Si hace cinco años alguien dice que una serie producida por Atresmedia iba a tener un episodio en el que su primera escena fueran miles de prostitutas transexuales trabajando en un parque le hubieran tratado como a un loco. Hay temas que las cadenas de televisión todavía tocan con pinzas, y ese es uno de ellos. Pero en este tiempo han cambiado muchas cosas, y en estos años también ha llegado gente para colarse por las rendijas del sistema y hablar de temas y mensajes que de otra forma no aparecerían.
Los Javis están en esa lista. Son graciosos, simpáticos, amables, listos como conejos y con talento. Una mezcla explosiva que les ha colocado como icono de toda una generación. Sólo ellos son capaces de aprovechar su posición como profesores de OT para darle una vuelta al concurso y conseguir que dos chicos se besen al final de una actuación en pleno prime time de la televisión pública. Y han sido ellos los que han convencido a Antena 3 para que les produzcan una serie sobre La Veneno, icono trans que revolucionó la televisión en los años 90.
Su serie, afectada por el parón de rodajes del coronavirus, presentó a bombo y platillo su muy buen primer episodio. Desde Atresmedia han hecho de la necesidad virtud, y estos parones han hecho que cada nuevo capítulo de Veneno se convierta en un evento. No es un episodio más que llega cada semana, este es el nuevo episodio de una serie que nadie sabe cuándo emitirá su nuevo capítulo. Si en el primero se presentaba a los personajes y se realizaba una radiografía sobre la televisión de la década (una televisión que convertía a una mujer trans en una estrella pero que la explotaba y hasta reía de ella), ahora llega el momento de que Cristina Ortiz cuente su historia.
Este segundo episodio es un viaje a Adra, Almería, el pueblo donde nació como José María y donde oyó por primera vez la palabra maricón. El episodio abre con una escena fantástica. Cristina cuenta su historia de cómo se prostituía en Madrid, pero lo hace como Antoñita la fantástica, hinchando sus historias. Diciendo que había miles de trans junto a ella. Los Javis muestran su fantasía en una escena onírica y divertida que es un respiro cómico para lo que viene, un largo flashback a ese pueblo en una España homófoba que señalaba al diferente.
El recuerdo está idealizado, con un pueblo salido de la imaginación de Cristina, y un Joselito soñador de ojos enormes (Guille Márquez) que lo que quiere es vestirse de mujer. En esta Adra luminosa vemos los insultos, el maltrato de su madre, pero todo con la sensibilidad que caracteriza a los Javis, que encima se sacan de la manga una escena para el recuerdo, esa comunión en la que un niño decide cortarse la falda y convertirse en pavo real, una metáfora mágica que podía haber sido un error pero que se convierte en una imagen clave. En un salto en el tiempo pasamos a la adolescencia, a un Joselito (increíble descubrimiento el de Marcos Sotkovszki) que tiene escarceos sexuales con los chavales del pueblo, los mismos que luego le pegan en la feria junto a su amigo Manolito (confirmación del descubrimiento de Paquita Salas, Omar Banana) en otra escena emocionante y brillante.
Un episodio que es un paso adelante para la serie, y que abandona ese territorio que tan bien manejan los Javis, el de los referentes de la cultura popular, para adentrarse en algo nuevo para ellos. Hay muchos referentes mezclados en este episodio. El pueblo almodovariano, la feria de Euphoria… pero ellos consiguen que en su batidora todo cuadre. Como siempre, unos cuantos subrayados que comienzan a ser marca de la casa, y alguna metáfora obvia como esas palomas en libertad cuando toda la emoción ya estaba conseguida. Detalles que no empañan un episodio mágico y necesario en este momento en el que la lucha de las feministas TERF y las transexuales amenaza con enquistarse. Cristina es una mujer, ella lo supo y los Javis lo saben, y esta serie lo deja claro.