Apenas se han visto en 20 años. Tampoco se han hablado mucho. Son padre e hijo y ya no les queda nada que decirse. Dos décadas de ausencia se condensan en cervezas en la barra de un bar, silencios largos y pesados y paseos en coche por la ciudad de São Paulo, gris y lluviosa. Es junio de 2014 y el país del fútbol recibe el Mundial. Es la excusa de Sergio y Simão Oksman para volverse a encontrar y convivir durante un mes en el que los días del calendario se cuentan en partidos.
Al final sólo queda fútbol. Los recuerdos de los álbumes de cromos completados en la infancia, los partidos que veían juntos cuando Sergio era pequeño, las veces que fueron al estadio los dos. El fútbol es lo único que tienen para rescatar una relación que no existe, la única forma que conocen de conectar, de compartir cariño sin tener que pronunciar palabras incómodas entre dos desconocidos desacostumbrados a hablar.
El documental del brasileño Sergio Oksman, que inaugura este jueves el Festival Márgenes, en la Cineteca del Matadero de Madrid, no es un homenaje al deporte rey, pese al título. Es una historia de afectos, de lazos rotos que buscan en la afición común una oportunidad para atarse de nuevo. Hay contadas imágenes de los partidos porque lo que importa no es verlos, si no tener la posibilidad de estar juntos, aunque sea fuera de un estadio, intentando adivinar qué pasa dentro. “¿Eso es un gol? No, eso no es un ruido de gol, eso es ruido de fallo, el ruido de gol es otra cosa, es más… aaaahhh”.
Tampoco hay dramas familiares, ni conversaciones profundas o reproches sobre 20 años de ausencia. Afloran por momentos y rápidamente se evitan. Están presentes en el tedio que envuelve a los personajes, en los silencios, en las preguntas propias de una charla de ascensor, el tiempo y el trabajo, hasta que regresan al fútbol.
El documental de Oksman, que tiene una hora de geometría perfecta y jugadas preparadas, sufre un rudo golpe al final. Un drama que ocurre de manera inesperada, casual y que obliga al cineasta a enfocar su cámara en escenarios que no tenía previstos. El Mundial sigue como telón de fondo. Pero la película se transforma en uno de esos partidos, que tras 90 minutos de aguante, se pierden en el tiempo de descuento en una carambola imposible de prever.