Se llama Roberto Enríquez, pero todos le conocen como Bob Pop. Un nombre de alter ego, casi de superhéroe. Como Clark Kent y Superman. Una identidad con la que se encontró a sí mismo como contador de historias. Bob Pop es una de las mentes más lúcidas que existen en nuestro país. Lo dejó claro desde el sofá de Late Motiv, donde sus discursos que mezclaban lo íntimo, lo político y un punto de petardeo, se convertían todas las noches en fenómenos virales por las redes.
Ahora lo confirma con su primera serie, Maricón perdido, en la que se cuenta a sí mismo para contar a otros. Para contar a un país que marginaba y señalaba. O mejor. Que margina y señala. Bob Pop practica una ficción militante, pero también llena de encanto y de magia. Con arrebatos surrealistas. Una serie que se empeña en no traicionar el consejo que le dio Pedro Almodóvar, “que tenga tu voz”. Maricón Perdido tiene la voz de Bob Pop, y se ha estrenado en el Festival de Málaga antes de llegar a TNT el próximo 18 de junio.
¿Cómo surge Maricón Perdido, cuándo decides escribir una serie?
La serie es una idea de Guillermo Farré y José Skaf, de TNT. A mí ni se me había pasado por la cabeza. Al principio me niego escandalizado, y al cabo de un mes quedamos a comer y de repente me apetecía muchísimo. La única condición que pongo es hacerlo con El Terrat como productora y que esté Berto a mi lado, porque me gusta su serie y porque hay una amistad de años, le respeto y es muy certero en sus juicios. Le necesitaba como pared de frontón. Que si lo que yo proponía era una mierda, él me lo dijera, y con él me iba a sentir más seguro, pero ahora ya sólo quiero hacer series.
¿Cómo es contarse a uno mismo? No sé si es también una excusa para hablar de lo que supone ser un niño gordo y homosexual en aquella España de finales de los 70 y principios de los 80.
Yo me uso como el material que mejor conozco y con el que hacer ficción. Lo demás es contar una historia sobre lo que significa ser diferente, lo que significa ser marica y gordo en un pueblo, sobre cómo configuras tu identidad a través de la ficción y la evasión... cosas que tienen que ver conmigo pero con mucha más gente.
La serie muestra que lo personal es político.
Sí, por supuesto, y hay una posición respecto a eso y respecto a cómo ponemos el cuerpo. A mí me parece importante poner el cuerpo para cambiar las cosas y como todo lo que vivimos tiene que ver con lo que la sociedad tiene que vivir. Esta serie tiene que ver con nosotros y con el entorno que estamos viviendo, tiene que ver con la gente que nos quiere, con lo que nos agrede, y cómo el sistema está configurado. Para mí es importante cómo retrato la familia, y no es esta cosa nostálgica, ochentera y preciosa de qué bien que nos hipotecamos y pagamos el piso fácilmente. Es otra cosa, y yo lo he vivido de otra forma y creo que puede servir para entender cómo hemos llegado aquí y por qué son necesarias ciertas luchas y por qué es importante asumir que las luchas que tenemos que enfrentar son mejores si todos tenemos experiencias diferentes. No hace falta haber peleado las mismas batallas para unirnos en una batalla común.
Soy buenísimo odiando la nostalgia, así que yo no tenía ese miedo. No hay nada nostálgico en todo lo que viví. Es una época oscura, y la quería retratar como tal
Yo creo que la nostalgia es, en cierto modo, reaccionaria, pero al final todos caemos en ella de alguna forma. ¿Era uno de los riesgos de Maricón Perdido?
Yo es que soy buenísimo odiando la nostalgia, así que yo no tenía ese miedo. No hay nada nostálgico en todo lo que viví. Es una época oscura, y la quería retratar como tal. Una época de la que hemos salido con el esfuerzo de mucha gente. No hay autocomplacencia ni autoconmiseración ni nostalgia. Hay un sentimiento constante de celebración, de que me están dejando contar esto y eso me parece maravilloso. Hacer una serie quejicosa sería de una irresponsabilidad horrible.
Yo odio a Ryan Murphy porque siempre digo que hace diversidad de pasarela. Hay negros, gays, pero todos están buenísimos. Eso no ocurre en Maricón Perdido, donde vemos otros cuerpos. ¿Es algo político poner esos cuerpos en el centro del relato?
Yo también le aborrezco. Para mí era fundamental. Cuando yo hago esta serie, la hago desde un cuerpo estropeado, así que para mí era importante, porque si yo ahora reviso mis complejos con 20 años de gordo, maricón y gafotas, los reviso desde mi cuerpo paralizado y digo, ‘era gilipollas, por qué no disfruté de ese cuerpo que tenía todo el derecho al amor, a la ternura’. Para mí era importante que viéramos cuerpos gozosos, que también sufren, pero que reciben amor, deseo, ternura… y tenía que mostrar cuerpos reales, de gente de verdad.
Y eso te hace entender que estábamos ahí también. No estábamos en un rincón tomando notas, estábamos viviendo y decidiendo cómo contarnos, porque hay una cosa en contar que es muy liberadora, porque por muy mierda que sea lo que te está pasando, si puedes escribirlo o contarlo hay un alivio, una justicia poética que te salva de eso. Hay varios momentos de la serie, como el de la violación en el Retiro, que mientras lo estaba viviendo estaba sintiendo que un segundo cerebro me decía, ‘vas a salir de esto vivo y esto es material y te va a ayudar a tener historias’, y tener historias es también un consuelo cuando vives historias de mierda.
Si yo ahora reviso mis complejos con 20 años de gordo, maricón y gafotas, los reviso desde mi cuerpo paralizado y digo, ‘era gilipollas, por qué no disfruté de ese cuerpo'
La serie tiene arrebatos surrealistas, musicales… y todo al final se une con algo de lo que habla la serie, que es la importancia de contar historias.
Es fundamental, es lo que nos hace explicarnos. Cuando te cuentas una historia te obligas a tener un lugar, te obligas a ser narrador, o a ser personaje, y ese lugar te obliga a entender por qué actuaste de una forma e incluso si no actuaste así, te permite cambiarlo en tu cabeza. Esta serie cuenta lo que viví, pero sobre todo cuenta lo que pensé y sentí. Las huidas, los escapes… puede que no ocurriera así, pero en mi cabeza sí, o yo necesitaba que hubiera pasado así.
Hay una decisión muy consciente, que es no mostrar nunca el rostro de tu padre.
Nunca se le ve. Para mi era fundamental no mirarle a la cara. No tengo nada que decirle. No quiero mirarle a los ojos. Y no me cansaré de agradecer que Carlos Bardem se prestara a esto. Decirle ‘te quito esa cara que tienes que es una maravilla y te apañas para hacer el personaje con todo lo demás’. Y lo borda.
Con tu madre sí hay una necesidad de entenderla e incluso de encontraros.
Sí, hay cierta redención. La relación con la madre cambia según el personaje crece y se da cuenta de que no son tan diferentes, y que es verdad que ha sido un egoísta que no la ha querido entender.
Desde el propio título, Maricón perdido, se hace referencia a esa reapropiación del insulto.
Me parecía fundamental. Cuando me lo dio Andreu me pareció perfecto porque es esa reapropiación de un término y además es descriptivo de lo que te estoy contando, que es la historia de un maricón que está perdido y que no para de buscarse.
¿En qué momento te encuentras a ti mismo?
En el que busco una identidad, me encuentro cuando tengo la posibilidad de ser como Ziggy Stardust, de tener un alter ego. Encuentro una identidad cuando me empiezan a leer, y eso va sucediendo de forma paulatina, y cuando dejo de ser ese niño que estaba callado, que tenía miedo a que se le notara la pluma. Ahí me doy cuenta de que empiezo a ser yo y que lo que digo está bien y puedo seguir diciéndolo.
La diversidad no es ninguna trampa, sólo que algunos creen que pone en jaque sus privilegios, pobrecitos
Uno de los retos de la serie era encontrar el tono adecuado, ni muy dramático, ni muy moñas… ¿Ha habido mucho trabajo en ese sentido?
Mucho trabajo. Ha sido muy importante. Yo todo el tiempo insistía en eso, porque es un filo muy fino, pero es el filo en el que yo llevo trabajando muchos años y era importante mantenerme en ese espacio. Creo que ha quedado muy bien y se ha entendido, y el director lo ha entendido genial. Estoy súper contento de haberme explicado bien. Eso era importante porque yo vivo de explicar cosas y tenía que explicarme bien y creo que lo he conseguido. Y yo… esto no se lo he dicho a ningún periodista, pero yo tengo una mirada de la serie. Creo que está contada por alguien que no sobrevivió.
¿En qué sentido?
Siempre hablamos de los supervivientes, y parece que la historia de ese chaval y del Bob joven es la de alguien que se ha hecho fuerte, que se han empoderado, que han superado todas las dificultades y que se convierten en mí, y yo he escrito la serie, la he visto muchas veces y estoy borracho de ella, y las últimas veces que la he visto he pensado: estos dos chicos no han sobrevivido. El único que ha sobrevivido soy yo, pero soy un fantasma mutilado, ellos hubo un momento en el que no pudieron seguir. La serie tiene algo fantasmal que quería que se marcara.
En un momento en el que se habla tanto de referentes, ¿cuáles eran tus referentes cuando tenías la edad de tus personajes?
Piensa que mis referentes como niño maricón y empollón de los 80 eran Gloria Fuertes, que era una diva queer y no lo sabíamos todavía, porque nos parecía una señora rara que fumaba ducados y llevaba corbata, pero estaba allí, y tenía una mirada fascinante que a mí me ayudó mucho. Y lo hablaba un día con Mariola Cubells, que mi primer referente gay es Steven Carrington, el hijo de los Carrington en Dinastía, porque era un heredero marica al que le daban palizas, mataban a su novio… imagínate un niño de esa generación, yo nací en el 71 y estaba fascinado con Dinastía y pensaba, si un rico heredero maricón lo pasa así de mal, como no lo voy a pasar yo que soy hijo de clase trabajadora. Menos mal que estaban los libros. Capote, Lorca… empiezo a dar con una literatura cripto gay que me ayudó mucho a ver que hay otros.
Has mencionado la clase obrera. ¿Tu serie y tú sois el ejemplo de que la trampa de la diversidad no es tal, que la lucha de clases va unida a otras muchas luchas?
Es que está todo unido, es todo uno. Esta gente que cree que el colectivo LGTBI o las feministas han venido a reventar la lucha obrera del señor con el palillo en la boca, tiene que entender que para ser nosotras, para poder mantener nuestra identidad, en muchas ocasiones hemos tenido que desplazarnos y lanzarnos a la precariedad sólo porque era la forma en la que podíamos ser independientes y vivir la vida que queríamos vivir fuera de un entorno que no nos lo permitía. Y dentro de esa precariedad se ha abusado de eso, y se ha marginado, por lo que yo creo que la diversidad no es ninguna trampa, sólo que algunos creen que pone en jaque sus privilegios, pobrecitos.
También te puede interesar...
• Los 10 estrenos de series y películas más esperados en junio de 2021
• Julianne Moore, nueva musa de Stephen King: "Todos tenemos mundos múltiples dentro de nosotros"