"La miel no está buena en una sola boca". Como en el proverbio de un griot, el africano Ali Farka Touré respondía con ironía cuando le preguntaban por su labor casi apostólica para mostrar al mundo el emocionante blues de Mali. Faltaban aún once años para que su país entrara en combustión por un tour de force islamista, aunque ya algunos conocían de Mali por los discos conmovedores de este guitarrista que arraigó en uno de los territorios más austeros del planeta. Allí aparcó un tiempo su carrera musical y esquivó el fatalismo para que en Niafunké, allá en las tierras altas del Níger, sus vecinos pudieran cultivar lechugas en el desierto. "Primero soy campesino, luego artista, y la cosecha es lo más importante", le dijo a Scorsese en el documental Feel like going home. La música era su combustible emocional, las músicas con las que contó a la gente lo que le estaba pasando a la gente.
También a este lado del mar las canciones siguen retratando nuestros estados de ánimo. Mientras pasa la vida, cada oyente pergeña su banda sonora. Su discoteca íntima. Una canción te roba el corazón por cualquier cosa. Sin avisar. De sopetón. Por un silbido cazado al vuelo, por una radio que no encendiste o durante ese viaje efímero donde no tienes la opción de elegir lo que suena de fondo. Y, claro, por un anuncio de televisión.
Sin diálogos
Es el caso del músico italiano Ludovico Einaudi (Turín, 1955), pianista de largo recorrido apenas reconocible por la mayoría de oyentes españoles de música contemporánea. Una de sus canciones, una pieza instrumental de seis minutos publicada en 2004, ha sido elegida para ambientar el nuevo anuncio del sorteo de Navidad de la Lotería Nacional.
De pronto, los compases tranquilos de Nuvole Bianche fulgen con brío en la música que acompaña al vigilante Justino en un anuncio de la Lotería navideña que es el primero sin actores humanos, y también el primero sin siquiera diálogos. Baste por una vez la música para dibujar el paisaje emocional de la esperanza de ganar el sorteo más emblemático de un país en dudas. Aunque la canción cuente ya una década, porque la música no caduca. Quizás porque nunca es tarde para buscar en la música un impulso primario que combata el desasosiego, esa aura de melancolía, esa saudade, que cada Navidad tiene su cuarto de hora de gloria. Ya puestos, mejor que el buenismo venga vestido con buena música.
Ludovico Einaudi no se había visto en otra. De presencia intermitente en los escenarios españoles, este pianista de casi sesenta años años (los cumple el próximo lunes), vecino de un pueblo del Piamonte, viene a refutar ahora ese sambenito adhesivo de una música clásica solo para adultos duchos. Aunque quizá a él este éxito exprés del spot navideño le sea poco, quizás nada, necesario. Nieto de un antiguo presidente e hijo de un editor de libros que publicó a Gramsci, Calvino, Pavese y Bobbio, Ludovico Einaudi atesora una obra protagonista desde la esquina de la emoción. Cineastas como Clint Eastwood y Nani Moretti ya habían utilizado su música en las películas J. Edgar y Abril, respectivamente.
Y de hecho, Nuvole Bianche ya sonó en una de terror, Insidious, del malayo James Wan.
Mínimo y elegante
Poco dado a etiquetas, el pianista italiano acepta como hecho consumado que sus discos se coloquen en el anaquel de las músicas minimalistas. Un minimalismo nada sofisticado, habría que añadir. Minimalismo sinónimo de elegancia y sinceridad, asegura él. Como en el cine de Rohmer, las composiciones de Ludovico Einaudi carecen de piloto automático y tampoco triunfarán con el hashtag #nowplaying. Lejos de la prisa que mata, mejor pararse a ver crecer la hierba. Música contemplativa, reflexiva y positiva, que nunca está de sobra.
Aunque Ludovico Einaudi no es el único autor contemporáneo que ha logrado moldear una audiencia creciente desde la música imaginada. Ahí está la discografía del tunecino Anouar Brahem, maestro del laúd árabe que sedujo a la disquera alemana ECM, aquella que promocionaba su música como "el sonido más bello después del silencio". También Michael Nyman, otro pianista, que atinó cuando puso música visual a Wonderland, aquel drama urbano que Michael Winterbottom dirigió en 1999 como retrato agridulce de la vida del cordero solitario en la gran ciudad.
Einaudi estuvo en 2011 en La Mar de Músicas, en un recital en el que iluminó el placer privado de escuchar los silencios
Canciones nutritivas para estos tiempos de furia y ruido, cuando ya ni el dolor ajeno es capaz de hacernos ver que hay caminos más allá de resignarse al lamento de vivir. Einaudi, Brahem, Nyman... músicas del renacer cotidiano. Músicas, en fin, para no caer en la tentación de procrastinar el dolor. O bien para armarse en la batalla y exorcizarlo, como muestra la obra de Brad Mehldau, otro pianista nutritivo.
Poco antes de publicar Una Mattina, el disco a piano y chelo que incluye la canción del nuevo anuncio de la Lotería de Navidad y que su autor define como un retrato realista del tiempo presente ("con un kílim naranja que brilla en el salón, nubes navegando despacio en el cielo y la luz del sol a través de la ventana"), Ludovico Einaudi ya había grabado el álbum Diario Mali con el tañedor maliense de kora Ballaké Sissoko. Otro poderoso canto al optimismo contagioso en forma de diálogo entre el piano y el secular arpa-laúd africano de las 21 cuerdas y piel de cabra.
Por aquí estuvo Ludovico Einaudi en 2011 con la Orquesta Sinfónica de Murcia en una noche del festival La Mar de Músicas. Un recital en el que sin hacer ruido, incluso sin hablar de música (que es, según García Márquez, "lo único mejor que la música"), iluminó ese placer privado de escuchar los silencios. Porque aunque el zumbido de los zánganos aturde, la música no se hizo miel para una sola boca.