Dice: “Si me quitan la música, me arrancan la vida”. Badara Thiune busca tonos y semitonos, mira las notas en la pizarra mientras indaga con el violonchelo que está aprendiendo a tocar. Sus enormes manos sujetan el arco y perfila una cuerda y otra. Consigue –a veces- dar con la nota. Cuando lo hace se emociona, es una explosión de felicidad. Badara tiene 14 años, es de Senegal y lleva un mes practicando con el instrumento en el colegio Santa María, en el barrio madrileño de Lavapiés. Comparte aula con Yasmín Hamed, de padres marroquíes, y Rachel Neves de madre brasileña –de la misma edad que Badara-. Ambas aguantan un obeso contrabajo y hacen malabares con los dedos para llegar a las cuerdas.
Chelos y contrabajos aprenden juntos, para las melodías no existen razas. De fondo se oye una manada de violines y un grupo de violas caóticas. “Mi profesora del instituto me recomendó que viniera aquí después de clase, que yo valía para esto. A mí la música me hace sentir contenta”, cuenta Yasmín colocando los dedos en las clavijas. Rachel eligió estudiar contrabajo cuando Fernando, Aldara y Beatriz fueron al colegio a tocar y a explicarles el proyecto DaLaNota.
Beatriz Pedro-Viejo, Aldara Velasco y Fernando Leria son los impulsores de este trabajo al que han llamado musicosocial. El término responde a la música como motor de cambio o música como herramienta de transformación social. La filosofía es que toda persona, independientemente de la clase social, género y raza, debería tener derecho a una educación musical gratuita y de calidad. La música es una forma de cohesión social, así como de creación de conciencia de comunidad. Educa a pequeños a ser grandes personas. Con el lema “Más música, mejores personas”, cuando se cierran las puertas del colegio Santa María, los ocho profesores voluntarios las abren para que los niños y niñas del barrio aprendan instrumento, canto y baile.
Un grupo de 40 niños, de 6 a 14 años, de doce nacionalidades distintas, se dan cita cada tarde. Durante hora y media olvidan sus problemas y entran en materia. El proyecto cuenta con un área psicosocial: pedagogas, psicólogas y trabajadoras sociales hablan con las familias, así como con los jóvenes músicos. “Nos quedamos asombrados con la clase de problemas que tienen estos niños. Familias desestructuradas, falta de recursos, sin papeles, alguno con desatención... Pero los pequeños vienen aquí y lo dan todo”, dice Beatriz Pedro-Viejo.
Luis Romero Hernández es gitano, tiene siete años y aprende a tocar el violín. En la trasera del instrumento le han colocado una esponjita de bañera con forma de rana porque no había presupuesto para la pieza que falta. La gran mayoría de los instrumentos que utilizan los chicos han sido donados, el resto del material fue comprado gracias a los 4.200 euros que se recaudó en una recolecta popular.
“El año pasao yo veía la tele y este año toco el violín, ¿qué te parece niña?”, dice Luis. Momentos antes, la abuela ha comentado que para la fiesta de presentación de DaLaNota -domingo 22 de noviembre, a las 12h, en el colegio Emilia Pardo Bazán- hará cuatro tortillas de patatas. Detrás del envoltorio musical, se crea una comunidad. La música como una gran familia en Lavapiés, en la que no existen prejuicios, en la que todos son iguales.
La música ha dejado de ser prioritaria, a pesar de que ayuda a “aprender a organizarse y a escuchar
Con la nueva ley de Educación (LOMCE) la asignatura en los colegios e institutos deja de ser troncal -desde 1990 lo era- y se convierte en asignatura optativa. Ahora es competencia de las comunidades autónomas y de los centros mantenerla -o no-, así como de definir el programa que se imparte. La música ha dejado de ser prioritaria, a pesar de que ayuda a “aprender a organizarse, a escuchar y a trabajar la empatía con el prójimo”, dice Aldana Velasco de DaLaNota.
En riesgo social
En el barrio Delicias de Valladolid se encuentra el colegio Allúer Morer, un centro donde rumanos, marroquíes y senegaleses aprenden de la mano. Es un ejemplo de multiculturalidad y convivencia, a pesar que los vecinos han sido victimas de la crisis. El área socieducativa del Centro Cultural Miguel Delibes, con el apoyo de la Sinfónica de Castilla y León, puso en marcha hace tres años, en el Allúer Morer, la orquesta In Crescendo. Tienen el convencimiento de que la música es una buena herramienta de inclusión social, además de cambiar la vida de los niños.
El capitán de los 40 músicos es Benjamín Payen, violinista francés de la Sinfónica de Castilla y León. De manera voluntaria y con mucho amor, entiende la orquesta como una escuela de convivencia en la que lo verdaderamente importante es dar rienda suelta a la creatividad de los pequeños. Ya pueden presumir de que el chelista Carlos de la Fuente ha sido el primer niño gitano en entrar en el conservatorio. Hace unos meses los chicos y chicas tocaron para el Premio Nobel de la PAZ, Adolfo Pérez Esquivel, que se interesó por el proyecto.
A diferencia de lo que cree el anterior ministro de cultura, José Ignacio Wert, que “la música en las aulas distrae”, el profesor Jose Luis González Andrade, del colegio Antonio Machado de Estepona, considera que la música es el medio de comunicación universal, la lengua de todos los pueblos. En este nuevo curso ha llegado a Estepona una niña ucraniana sin conocimiento de español, y la música, además de integrarla, le permite expresarse. “Es la única manera de entendernos con ella”, dice el profesor.
El ninguneo que sufren las artes en el currículo escolar, puede llegar a convertir a los niños sin conocimientos en Humanidades en personas sin mecanismos de expresión, sin capacidad crítica, sin conciencia colectiva. La música es una de las máximas lecciones de tolerancia e igualdad, y gracias a ella, hemos aprendido a vivir y a convivir. Donde las palabras fallan, la música habla.