado (negro y con gigantismo) a ver un partido de baloncesto y justo cuando la cámara le enfoca y todo el mundo lo está viendo propina una colleja de proporciones bíblicas al chaval por no dejar el móvil.
Resultado, que Jesús Gutiérrez se hace viral, el hombre más odiado del mundo, y encima famoso, lo que le faltaba para completar su bajada a los infiernos. En esta temporada el protagonista se vuelve más desagradable que nunca, cada vez más egoísta y cuñado, tanto que consigue lo improbable, que James Rhodes se plantee irse de España, ese país de acogida que tanto quiere. Un chiste brillante que corona el primer y brillante episodio. Que hasta el bueno de Rhodes le dé vergüenza semejante personaje es una ocurrencia de primera, y que el pianista se preste -porque aparece en un cameo de lujo- es la cuadratura del círculo.
En esta temporada se recurre a una estructura de thriller, todo ocurre con los protagonistas declarando a cámara para resolver un misterio mayor que cerrará la temporada y casi seguro la serie. Seis capítulos divertidos y más excesivos que nunca, con un reparto entregado a la causa. Un cierre perfecto que debería quedarse así. Queremos que la serie sólo dé vergüenza de la buena y que no acabe siendo una parodia de sí misma. Jesús Gutiérrez no se lo merece, o quizás sí, pero los espectadores no.