Los niños tienden a la repetición. Cuando les gusta una película la quieren ver una y otra vez. No quieren descubrir otra, sino disfrutar con lo que ya conocen. Parece el día de la marmota. Un ritual que para unos padres o unos tíos cinéfilos puede ser frustrante. ¿Cómo hacer que tus hijos, tus sobrinos, los hijos de tus amigos, no quieran ver siempre Canta? Es difícil, al final son niños, pero no imposible. Aunque él no quiera que su obra se tome como una guía, el libro de Javier Ocaña De Blancanieves a Kurosawa: La aventura de ver cine con los hijos (Editorial Península) es una buena forma de aproximarse a una educación cinéfila que aparte a los chavales de subproductos y les inicie en el placer de ver buen cine.
El periodista y crítico de cine siempre pone en Twitter las jornadas cinéfilas que tiene con sus hijos, Julia y Santi, a quienes dedica su libro y que son sus protagonistas. Ese fue el inicio de este hermoso cuaderno de bitácora en el que explica en primera persona cómo ha sido la educación cinematográfica de un cinéfilo hacia sus hijos, y cómo se puede conseguir grandes jornadas de cine en familia en torno a grandes obras. No tiene fórmulas secretas, cada niño es un mundo, pero sí la experiencia de quién conoce mejor que nadie la historia del cine y de quién ha juntado las cosas que más ama en una misma pasión.
¿Puedo conseguir que mis sobrinos dejen de ver La patrulla canina y vean conmigo otras películas?
Yo no sé si se puede. No te puedo decir que con este libro lo vas a conseguir porque no lo sé. Yo he escrito una crónica personal de cómo lo he vivido yo con mis hijos y lo que he logrado y ojalá esto trascienda a otros padres, pero no sólo a madres y padres, sino a tíos y sobrinos y sobre todo a profesores, alumnos, educadores… puede dar buenas ideas. No es una guía, pero si alguien quiere tomarlo así, una vez publicado el libro no es mío, sino que es para el lector.
¿El mayor fracaso de un cinéfilo es que tu hijo no salga cinéfilo?
Mi mayor miedo es que no saliera futbolero, fíjate. Puede ser un pequeño fracaso, pero no un fracaso como padre ni como persona ni como educador. Puede pasar que una disciplina artística como el cine, que en principio gusta a todo el mundo, pues tú tengas la incapacidad para que a tus hijos les guste, pero he tenido suerte. La verdad es que no me lo he planteado.
Al leer el título, con esa mención a Kurosawa, pensé inmediatamente en aquella noticia sobre que una de las infantas era fan de Kurosawa. ¿Le puede a una niña o a un niño tan pequeño gustar Kurosawa?
No lo pensé. No va por ahí el título, sino con la idea de subir escalones, y siempre que sean cosas buenas, ya sean series de televisión o dibujos, que es por donde se empieza. Yo hablo de series como Doraemon o Bob Esponja, que me encanta. La idea estaba clara, ir de un punto hasta otro. Y la idea era acabar con algo complejo. Para empezar había varias posibilidades. Una era Blancanieves y había que terminar con algo que contrastara, que pudiera ser un punto final. Podría ser Hitchcock, pero es que Hitchcock no es un punto final, sino uno intermedio. Mis hijos han visto alguna película suya con 8 o 10 años. Pero Kurosawa, que es de mis directores favoritos, me parecía perfecto por esa fusión de ser un director internacional japonés, de culto, pero realmente muy fácil. Sus películas de samuráis son películas de aventuras, y me servía para hacer hilos conductores. De Bob Esponja a los hermanos Marx, que tienen un humor semejante; y Kurosawa era un punto final desde los samuráis de Doraemon, el wéstern, Bichos de Pixar, Star Wars… yo cuando les conté a mis hijos que los Jedis parten de los samuráis les abrí las puertas de Kurosawa. Al final se trata de subir escalones. A una niña o un niño le pones Los siete samuráis después de ver sólo series de animación y no lo aguantan, pero si vas subiendo poco a poco desde los 3 años, pues a los 14 ya han visto mucho cine en blanco y negro, con otros ritmos, y les pones Los siete samuráis y les encanta.
Cuando les conté a mis hijos que los Jedis parten de los samuráis les abrí las puertas de Kurosawa. Al final se trata de subir escalones
Has mencionado a Hitchcock. Tú la clasificación por edades te la saltas, imagino.
No las miro. Me fío de mi criterio, que puede ser equivocado, pero son mis hijos y es una recomendación. Mientras no se prohíba, y espero que o se prohíba porque no sería una democracia, pues la recomendación me la salto. Yo tengo una teoría y me fijo en mí mismo. Creo que a partir de los 14 años puedes ver casi cualquier cosa. ¿Se puede ver Bergman? Sí, pero no te vas a enterar de nada, pero ciertas cosas adultas sí, y lo que vas a encontrar respecto al sexo o la violencia lo tienes más explícito en el telediario o en internet, así que prefiero que lo descubran a través de una historia emocionante y bien contada que a través de una guarrada de porno.
En el libro mencionas que en las películas de Disney hay una educación y una forma de enfrentarse a problemas que luego van a vivir, y se hace desde una forma que no es obvia, ni explícita.
Eso es lo que me gusta de Disney y de los cuentos infantiles, y de las grandes historias emocionantes sobre personajes apasionantes que luego por detrás tienen enseñanzas. No están primero las enseñanzas y luego lo demás. No dicen: vamos a enseñar lo que es la solidaridad y luego componemos una historia. No, primero cuentan una historia emocionante y detrás está eso. Esa es la idea y en Disney siempre está. No soy fan de todo Disney, pero sí de ese clásico, de Dumbo, de Blancanieves, de Pinocho...
El libro, de forma tangencial, también habla de debates culturales del momento actual, como el de la revisión de los clásicos. ¿Cómo te enfrentas tú a una película cuando la ves con tus hijos?, ¿haces esa revisión de asuntos polémicos, les explicas si algo es racista o machista?
Durante la película hablamos poco y ellos no comentan demasiado. A veces ellos dicen “¡para!, ¿qué ha pasado?” y comentamos, pero esa sesión de cine no se debe convertir en un cineclub pesado de padre enseñando valores que se tratan en la película o de las pequeñas ambigüedades que puede haber. Pero sí que, por ejemplo, hemos visto películas clásicas, o wésterns, o de aventuras, donde el hombre trata a la mujer como la trataba en el siglo XIX o en el XV y durante la película hemos comentado algo así como que esto es lo que había antes, y creo que es importante que sepan de dónde venimos, que el feminismo, por desgracia, ha nacido poco a poco, y que antes a la mujer se la trataba de forma diferente, que no podían votar, o que los negros iban detrás en el bus. Esas conversaciones salen. Pienso en Matar a un ruiseñor, que habla del racismo pero que cuenta una historia apasionante, y que dio para hablar mucho después, pero no como padre pesado dando un sermón. Si la película no ha dado sermón no se lo doy yo luego.
Me contaba Fernando Trueba en una entrevista que nunca le había puesto una película mala a Jonás. No sé si compartes esa norma de educación cinéfila.
Esto de acuerdo hasta cierto punto. Yo nunca le he puesto una película mala, pero creo que en la educación cinéfila es importante ver cine malo para que vean también la diferencia. Si ven todo el rato cine bueno y no han visto una mala película en su vida, mal contada, mal rodada, tosca, sin estética, sin emoción, sin estructura... ver una mala te ayuda a ver una buena después. Así que ellos han visto, a veces, películas que a mí no me gustan y sabía que eran malas y, o me he escaqueado, o he dicho que a mí no me gustaban mucho y que la vieran ellos. Mi hija Julia no ha dejado ver películas de Barbie con cuatro o cinco años, y Santi igual. Ver alguna basura de vez en cuando no viene mal para la educación cinematográfica.
Ver alguna basura de vez en cuando no viene mal para la educación cinematográfica
Leyendo la película he pensado en que también hay cierta demonización hacia las pantallas. Los padres no dejan que los niños vean más de 15 minutos la película. No sé si has sentido esa lucha de no querer que estén mucho tiempo delante de la pantalla pero querer que vieran cine.
Yo en la educación de mis hijos he dado poco la chapa y he intentado que todo sea con el ejemplo. Si a ti te ven leer, quizás a ellos les dé por leer, y yo estoy todo el día viendo cine en casa. A mi hija le preguntaban en qué trabajaba su padre y decía: ve películas. Le faltaba decir: ve películas en el sofá. Y es cierto, la mayor parte del tiempo es así. Me han visto ver cine con naturalidad desde el principio. Mudo, en blanco y negro... y no les ha chocado. Si eso no es tan habitual, pues va a costar más, pero yo no he sido, en el sentido cultural, un pesado.
También el libro hace pensar sobre el debate sobre el cine en salas o el cine en casa. Me ha recordado a lo que dijo Cuarón cuando le preguntaron sobre ver Roma en Netflix. Él decía que su educación cinematográfica fue en casa, que veía Bergman desde la tele de su salón.
Nosotros hemos tenido la suerte de que hemos podido gastar dinero en ir al cine desde que eran pequeños, y les he llevado, pero eso no quita para que la inmensa mayoría de lo que hemos visto hasta ahora haya sido en casa. No soy extremista en el sentido de que las películas haya que verlas en el cine, deben serlo cuando se pueda, y no hay que olvidar que montones de pueblos y algunas capitales de provincia no tienen cines o apenas tienen. Yo soy de pueblo, y desde los 15 años que cerraron el cine de mi pueblo, yo toda la educación cinematográfica que tengo, o parte de ella, es de videoclub y de televisión pública española en los años 80, así que no puedo ser un talibán del cine en el cine cuando yo me he criado con el cine en casa.
Yo he visto grandes obras maestras del cine de adulto, porque esto nunca se acaba y siempre hay cosas que ver y descubrir, y por ejemplo el cine sociopolítico italiano de los 50 a los 70 que me flipa, había una película que no estaba editada aquí, y la vi bajada de internet con subtítulos en la pantalla de un ordenador. Era la única forma de verla y quería verla, y creo que hay que estar abierto a eso en cierto modo y sin despreciar la experiencia de reírse y llorar todos juntos en un cine, de vivir la experiencia física del cine. Hay una teoría que me encanta y es que la pantalla te debe dominar a ti y no tú a la pantalla, porque cuando la dominas tú, entonces es una experiencia distinta.
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