De las bestias también se aprende
Mamoru Hosoda, especialista del cine de animación japonés, dirige 'El niño y la bestia', su particular versión anime de 'Karate Kid, que compitió en el Festival de San Sebastián.
22 abril, 2016 01:33Niños solitarios
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O directamente huérfanos, como su protagonista, es a los que parece interpelar esta película. Kyuta acaba de perder a su madre, su padre es una figura ausente (como corresponde al rol tradicional japonés) y el mundo es para este niño un lugar hostil. Huyendo por las calles de Shibuya se topará de bruces contra un mundo fantástico lleno de animales antropomórficos que viven entrenando en combate cada día, perfeccionando el arte de una especie de variación del kendo y aumentando su fortaleza interior. Se viene un viaje de iniciación.
Mamoru Hosoda
Él es el director de El niño y la bestia así como de La chica que saltaba a través del tiempo y Summer Wars. También otro integrante del panteón de grandes directores de animación japonesa que llegan a nuestras occidentales pantallas. A diferencia de Satoshi Kon o Hayao Miyazaki, Hosoda ha estado vinculado a diferentes casas de creación, como Studio Ghibli, Toei Animation o Madhouse, trabajando aquí y allí en proyectos de todos los estilos y dominando así los entresijos de todas las corrientes estilísticas en activo. Su propuesta es, dentro de estos referentes, la más conservadora en las formas, respetando mucho las bases sentadas por Gisaburō Sugii, el director de la serie Astro Boy y maestro al que admira.
El subgénero Mago de Oz
Un axioma que has visto mil veces en el cine y que es un recurso clásico del entretenimiento infantil. Un mundo mágico que se despliega ante su menudo protagonista para inundar de nuevos estímulos su vida. Al menos hasta que aprenda que hay que volver a casa, claro. Es la historia de obras tan variopintas como Dentro del Laberinto, Jumanji, En busca del Rey Sol o Digimon, película sobre un universo paralelo en el que existen monstruos de lo más pintorescos y que aquí es especialmente relevante: Hosoda dio sus primeros pasos en el largometraje de animación en la adaptación a la gran pantalla de esta popular saga infantil.
Monstruos simpáticos
Los que vienen contemplando los niños en sus cuentos desde la tradición de las fábulas con animales de Hesíodo o los hermanos Grimm. Pero monstruos son también los que pueblan la cultura japonesa, especialmente en el anime, donde la fusión entre franquicias y muñecos crea series como Pokemon o la citada Digimon. Hosoda se vale de esta narrativa sobre la animalidad del hombre para hacer su remake particular de Karate Kid en la que un oso antropomórfico, un mono o una liebre (figuras cargadas de importancia en la mitología nipona) pueden ser mucho menos animales que nosotros, los humanos, peligrosas criaturas que, tal y como se demostrará en la película, estamos lejos de saber dominar nuestras emociones.
Aprendiz y maestro
Es una dulce relación la que prospera entre este niño y este oso, un descuidado fanfarrón tan carismático como la mezcla resultante entre juntar al Jean Reno de León el Profesional con el Baloo de El libro de la selva. El hombre oso Kumatetsu le tendrá bajo su protección, como aprendiz oficial de sus enseñanzas marciales, sólo para aprender poco después que es el propio niño y las derivadas exigencias de la paternidad quienes le van a dar a él una lección. Aprendizaje en dos direcciones.
Malos vicios
Niño y oso deberán aprender cada cual a controlar esos impulsos que los lleva a protestar, a ser maleducados o a no tener la rectitud propia de un sensei que ha sabido dominar la excelencia en su materia, por difíciles que se pongan las circunstancias. A esta, como a otras películas del director (y en verdad de todo el cine de animación japonés) se le notan demasiado las sumisiones al esquema comercial, o más bien, la cultura del perfeccionamiento de la fórmula por el que el espectador nota cómo los flujos de trabajo de la producción de animación engullen esas bocanadas de creatividad que logran que se piense fuera de la caja.
El niño y la bestia es una cinta larga, de dibujo más detallista que expresivo y con unos personajes demasiado prototípicos para una historia tan previsible como complaciente. Por desgracia para Hosoda, se ve que no hay voluntad de corregir ciertos tics de lo más dañinos. Por suerte para el espectador, también pueden encontrarse algunos instantes fascinantes, de esos que sólo el cine que no se ata a la imagen real puede permitirse.