Lago, Rovira, Elejalde y Cuesta, en la película

Lago, Rovira, Elejalde y Cuesta, en la película UPI Spain

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El sueño de las autonomías genera chistes malos

La secuela de 'Ocho apellidos vascos' repite la fórmula anterior pero todavía con menos gracia

Desirée de Fez
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Ocho apellidos vascos rompió la taquilla española el año pasado. Por mil razones, la película no está bien (hay tantas miradas como espectadores, sí, pero también hay una serie de cosas que son objetivas). Sin embargo, arrasa. Y en parte arrasa porque, pese a sus cosas malas, confluyen en ella al menos tres factores muy potentes.

El más importante y meritorio es, sin ninguna duda, que los guionistas Borja Cobeaga y Diego San José dieron con un tema buenísimo: la tensión entre autonomías, algo que siempre había estado ahí y que ellos, curtidos en humor político (como guionistas, por ejemplo, del programa de ETB Vaya Semanita), localizaron y supieron convertir en comedia popular.Otro factor importante fue la elección como protagonista de Dani Rovira, monologuista de creciente popularidad del que se decía que estaba a un paso de arrasar. Puede o no gustar, pero está comprobado que su espontaneidad y su forma de apelar a la identificación funcionan. Y un tercer factor, éste ya no sé si consciente o inconsciente, la confección de la película a imagen y semejanza de las telecomedias españolas de enredo más populares del momento. Ocho apellidos vascos era pura tele. En todo. Estructura, ritmo, puesta en escena… Podía ser perfectamente el piloto de una serie como La que se avecina.

Ni han acabado de encontrarle el punto a la identidad catalana ni le han sacado demasiado partido a un momento político con mucho potencial para la sátira

Como era de esperar, su éxito ha tenido consecuencias inmediatas a modo de secuela exprés. Exprés porque se ha hecho con prisas y se nota. El modelo era muy flojo, sobre todo por lo pésimamente dirigido que estaba. Pero, pese a sus mil problemas, es indiscutible que sus guionistas destilaron con gracia y conocimiento de causa los tópicos sobre los vascos y supieron hacerlos chocar con los clichés del Sur.

En Ocho apellidos catalanes, aunque se palpa cierta sensación de que la dirección (e incluso algunas interpretaciones) se cargan bromas que en papel debían estar bien, ni han acabado de encontrarle el punto a la identidad catalana ni le han sacado demasiado partido a un momento político con mucho potencial para la sátira. Cobeaga y San José son grandes guionistas de comedia, pero aquí o no se han lucido o no les han dejado hacerlo.

A Emilio Martínez Lázaro, también director de la otra, parece darle todo igual. Su película es puro hastío.

A la película le falta ingenio, ritmo y gracia por los cuatro costados. De todos modos, aun siendo muy anodino y poco perspicaz, el guión no es lo peor. Hay algún diálogo medianamente efectivo, algún momento más o menos gracioso. Como también hay buenos actores de comedia, sobre todo Karra Elejalde, Carmen Machi y Rosa Maria Sardà, salvando literalmente escenas abocadas al desastre.

Lo peor es la pasmosa desgana con la que está rodada. Ocho apellidos catalanes todavía es más tosca que su antecesora. A Emilio Martínez Lázaro (El otro lado de la cama), también director de la otra, parece darle todo igual. Su película es puro hastío. Ni una sola idea de dirección, ningún temor al sopor, ni siquiera un poquito de buen gusto en la puesta en escena. Una pena. Es curioso que una comedia que va de tomarle el pulso a una actualidad inquieta y en conflicto, que aborda temas como la tensión territorial y la independencia de Cataluña, sea tan inane y profundamente olvidable.