El pasado marzo publicó Vulnicura, su octavo álbum de estudio en solitario. Parecen pocos, si tenemos en cuenta que Björk Gudmundsdóttir -Björk de ahora en adelante, su escueto nombre artístico- lleva en esto de la música desde 1986, cuando The Sugarcubes, su primer grupo, sorprendía ya con un sonido que, desde el pop, buscaba un cuerpo propio. Pero en la prolífica carrera de la joven islandesa de rostro esquimal -ojos achinados, sonrisa intrigante y pelo oscuro- ha habido participación en discos orquestados, bandas sonoras y creaciones multimedia. Nunca para. Y sigue así, ahora que está a punto de girar en la manzana de la vida. Será el día 26 de noviembre.

50 años. Y un trabajo recién entregado que arranca con una bomba de lirismo, Stonemilker, con la que viaja a sus sonidos más reconocibles y aplaudidos. Vulnicura nace de la ruptura sentimental con Matthew Barney, su pareja durante años -antes estuvo casada y tiene un hijo-. "Cuando hice este álbum todo acababa de derrumbarse. No tenía nada. Fue lo más doloroso que había experimentado en mi vida", confesaba la artista a la revista Pitchfork en una entrevista.

Desde el océano

Antes de ser la alienígena favorita de la modernidad -una suerte de David Bowie surgida del frío en los 90-, cantó con The Sugarcubes. Fue entre 1986 y 1992. Un año después publicó Debut, su primer álbum ya como Björk. Era ayer mismo cuando desde aquella portada en blanco y negro se coló en todas las conversaciones desde la primera pista, Human behaviour. Ritmo, percusión, coloraturas rasgadas. Aquello era diferente. Había mucho más en aquel álbum sísmico.

Violently happy, Venus as a boy o la austera The anchor song, impregnada de sabor a isla y a puerto. “Vivo junto al océano / y durante las noches / Me sumerjo en él”, cantaba allí. “Éste es mi hogar”. Björk puso a Islandia en el mapa musical. Y sigue allí. Luego conocimos al instrumentismo electrónico y paisajista de Sigur Rós y años después, desde el lenguaje del pop que no se esconde, Of Monsters and Men y su Little talks conquistando Europa.

Rodó con Spike Jonze y Michael Gondry. Su experiencia en 'Bailando en la oscuridad' fue dura. No volvió a hacer cine

Pero si hablamos de Islandia, hablamos de Björk. Sus conciertos son experiencias audiovisuales. Sus portadas, "cartas de tarot", como ella misma las describe en su Twitter. Como su propia carrera, que tanto le debe a la apuesta por vídeoclips innovadores. Disfrazada de geisha, dominaba la portada del imprescindible Homogenic (1996), donde la pista Hunter era otra apertura magnética: redobles y mezclas de violines y voces repetitivas. Un innuendo que decía que en el pop se podía aún buscar. Bachelorette y Pluto estaban en aquel disco.

Pero faltaba la aparición en su carrera de cineastas como Spike Jonze, que la dirigió en Oh it's all so quiet. Una marcianada coreográfica para una extraterrestre nacida en una de las islas más grandes y despobladas de Europa. Michel Gondry se puso a los mandos del vídeoclip de Joga, otra de sus canciones más emblemáticas. Otro canto de amor a su isla. Estaba también en Homogenic.

Era tan hipnótica que Lars von Trier se fijó en ella para su demoledora tragedia musical Bailando en la oscuridad. Y si tienes a Björk como gran actriz revelación -Hollywood le birló un Oscar merecido- no tendría sentido que la banda sonora no fuese suya. El resultado fue memorable, pese a que director y actriz acabasen como el perro y el gato. Tanto que ella prometió no volver a hacer cine nunca más. Y cumplió, más allá de cameos esporádicos y sus propios vídeclips

Medulla (2004) y Volta (2007) consolidaron su prestigio y su lugar de creadora libérrima e impredecible en la industria musical. En The dull flame of Desire, del segundo elepé, unió su voz con la de Anthony Hegarty. Las dos gargantas más atormentadas en una pista. Fue su álbum más ruidoso. En Drawing Restraint 9 (2005) había hecho básicamente lo que le vino en gana: experimenta con sonidos, aunque se alejasen de lo comercial. Y eso, dicho de Björk, significa un disco raro. El más raro de su carrera.

Activista

Como una respuesta, un giro hacia la Björk de hoy, llegó Biophilia (2011): sonidos y letras que visitan la luna, el solsticio, la materia oscura, las placas tectónicas, los relámpagos, las aguas frías como el hielo… Parece que anunciasen a la Björk que cumple medio siglo y lo celebra con activismo por la naturaleza islandesa y planetaria.

"El océano es como nuestra familia: es de donde venimos, debemos cuidarlo para que él pueda cuidarnos a nosotros", lanzaba en Twitter la cantante. "Le pedimos al mundo que nos ayude en contra de nuestro Gobierno", dice con rotundidad. En los vídeos, hace campaña contra la destrucción de las grandes extensiones naturales de la isla.

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