Había mucho interés (y mucho morbo) en ver el primer proyecto de producción propia de Amazon Prime Video. A pesar de que ya había llegado alguna serie como Pequeñas Coincidencias, creada en colaboración con Atresmedia, en la mente de todos El Cid es su primera serie de ficción hecha en España. A priori resultó curioso que desde el departamento de originals de la plataforma eligieran un personaje como Rodrigo Díaz de Vivar. Y no porque no merezca una serie, de hecho hay múltiples películas sobre su figura, sino porque su nombre e imagen se han politizado y utilizado por la extrema derecha para defender un patriotismo y una españolidad de otros tiempos. El héroe que echó a los moriscos, para ellos. Un mercenario para otros.
Precisamente esa ambigüedad era buena para el personaje, y hasta esa polémica podía haber ayudado para ofrecer otra lectura del héroe. Pero de momento, la serie de El Cid no ha aportado nada de eso. Bueno, es que realmente en sus cinco primeros episodios aporta más bien poco, ya que todo suena a un preludio excesivamente largo de lo que va a ocurrir. Digamos que en toda la primera temporada se extiende el tablero de lo que vendrá después en la ficción creada por José Velasco y Luis Arranz, pero lo que no consiguen es desplegar la épica y el gancho suficiente para atrapar al espectador.
Lo primero que dejan claro en esta adaptación es que hay un referente evidente, y ese es Juego de Tronos. Una elección que se les vuelve rápidamente en contra. El Cid palidece en comparación con la serie de HBO en medios, y se nota. Querer parecerte tanto -desde los créditos iniciales, preciosos y sofisticados- es arriesgado, y termina siendo una elección que les lastra desde el primer minuto. La historia de traiciones de los hijos del Rey Fernando tenía entidad suficiente como para no haber tenido que imitar tanto. Hay hasta una imagen en la que Urraca, la hija del rey, habla sobre las intenciones de traición sentada en el trono que nunca ocupará. Es cierto que esa España dividida en territorios se parece demasiado a los siete tronos, pero el símil es demasiado obvio.
La materia era buena para hacer un suspense histórico con grandes dosis de épica en forma de batalla. Ni lo uno ni lo otro. Los engranajes y las alianzas no están bien explicados, y el espectador se pierde en una trama que debería enganchar desde el minuto uno. Lo de las batallas es algo bastante sorprendente, ¿cómo es posible que una serie de El Cid tenga su primer momento de despliegue en el episodio 4? Una contención que parece provocada por la falta de medios. Si es por una decisión narrativa es inexplicable.
Eso sí, cuando llega la batalla todo remonta. Es sangrienta, sucia, sin contemplaciones. Quizás esa sea la senda que tienen que coger a partir de la segunda temporada. Otro de los aciertos es el contraste entre la modernidad, higiene y progreso de los árabes; y el atraso y la suciedad de Castilla; algo que se ve muy bien en ese primer encuentro y en la contraposición de las dos fiestas de celebración de la victoria tras la batalla.
Tampoco ayuda el poco desarrollo de los innumerables secundarios que aparecen. Ruy -Jaime Lorente sigue desprendiendo carisma- es el protagonista, pero todos los compañeros que le rodean son meras comparsas. No funciona el haber escogido rostros conocidos de otras ficciones. Ver a Polo, de Élite, con un pelucón, al lado del Cid, no ayuda a que uno se meta en una ficción que te tendría que hacer viajar al pasado con su diseño de producción.
En cuanto a la modernización del acercamiento, sólo viene provocada por el punto de vista "feminista". Se hace hincapié en que Elvira no puede ocupar el trono por su condición de mujer, y es Urraca la que decide que esa afrenta marcará sus actos. Puede que, por ello, sea este personaje uno de los más interesantes, y puede que también sea porque la actriz que lo interpreta, Alicia Sanz, sea la presencia más refrescante del reparto. Un secundario que se come con patatas a sus compañeras y hasta a esa Jimena que queda bastante desdibujada. Puede que ahora empiece lo bueno, pero también puede que sea demasiado tarde para muchos espectadores. Si El Cid quiere volar libre debe desatarse de sus peajes y demostrar que tiene entidad propia.
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