Argentina, 1985 estará disponible en Amazon Prime Video a partir de mañana. El drama judicial protagonizado por Ricardo Darín llega al streaming después de protagonizar una guerra en los despachos entre las productoras de la película de Santiago Mitre y los cines que, tanto en Argentina como en España, se negaban a programar en sus salas una película que estaría disponible más pronto que tarde en el servicio de streaming de Amazon, productora de la película.
La respuesta del público ha dado la razón a las voces que abogan por un modelo mixto: exhibición en cines en exclusividad durante una ventana reducida de tiempo y estreno doméstico a pesar de la negativa de las cadenas de cines más importantes del país. En España, aunque menos clamoroso, la respuesta del público también ha sido clara: el vehículo estelar al servicio del protagonista de El secreto de sus ojos está destinado a ser una de las películas del año.
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La primera pista llegó en San Sebastián, cuando la tradicionalmente exigente prensa que asiste al festival cada año reaccionó hasta con tres olas de aplausos a la nueva película del autor de Paulina y La cordillera. Una de ellas, en plena proyección, cuando Ricardo Darín pronuncia el emocionante discurso final en el histórico Juicio de las Juntas, un caso legal que llevó al banquillo de los acusados a los responsables de la dictadura argentina. Al día siguiente, Argentina, 1985 recibió la segunda mejor nota del público en la historia del certamen donostiarra, con 9,14 puntos sobre 10 posibles.
SERIES & MÁS habló en la ciudad donostiarra con Mitre, el responsable de llevar al cine la historia real de Julio Strassera, Luis Moreno Ocampo y el joven equipo jurídico que se atrevieron a acusar, contra viento y marea, a contrarreloj y bajo constante amenaza, a la más sangrienta dictadura militar argentina. Esta batalla de David contra Goliat es una de las principales amenazas de Alcarràs en su camino al Oscar a la Mejor Película Internacional.
Hay una frase muy potente del guion y que encaja también con la propia historia de España. “Olvido no, pero memoria sí”. ¿Era esa reflexión lo que te ha llevado a hacer esta película?
No únicamente, pero sí es cierto que me resultaba llamativo lo poco que se recordaba el juicio de las Juntas. El juicio del 85 fundó una orgullosa tradición de la justicia argentina, como fue investigar los crímenes cometidos por la dictadura, algo que todavía continúa hasta el día de hoy. Ese caso tenía un montón de particularidades. Raúl Alfonsín [presidente de la Nación Argentina entre 1983 y 1989] hizo campaña diciendo que para la reconstrucción de la democracia hacía falta justicia. Por eso firmó el decreto de juzgamiento en un contexto en el que la región estaba gobernada todavía por las dictaduras.
El juicio era a los nueve comandantes que habían comandado la dictadura, pero todos los mandos inferiores, las personas que lideraban los campos de detención y exterminio estaban libres. Las personas que habían torturado estaban libres. Era una Argentina en donde todavía había un grado enorme de presencia de estas fuerzas represivas enormes. A pesar de eso, Alfonsín, con la conciencia de saber qué es lo correcto, decidió hacerlo. Una vez que el tribunal militar absolvió a los responsables, decidieron que eso no podía ser así.
La justicia argentina tuvo el coraje de hacer su trabajo. Strassera aceptó su parte: él no esperaba ni deseaba llevar el caso, pero era su responsabilidad. Hay algo muy heroico y muy interesante en esta historia y me di cuenta de que tenía un potencial cinematográfico enorme. Yo ya había trabajado en películas políticas de distinta índole y tenía ganas de trabajar en una película que hablara de la justicia y que estuviera basada en un hecho real, porque todo lo que había hecho hasta ahora había sido ficción pura. Este caso fue la excusa perfecta para mis intereses como director, pero también sentía cierta responsabilidad con esa memoria de la que también habla la película y que destacabas.
La película tiene alma de clásico, de cine de juicios de toda la vida, pero hay algo que la hace única: el uso del humor. ¿Es algo que venía de Strassera como personaje o lo decidiste incorporarlo para alejarte de esa fórmula clásica?
Fue una mezcla de las dos cosas. Yo escribí Argentina, 1985 con Mariano Llinás, mi coguionista. Cuando empezamos a escribir es como que le teníamos un poco de miedo al tono de la película. Cuando estamos pensando en la película, en ese prejuicio que podía haber en cierta parte de los espectadores al enfrentarse una historia sobre la dictadura o la vibra solemne. No queríamos que se encontraran una película que fuera demasiado dura o demasiado oscura. Entendimos que el humor era la manera de poder desarmar cierto prejuicio que podía tener el espectador en los primeros minutos de la película.
Escribimos la primera escena de la familia Strassera, con el hijo comportándose como si fuera un espía. Al terminarla, nos dimos cuenta de que era una escena de comedia y que ese tono nos podía ayudar a ir llevando a ese espectador prejuicioso hacia el corazón de la película, que era el juicio. Se iban a escuchar los horrores de la dictadura. Es algo que no podíamos evitar y que era casi nuestra responsabilidad como cineastas y mi responsabilidad como director. Decidí contarlo de manera directa y que sea que se transmita ese dolor de la manera más directa posible.
Cuando nos documentamos sobre la figura de Strassera descubrimos que su historia está plagada de anécdotas graciosas. Muchas de ellas están representadas en la película. El gesto que le hizo a los militares en el juicio, por ejemplo. Era un personaje con muchos arranques graciosos. Teníamos de dónde agarrarnos sin que nadie nos dijera: “che, eso no era así, el tipo estaba carente de humor”. No era el caso. Usamos esa parte de él para reforzar lo que queríamos contar, pero tiene un grado de verosimilitud enorme. Nadie va a rebatir que esta escena no era así. Esa fue la forma de trabajar en todo lo demás. Utilizar la realidad con fines dramáticos y cinematográficos.
Había algo que nos preguntamos mucho: cómo conjugar a Darín y Strassera. Ricardo entiende muy bien los valores del clasicismo cinematográfico y sabe qué es lo importante. Imitar nunca ha sido un buen negocio para él
Al ver a Ricardo Darín en esta película, es fácil pensar en actores como Jimmy Stewart y Tom Hanks. Muy pocos pueden representar de forma tan sutil la dignidad en la gran pantalla. Ya habíais trabajado en La cordillera. ¿Tuviste claro que Strassera solo podía ser él?
Fue algo automático. Nosotros nos hicimos amigos mientras hacíamos La cordillera. Dolores [Fonzi, actriz de Distancia de rescate, Paulina y Truman, en la que coincidió con Ricardo Darín], mi pareja, también es muy amiga de él. Nos vemos muy a menudo y es alguien con quien ya tenía una relación de intimidad. En ese mismo momento se dio la vuelta y me dijo “ahora te traigo a Strassera”. Lo decía en broma, como un gesto entre amigos cuando uno pone a prueba al otro, pero fue un gesto importante para mí. Me di cuenta ahí de que la cosa iba a funcionar.
Ricardo tiene esa intuición y una sensibilidad por lo popular, por decirlo de alguna manera. Cuando leyó la primera versión del guion, porque fue una de las primeras personas a las que se lo pasé, se quedó muy entusiasmado y quiso sumarse con su productora a la película. Al final estuvo metido en la película desde el principio. Siento que hemos hecho juntos esta película.
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Había algo que nos preguntamos mucho, que era sobre cómo conjugar a Darín y Strassera. Están muy bien los dos ejemplos que has puesto, Jimmy Stewart y Tom Hanks. Ricardo es alguien que entiende muy bien los valores del clasicismo cinematográfico y sabe qué es lo importante. Imitar nunca ha sido un buen negocio para él.
Trabajar desde una propuesta emotiva siempre da los mejores resultados a Ricardo. Él consigue ser muy, muy potente con muy pocos elementos, tiene un carisma que derriba pantallas. Él siempre tuvo claro que la mímesis no era el camino. Es una decisión que también me sirvió a mí como director a la hora de reconstruir una época. No quería plagiar los años 80, porque no quería distraer al espectador. La película tiene una fuerza en sí en donde no hacía falta recargar de virtuosismo o de subrayados la puesta en escena o la ambientación.
Hay películas que viven o mueren en una secuencia. En el caso de Argentina, 1985 es el juicio, ese momento que ha provocado aplausos espontáneos en proyecciones en festivales y salas de cine. ¿Cómo fue diseñar ese momento tan importante?
Todos los directores cuando están haciendo una película saben que hay una escena clave donde se juegan mucho. Para nosotros era el juicio, porque es un momento que mucha gente recuerda en Argentina. Yo tenía miedo a esa escena. Ricardo sabía que era una escena difícil. Pero también era una situación inevitable. La gente ha visto películas de juicios. Muchísimas. En estas películas el fiscal siempre tiene una fisicalidad muy concreta: se para, habla por un lado, se vuelve a parar… Es como un actor casi.
En esta película queríamos ser muy precisos en cómo sucedieron los hechos públicos del juicio. Esto era un fiscal leyendo un papel. Tenía un grado de complejidad importante y tenía miedo a que se volviera algo estático. Tuvimos el tiempo suficiente como para ensayarlo, probar cosas y dar dinamismo desde la puesta en escena. Pedimos mucho tiempo y nos lo concedieron. Tuvimos dos días para prepararnos. El texto es el texto que recitó y escribió entonces Strassera, las palabras son las mismas aunque obviamente está editado.
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Hay dos nombres muy importantes de Hollywood en esta película: el compositor Michael Giacchino y la productora Victoria Alonso. ¿Cómo acaban en Argentina, 1985?
Como sabes, Victoria Alonso es productora y directora ejecutiva de Marvel. Cuando vio una primera versión de Argentina, 1985, decidió sumarse al proyecto. Esta es la primera película que hacer fuera de Marvel, pero como argentina se sintió muy vinculada a esta historia y ahora quiere seguir produciendo más políticas. Ella hizo un aporte artístico relevante. Nos recomendó dos cosas: hacer el sonido en el Skywalker Ranch, el estudio fundado por George Lucas, y trabajar con un músico que pudiese crear un lenguaje universal y cinematográfico a la película. Hablamos con Michael y le encantó el proyecto. Nos presentó a un músico granadino que se llama Pedro Osuna y que él está apadrinando. Pedro hizo toda la composición, con Michael como productor. Estoy muy contento con el trabajo de todos ellos.
Argentina, 1985 tiene una sensibilidad hollywoodiense que se complemente con el carácter local de los personajes y el tono. ¿Miraste a los clásicos del género antes de hacer esta película?
Partimos de la base de que decir hollywoodiense no es malo. A cualquier persona que le gusta el cine le tiene que gustar el cine que ha venido de Hollywood. Soy un fanático de Billy Wilder, de Otto Preminger, de Stanley Kubrick, de muchos directores que han trabajado del género de juicios. En Argentina, 1985 había algo hasta del cine de John Ford. Cuando pensamos en la identidad de la película pensamos en ese Hollywood de hace mucho más que en el actual.