Algo debió intuir Jon Favreau cuando le rogó a Disney que fuera en contra de sus propio ADN capitalista y retrasara durante meses el lanzamiento de los juguetes de su nueva marca estrella. The Mandalorian llegaba a Disney + en noviembre de 2019 con la obligación de estar a la altura de ser el primer gran proyecto de la plataforma y la serie se reservó un gran secreto hasta el día de su estreno: una criatura de la misma raza que el maestro Yoda sería el inesperado compañero de aventuras del taciturno cazarrecompensas protagonista. El director de Iron Man y principal responsable creativo de las series de Star Wars tenía su agenda tan clara que insistió en otra petición: en ningún momento el personaje debía presentarse oficialmente con el nombre de Baby Yoda, el cariñoso apelativo con el que fue recibido por todos los seguidores de la serie a pesar de que, en teoría, nada tenía que ver con el mítico maestro jedi.
Durante los primeros compases de una serie prometedora pero que todavía estaba forjando su personalidad, el personaje funcionó casi a modo de adorable mascota pensada para generar un sinfín de memes (spoiler: funcionó) y dejar entrever su potencial en la fuerza con unas habilidades cuyos orígenes desconocíamos: la criatura, a pesar de pasar ya los 50 años, ni hablaba, ni controlaba sus poderes, ni iba mucho más allá de sus pequeñas travesuras y sus miradas de cordero degollado. No importó. El mundo cayó rendido ante él. También el hierático mandaloriano, que se convirtió en una figura paterna dispuesta a proteger al “niño” a cualquier precio. Recordemos: “El niño” es el nombre con el que Disney decidió, una vez el conejo había salido de la chistera, exprimir comercialmente su nueva gallina de los huevos de oro.
Y entonces llegó la segunda temporada de The Mandalorian. Jon Favreau y su socio, un animador llamado Dave Filoni forjado en las series de animación de Star Wars, tenían muchos planes para la criatura hasta entonces conocida como Baby Yoda. Eran conscientes de las teorías y las expectativas de los fans, aunque nunca esperaron que el personaje hubiera generado un impacto tan grande como para que periodistas y seguidores y debatieran durante dos semanas si el antaño adorable y adorado niño había caído en el lado oscuro y el especismo en un tontorrón episodio en el que el mandaloriano debía ayudar a una especie de rana galáctica a salvaguardar los últimos huevos fértiles de su linaje. Una trama aparentemente inofensiva se convirtió en debate de estado en la cultura pop cuando Baby Yoda se mostró incapaz de no comerse los huevos de la mujer.
En los nuevos episodios de la serie que ha devuelto la fe ciega a los castigados (y a veces también castigadores) seguidores de la creación original de George Lucas descubrimos que el niño se llamaba Grogu y que era una criatura de orígenes desconocidos, con formación en la fuerza -aunque no la suficiente, convirtiéndose así en un riesgo con posibilidades de pasarse al lado oscuro- y que tenía un destino que el mandaloriano debía ayudar a cumplir: debía ser entregado a un jedi que le ayudaría a completar su formación. Fue una trama intrigante y con giros sorprendentes, pero que funcionaba como arma de doble filo: los caminos de Grogu (protagonista de trending topics en Twitter cada fin de semana desde que descubrimos su nombre) y el Mandalorian estaban condenados a separarse. Y con ellos, nosotros.
Favreau y Filoni llamaron nuestra atención con un reclamo comercial al que sometieron a un proceso de humanización de forma progresiva pero implacable: la suya, la de su compañero de aventuras y la de toda la audiencia. Después de todo lo que ha pasado en 2020, ¿también tenemos que aprender a vivir sin Grogu?