Tommy Lee Jones (San Saba, Texas, 1946) es de esos actores que parecen haber nacido con cincuenta años ya puestos, como le pasaba a Robert Mitchum o a John Wayne. Su rostro crujido de arrugas, como protagonista una vez más, es un órdago a la máquina de picar carne fresca que es Hollywood. Y la forma de llevarlo a buen puerto ha sido el método de Clint Eastwood: convertirse en guionista y director de sus propias aventuras.
Esta semana estrena Deuda de honor (The Homesman), un western dramático y desmitificador, como lo era en gran parte su anterior -y primera- incursión en la dirección, otro soberbio western, aunque contemporáneo, Los tres entierros de Melquíades Estrada (2005). Han pasado diez años entre una y otra. Como George Briggs, el vividor protagonista de Deuda de honor, parece que el intérprete texano se toma la vida con calma.
Matar mexicanos
Reinventado por sí mismo, Tommy Lee Jones ha abrazado la más americana de las tradiciones, la del Oeste. Ha dirigido dos películas y otras dos TV movies. De las cuatro, tres son westerns, con todos los matices y etiquetas que se le pueden colocar al género. En Los tres entierros de Melquíades Estrada, un sheriff se embarcaba en un árido viaje hacia México con un prisionero y un cadáver. El cuerpo era el de su mejor amigo. El cautivo, el policía de la frontera que le había disparado y que lo había sepultado de mala manera.
El agente racista al que interpretaba Barry Pepper podría haber suscrito aquello que escribió Borges enEl asesino desinteresado Bill Harrigan (en el libro Historia universal de la infamia): "Alguien observa que no hay marcas en su revólver y le propone grabar una para significar la muerte de Villagrán. Billy the Kid se queda con la navaja de ese alguien, pero dice 'que no vale la pena anotar mejicanos'". Aquella película de vaqueros sin indios en la América actual fronteriza -de un lado y otro de la frontera- era un viaje íntimo, de redención y de comprensión.
Algo parecido, con más de una diferencia, narra Deuda de honor: George Briggs, su personaje, es un viejo desecho del Oeste. Un vividor sin moral ni futuro. Mary Bee Cuddy (Hillary Swank), una solterona “fea como una cacerola y muy mandona” que ve que el arroz más que pasársele se le quema, pero con arrestos suficientes para ser el hombre de la casa. Cuddy lo encuentra con una soga al cuello. Obligado con su ángel de la guarda, la acompañará en un viaje del que los hombres de su pueblo, perdido de la mano de Dios, se escabuyen.
El Briggs de Tommy Lee Jones es un pobre diablo, tan creíble como los ladrillos de adobe de las chabolas del filme
Juntos llevarán en un carromato a tres mujeres que han enloquecido de vuelta con sus familias. El año: 1855. El lugar: los territorios salvajes de Nebraska, páramos donde la muerte es un paisaje fotográfico, una epidemia de difteria o un encuentro con cualquier desconocido. Deuda de honor es la crónica de una locura, una elegía seca y sin concesiones. La vida allí era así. Otro western protagonizado por el actor texano, Desapariciones (Ron Howard, 2003), transcurría también en un Oeste inhóspito, pero tres décadas después.
Lee Jones es una suerte de superviviente, un vaquero en un país que ha sustituido a sus héroes con colt a la cintura por superhéroes con bases flotantes. Pero el género sigue vivo. Si Clint Eastwood es el cowboy descarrilado por excelencia -Sin perdón y su William Munny marcaron una época-, Tommy Lee Jones, más joven, le ha tomado el relevo de tipo duro y polvoriento. Detrás, no parece venir nadie. Los western siguen, cada año: Valor de ley, El tren de las 3:10 a Yuma, Apaloosa, Django, El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford… Tarantino estrena este año The Hateful Eight, mientras que Bone Tomahawk (en ambas está Kurt Russell) promete ser otro viaje crudo a un lugar sin ley.
Usurpador y canalla
Pero Deuda de honor es el más íntimo, el más verdadero acaso. El más honesto y desolado. El Briggs de Lee Jones es un pobre diablo tan creíble como los ladrillos de adobe de las chabolas del filme. Su mirada y su acento de redneck germinal, esa materia prima con la que se forjó la América profunda actual, pertenecen a un museo de litografías. Una ceja ligeramente arqueada, una mirada al horizonte, un exabrupto blasfemo sentado a la mesa son suficientes. “Un hombre valiente, un usurpador de tierras, un desertor del ejército, en definitiva, un hombre independiente y bastante canalla”, le describe en una entrevista promocional.
Hay actores que sirven para adornar un cartel y hay actores nacidos para llenar una pantalla. Los primeros tienen un brillo de luciérnaga que dura lo que la adolescencia del público al que se dirigen sus películas. Los segundos crecen con el paso de los años. Son tipos que cuando entran a un plano ya han matado al enemigo sin desenfundar. Aunque da igual, porque seguro que habrían disparado más rápido. Son los hombres que mataron a Liberty Valance. Pero los de verdad. Tommy Lee Jones es uno de esos.
A veces, descubres que un actor como Tommy Lee Jones siempre había estado ahí, aunque cueste recordarlo joven. Tiene 69 años y se pasó media vida siendo un secundario ilustre, desde que se le vio de refilón en Love Story (1970). Y cuando le caían protagonistas, eran filmes que pasaron sin mayor historia. ¿A alguien le dice algo hoy La celda de la violación o Los ojos de Laura Marsh? No todos claro: Quiero ser libre (1980) o Lunes tormentoso (1988), un thriller con corazón en el que encarnaba a un mafioso local, le afianzaban como un actor sólido, de una pieza. Oliver Stone le dio otro papel interesante, de ambiguo conspirador en JFK (1991).
'No estoy seguro de qué es un western. Es sinónimo de una película con caballos y sombreros de vaqueros', dice el actor
Pero le faltaba que alguien descubriera que podía ser además carismático. Eso sucedió en 1994, cuando un thriller normalito, El fugitivo, le puso un Oscar de reparto en bandeja. Un acierto: Tommy Lee era lo mejor de la adaptación al cine de aquella serie. Luego llegó la trilogía de Men In Black. La primera, divertida. La segunda y tercera, en fin. Pero los cowboys también comen, y un taquillazo ayuda en Hollywood a hacer otro tipo de películas después. Como No es país para viejos y En el valle de Elah. 2007 fue un buen año.
Preguntado por esta película y por el género, el actor respondía: “No estoy seguro de qué es un western. A lo largo de los años he llegado a la conclusión de que un western es sinónimo de una película con caballos y sombreros de vaqueros que se desarrolla en el siglo XIX, normalmente al sur del río Mississippi. Incluso he leído algunas críticas que se atreven a considerar a los western como películas de ciencia ficción. Es una palabra que la gente utiliza tan a menudo que creo que ha perdido su significado”. Es cierto. Space Cowboys (2000), pese a su título, tenía poco de western y mucho de comedia.
Quizá Deuda de honor no se ajuste a los cánones clásicos. No hay indios -bueno, algunos en una escena-, no hay duelos a pistola -aunque hay un casi duelo tragicómico-, ni rancheros malvados. Hay dementes en un vagón y viejos sin ataduras con la tierra ni el cielo. Pero es un western. Sin duda. Y Tommy Lee Jones un vaquero.
Postdata: atención al desfile de rostros conocidos en papeles menores o mayores por el filme: Miranda Otto, Meryl Streep, James Spader, John Lightgow, William Fichtner, Hailee Steinfeld (la niña, cada vez menos niña, de Valor de ley), el pelirrojo Jesse Plemons de Breaking Bad...