Natalia de Molina (Linares, 1990) tiene Andalucía en la cara. A pesar de sus 25 años -y a pesar de su belleza- lleva en la piel la angustia antigua, casi ancestral, de su patria chica: “Yo no me entiendo sin ella”, dice. “Andalucía es una tierra muy castigá, siempre con mucho dolor, con mucho paro. La gente nos dice que somos vagos, pero la cosa es que sacamos el arte, la sonrisa, y seguimos hacia delante”. Y el acento. Su acento. “Me ha rescatado muchas veces”, sonríe. “En Vivir es fácil con los ojos cerrados, sin ir más lejos”.
La joven ya convenció a David Trueba en la película de 2013 que le valió el premio Goya a la mejor actriz revelación. Ahí aún hacía el papel de adolescente sesentera en travesía hacia John Lennon, pero ahora ya es toda una mujer. Más: una madre coraje.
Me siento orgullosa de compartir candidatura con Penélope Cruz, Inma Cuesta y Juliette Binoche, pero también de representar a mi generación
De Molina ha dado el estirón cinematográfico con Techo y comida (Juan Miguel del Castillo, 2015) y opta al Goya por mejor actriz protagonista compitiendo con Penélope Cruz (Ma ma), Inma Cuesta (La novia) y la mismísima Juliette Binoche (Nadie quiere la noche). “Me siento orgullosa de compartir candidatura con ellas”, explica. “Pero también de representar a una nueva generación de actrices que estamos aquí”. Está claro que ya no es una promesa. Natalia de Molina es un hecho.
Fue niña de complejos e introspecciones: “Me daba vergüenza decir que quería ser actriz… me daba vergüenza hasta pedir una barra de pan. Y aún me sigue avergonzando que alguien me vea llorar en el cine por una película”, bromea -esto último le pasó al leer el guión de Techo y comida-. Hasta que se apuntó a teatro en el instituto y adquirió un aplomo inédito: “De repente, todas las inseguridades que tenía desaparecieron. Era otra persona. Me evadía, podía vivir otras vidas”. Ya no se imagina quién sería Natalia sin la interpretación: “Bueno, si no me hubieran cogido en Arte Dramático quizás me habría metido a estudiar Filosofía”, sugiere. “¿Ves? Siempre he sido así, muy rarita, muy intensa”.
Actriz, no modelo
Cree más en el trabajo que en el talento. Si sólo pudiera expresar con una parte de su cuerpo, dice, elegiría los ojos, “la mirada y el silencio”. De Molina es “más de café que de cubata”, dedica la mayor parte de su tiempo a la familia y admira a las “actrices de raza”, sin asumir todavía que forma parte de esa etnia: “Maribel Verdú, Candela Peña. También tengo iconos extranjeros como Marilyn Monroe, Anna Magnani o Gena Rowlands”.
No me interesa la presión añadida de tener que estar perfecta: yo no soy modelo
En el filme dirigido por Juan Miguel del Castillo lo ha demostrado: no es sólo un retal de delicadeza y frescura, es una artista honda y natural, cítrica, cruda y emocionante a la vez. No tiene dobleces: “No me interesa esa presión añadida de tener que estar perfecta. Yo no soy modelo”, señala. “Me gustan las fotos de los photocalls dependiendo de si aquel día estaba contenta y relajada y aquél no”.
Miseria y religión
En Techo y comida Natalia es Rocío, madre soltera de un crío de ocho años y parada desde hace tres y medio. En la barriada de La Granja (Jerez de la Frontera) en la que se desarrolla la película, la realidad de la crisis es de una estética muy sórdida: se mueve en los vaivenes del folclore, la miseria y la religión.
En la barriada de La Granja, la realidad de la crisis se mueve en los vaivenes del folclore, la miseria y la religión
De nada vale persignarse cuando te van a desahuciar, tu hijo está enfermo y no puedes ni alimentarlo como te recomienda el médico. La Andalucía profunda tiene eso de agarrarse a un clavo ardiendo: “Rocío es muy fuerte, muy digna. Su hijo es su vida, su motor. Si estuviera sola… la historia habría sido diferente”, reflexiona De Molina.
“Pensé en buscarla”, añade. “El personaje está basado en una vecina de Juan Miguel, que tenía dos niños y a veces le pedía cosas… todo parecía normal, hasta que un día dejó de estar en el edificio. Al tiempo, viendo las noticias, descubrió que la habían desahuciado”. La actriz cuenta que a su director “le indignó mucho” que se le hubiera escapado la situación límite “de alguien que tenía tan cerca”: “Porque Rocío no es manifestante, lo vive en silencio y en soledad, siente vergüenza, le cuesta pedir ayuda”.
Bancos y desahucios
Para acercarse a la Rocío de carne, al final, Natalia prefirió mirar hacia adentro e inició un peregrinaje en busca de la información necesaria para entender el caso: “Cerca de donde vivo hay un comedor social. Me pasaba muchos días a observar, a analizar a la gente de todo tipo que acudía allí. Hablé con expertos”, evoca. “Tengo la suerte de que mis dos hermanas mayores son abogadas: es curioso, una trabaja en la Plataforma de Afectados por la Hipoteca y la otra en un banco”, sonríe. “Me han contado cosas muy duras. La realidad supera a la ficción”.
Techo y comida es una película social -“me extraña que con la que está cayendo no haya más de este tipo”- y de una sobriedad casi documental: “Muchas veces, la gente ha confundido la austeridad estética de la película con austeridad económica, y no ha sido así. Es pretendido: Juan quería presentar la realidad desnuda”, explica.
Rocío a Rajoy
-¿Qué le diría Rocío a Mariano Rajoy si lo tuviera delante?
-No le importa Rajoy, ni sabrá quién es… su cabeza está en otra parte. Quizá le diría, como al abogado de la película, ‘¿No necesitas a alguien que te limpie?’. Es muy inocente- sonríe, con ternura.
En su próximo trabajo, Kiki, el amor se hace (Paco León), a De Molina volverá a tocarle cambiar de universo artístico: “Seré una bloggera aristócrata, una pija cuya mayor preocupación en la vida es saber cuántos likes le han dado en instagram”. Natalia no tiene miedo a los registros: ahí el músculo de la interpretación. Si pudiera darle un consejo a la chica que fue hace apenas tres años, antes de que empezase la vorágine, le diría “Quítate las corazas”. La crítica y el público, encantados. Queremos ver todas las capas.