Pedro Almodóvar necesitaba silencio. Escucharse, analizarse y comprenderse. Tras la verborrea de Los amantes pasajeros el cineasta pedía a gritos una cura, una terapia de choque. Su vuelta a la comedia despendolada, que tan bien le salía en los años 80, acabó en tragedia. La crítica no tuvo piedad y, aunque cada título del manchego es un evento cinematográfico, la gente quedó con la sonrisa congelada pensando cuándo volverían a reencontrarse con el autor de algunas de las películas fundamentales de la historia de nuestro cine.
La elección de un proyecto después del palo recibido no era fácil. ¿Cuál es el siguiente paso cuando todos los ojos están puestos en ti? La respuesta estaba guardada en un cajón, cubierta de polvo. Una respuesta que tenía nombre y apellidos: Alice Munro.
La pasión del director por la autora viene de lejos. “¿Hay alguien que no sepa que Munro es la mejor escritora de relatos en lengua inglesa?”, se preguntaba Almodóvar desde su blog en abril de 2012. En su obra, llena de mujeres fuertes, encontró la inspiración que necesitaba. Dentro de Escapada (RBA) vivía Juliet. Lo hacía en tres de sus cuentos (Destino, Pronto y Silencio). Tres momentos sueltos dentro de la vida de una mujer que vive infectada por la culpa e intentando entender por qué su hija se fue sin dejar rastro.
Las propias alas
En 2009 compró los derechos de la obra y empezó a trabajar en un guion de la que sería su primera aventura en inglés. Cambió el lugar donde se desarrollaba de Canadá a Nueva York y empezó a darle forma. Estos tres cuentos eran un esqueleto al que tenía que dar músculos, piel y corazón. Algo no cuadraba. Los mimbres de los relatos de Munro parecían perfectos para la película, pero cuando releía el texto no veía en él su siguiente proyecto.
“Trabajé en un primer borrador en español, traté de hacer míos los tres relatos y me moví con toda la libertad que exige la escritura de un guion, aunque sea una adaptación. Pero al final me ganó la incertidumbre, no estaba seguro del guion ni de mi capacidad para dirigir en inglés. Me dio miedo cambiar de lengua, cultura y geografía. Así que guardé el primer borrador, sin un plan concreto al respecto”, cuenta el cineasta en el pressbook que él mismo ha escrito.
Me ganó la incertidumbre, no estaba seguro del guion ni de mi capacidad para dirigir en inglés. Me dio miedo cambiar de lengua, cultura y geografía. Así que guardé el primer borrador
Fue tras Los amantes pasajeros cuando volvió a ellos. Como si se tratara de algo premonitorio, uno de los relatos se llamaba Silencio. De él se impregnó para continuar con el proyecto, al que además le dio ese nombre. “Volví a husmear en el borrador hace dos años. Me gustó más de lo que esperaba y probé a que la historia ocurriera en nuestro país. Según avanzaba la versión española me iba alejando de Alice Munro, tenía que volar con mis propias alas. Sus cuentos siguen siendo el origen, pero si ya es difícil traducir el estilo de la escritora canadiense a una disciplina casi opuesta a la literatura como es el cine, hacerla pasar por una historia española es una tarea imposible”, explica.
En torno a sus proyectos se genera un secretismo perturbador, pero con Silencio hasta se permitió la licencia de dar pistas. En La piel que habito el personaje de Elena Anaya lee Escapada. Es una de las pocas pertenencias que tiene encerrada en el castillo/jaula que le ha preparado Antonio Banderas. A Almodóvar le gusta llenar cada fotograma con sus filias y obsesiones. Cada color, cada cuadro y cada detalle tiene un por qué. Y ahora entendemos el de este libro.
La contención almodovariana
Así nació la película número 20 del director. De esos tres relatos queda la esencia, el universo femenino que tanto le gusta y que había abandonado en sus dos últimas películas. También una estructura llena de saltos temporales que le permitía una de sus filigranas narrativas. Lo que no había en las páginas de estos relatos eran sucesos extraordinarios. Los personajes sufrían, pero lo hacían en silencio. Exteriorizaban poco sus sentimientos. Justo lo contrario de lo que ocurre en el cine almodovariano, proclive a giros imposibles, secundarios excéntricos y una elocuencia desarmante.
Si Pedro Almodóvar quería que la película llegara tenía que desprenderse de su esencia, de sus tics, de parte de sus constantes. Y vaya si lo ha conseguido. Lo ha hecho en un ejercicio de contención, de desnudez y de sequedad. La película emociona, pero nunca desde la lágrima, sino desde el dolor. El que sentimos en su protagonista, esa Julieta que terminó dando nombre al filme para evitar coincidir con el título de la última cinta de Martin Scorsese.
Almodóvar ha hecho en un ejercicio de contención, de desnudez y de sequedad. La película emociona, pero nunca desde la lágrima, sino desde el dolor
Julieta es el Almodóvar menos Almodóvar que recordamos, pero a la vez el mismo de siempre. La puesta en escena, los colores, sus casas, los objetos, sus mujeres… todo está ahí. El espíritu de Munro le ha poseído. Puede que sea su mejor trabajo desde Volver, y lo hace adaptando un libro. Sólo en tres ocasiones (antes en La piel que habito y Carne Trémula) se ha decidido por trasladar un texto que no es suyo. Pensar en el manchego es pensar en historias originales, nacidas de su imaginación desde el primer germen. En diálogos vibrantes e historias de la calle.
Pero el Almodóvar del 2016 ya no es ese joven que trabajaba en Telefónica y lo daba todo en plena movida madrileña. Ya no está en la calle, no coge el autobús ni bucea en los mercados. Ahora es otro, y sus películas necesitaban un giro que mostrara esa madurez. Si Todo sobre mi madre, Hable con ella y Volver eran el triunfo del melodrama, Julieta lo es del drama. Hace años era imposible imaginar a un Pedro tan inhibido, ahora deseamos que encuentre a su nueva Alice Munro.
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