Sherlock
Referencia de la que no podemos huir mientras veamos la película. Desde su ambientación dieciochesca, aplicándole a las calles de Londres unas ambiciones estilísticas a lo Baz Luhrmann (aunque con todo ese slow motion el mismísimo Sherlock de Guy Ritchie no queda muy lejos), pasando por Andrew Scott, actor que en la versión católica actual del detective interpreta a Moriarty y que aquí hace de sabueso al servicio de Scotland Yard. Al final, que estemos esperando ver a Benedict Cumberbatch y Martin Freeman salir de improviso de cualquier esquina no es casualidad. El director de Victor Frankenstein es Paul McGuigan, uno de los realizadores estrella de Sherlock.
Johnny Depp
O algo tipo Jared Leto. En todo caso, una figura burtoniana la que encarna Daniel Radcliffe, el ex-Harry Potter que ha sabido acaparar la atención de los medios desde que dejara el universo de J.K. Rowling con sus escarceos por el lado más excéntrico de la actuación. Desde aparecer desnudo siendo menor de edad en una obra en Broadway, hasta Swiss Army Man, película que causó revuelo en la última edición de Sundance por el papel que el inglés representaba: un muerto lleno de gases que le salva la vida a Paul Dano.
Igor
Es el protagonista, lanzando un poderoso mensaje sobre la dignidad de esos personajes relegados a secundarios por las leyes del carisma cinematográfico y de ideal para el espectador. Max Landis, guionista también de Chronicle, escribe una historia en la que el defecto no lo tiene Igor, quien pierde su joroba en los primeros minutos del filme, sino el propio Víctor Frankenstein (James McAvoy un poco fuera de órbita), cuyo trastornado comportamiento parece más propio de un enfermo mental.
Deformidades
¿Es hoy por hoy el cine de adaptaciones el auténtico moderno Prometeo? Como si del propio Frankenstein se tratase, la industria cinematográfica se apropia de mitos de nuestra cultura con los que hacer reciclajes y pastiches (Yo, Frankenstein es de 2014), un nuevo órgano extra, ahora más y más acción, experimentos que dan vida a criaturas imperfectas, en la mayoría de los casos desalmadas, que transitan como descerebradas por nuestras carteleras, arrastrando una vida comercial propia de un sucedáneo al que siempre se le reprochará la comparación con la obra original. La sensación en Victor Frankenstein también es esa.
Ciencia
La supremacía de la ciencia frente a la fe, es la apuesta temática sobre la que gira el discurso de la película. Una elección obvia teniendo en cuenta que se trata de una adaptación de la obra de Mary Shelley, pero es también el abrevadero al que da a morir esta película hecha más con pericia técnica que con habilidad para renovar los estímulos de la fuente de la que bebe. Dicho de otra forma: cada vez que Víctor se emociona en sus peroratas sobre el poder del conocimiento y la medicina, los espectadores soltarán un estruendoso bostezo. ¿Dónde está la chispa de la vida?
Monstruoso
No hay otra forma de describir ese imprevisto y enajenado final, que se quita de los convencionalismos vistos en sus dos primeros actos para adentrarse en una orgía pulp. Frankenstein se abre con la escena de una persecución por un circo en la que la cámara sólo recorre el ajetreo y forcejeo entre las multitudes simulando formalmente un frenesí que no es tal. La meticulosidad de su técnica la desactiva por completo. Llegamos al clímax y todo se convierte en un azote efectista que recorre nuestras neuronas a 300.000 kilómetros por segundo. Es la hora de sacar al muñeco. Es un Uruk-hai si lo hubiese diseñado alguien en los 80. Peter Jackson estaría orgulloso de todo esto.