En la excelente película de Alejandro González Iñárritu El renacido, Leonardo DiCaprio es un valiente. Un maravilloso y esforzado valiente. A lo largo de su insólito peregrinaje por lo que hoy son las Dakotas norteamericanas busca, mucho más que venganza, justicia.
Lo mismo que buscó, muchos años después, Ryszard Siwiec cuando se quemó a lo bonzo en Varsovia, en 1968, para protestar por la invasión de Checoslovaquia. Este contable, aunque filósofo de formación, lo hizo “por mi libertad y por la tuya”, como explicaba su pancarta, en un estadio de fútbol delante de cien mil personas.
También buscaba justicia, 43 años después de la valerosa acción del polaco, Mohamed Bouazizi, el tunecino que se inmoló en 2011 y con cuyo sacrificio comenzó la primavera árabe. Visto en perspectiva, el martirio del joven echó a Ben Ali del poder tras 23 años, pero sirvió para menos de lo que merecía. A veces ni los más grandes sacrificios tienen su justa recompensa.
Pero los valientes no piensan en galardones póstumos, ni en distinciones lejanas; ni tampoco ponderan demasiado su dolor, o su pérdida; más bien consideran las -a veces- hermosas o al menos necesarias consecuencias de su coraje. Tal vez por eso con cierta periodicidad sacuden al mundo con su admirable altruismo. Y nos dejan a los demás cavilando al respecto de cómo son capaces de reunir tanto valor y tanta generosidad; también, de algún modo, nos conducen al oscuro y gélido túnel de la cobardía que habitamos todos los demás.
Hace pocas fechas el Estado Islámico asesinó en su bastión principal a Ruqia Hassan Mohammed. Esta joven siria contaba en Facebook el complicado día a día de los habitantes de Raqa, y eso al Daesh no le gustó. La heroína sabía que sus días no serían muchos. “Seguramente me detendrán y me decapitarán. Pero conservaré mi dignidad: mejor morir que vivir humillada”, escribió. El ISIS consideró su Facebook “espionaje”, y la asesinó junto a otras cinco mujeres. No han dado detalles a su familia; ni siquiera han entregado su cuerpo.
Dos años y un día después de que lo hubieran encarcelado, Leopoldo López, el líder de la oposición venezolana, tampoco ha perdido su dignidad. Más bien al contrario, su decencia no hace sino crecer, ya que, consciente de que el tiempo de Maduro en el poder no será eterno, ni mucho menos, él saldrá de la cárcel no sólo fortalecido, como asegura; también “sin rencores”.
González Iñárritu siente –lo confesó recientemente- pasión por lo intenso. La vida de Glass, el personaje de DiCaprio, fue extrema. Es cierto que su venganza no le devolvió lo que le habían quitado, pero su coraje, como el de todos los demás valientes, contribuye a acercar a la Humanidad a una senda, la del progreso, de la que se aparta demasiado a menudo.