El judío homosexual que escarmentó a la Alemania nazi
El cineasta Lars Kraume presenta 'El caso Fritz Bauer', un thriller histórico sobre el fiscal que enfrentó a su país con su pasado.
29 abril, 2016 02:51Noticias relacionadas
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Fritz Bauer: Funcionario gruñón. Superhéroe burocrático. Figura clave de la historia del nazismo y de la democracia. Fritz Bauer fue juez durante la República de Weimar hasta que le expulsaron de su puesto y le internaron en uno de los campos de concentración del Tercer Reich. Nada de esto conoceremos en el nuevo thriller histórico dirigido por Lars Kraume, sino lo que vino después, cuando le dieron a finales de los 50 un cargo en el Gobierno como fiscal procurador, puesto desde el que se dedicó de forma incansable a luchar contra la impunidad de algunos de los mayores genocidas de la historia de la humanidad.
Empezó cazando a dirigentes nazis, que él y un equipo de colaboradores buscaban sacar de sus escondites de todas partes del mundo. Cuando algunas pistas apuntaron al avistamiento de Adolf Eichmann en Argentina, Bauer se dio cuenta de que ese era el símbolo con el que se podría transformar la vida jurídica y política de su nación para siempre. Y así comienza El caso Fritz Bauer.
Actos de depravación
Judío, homosexual y socialista: varios de los agentes del orden, desde diferentes escalafones, conspiraban paralelamente para desbancar a esta problemática figura, demasiado preocupada por la memoria histórica y muy poco, desde su punto de vista, del orgullo nacional de la RFA. Esperaban que cayese en alguna de sus trampas (en aquel tiempo la simple masturbación de un hombre a otro podría acarrear seis meses de cárcel). Bauer había espabilado en sus años de juventud, ya no volverían a encontrarle cometiendo “actos de depravación” porque sabía que su lucha era demasiado importante; pero no se libraría de recibir mensajes amenazantes por sus raíces. Tal vez era demasiado para algunos: un judío metiendo en la cárcel al ideólogo de la “solución final”.
La defensa de los valores democráticos es también el eje del discurso de esta película, que busca mostrar la universal capacidad del statu quo para sobrevivir en el poder
Derechos civiles: los que representa y aglutina una persona con tantas desavenencias con el orden social de su contexto. La defensa de los valores democráticos a un nivel profundamente reflexivo es también el eje del discurso de esta película, que busca de igual forma mostrar la universal capacidad del statu quo para sobrevivir en el poder que rendir tributo a esta figura concreta.
“Nadie, de Bonn a Washington, quiere un juicio a Eichmann”, sentencia en cierto momento Bauer. Razón no le faltaba, como tampoco le faltó el coraje para exorcizar de manera definitiva al pueblo alemán de sus demonios. Al año siguiente de que Eichmann fuese condenado, Bauer tuvo un especial protagonismo en los procesos de Auschwitz, que encarcelarían a más de 20 criminales nazis. Cinco años después se suicidaría.
Reuniones secretas
Claridad expositiva: es la que hace falta para desarrollar el entramado que subyace a la política alemana del período, un punto en el que la prosperidad económica y las políticas de la Guerra Fría presionan a Alemania a que condene sus trazas de nazismo (presentes desde en el Gobierno hasta en empresas como Mercedes-Benz, como vemos en la película) sólo de forma cosmética. Ningún avance sustancioso debía haber sobre el caso Adolf Eichmann. Así, reuniones secretas, intercambio de ficheros, confidencias e intrigas de todo tipo se suceden en un serial que se decanta por la puesta en escena televisiva, medio en el que su director ha trabajado ampliamente. Por la temática es fácil acordarse de la reciente La conspiración del Silencio, pero su plano intelectual también lo emparenta con la película que le dedicaron hace nada a Hannah Arendt.
Tintes Noir: el peor aspecto de esta obra ganadora del premio del público en la pasada edición del Festival de Locarno. A la recreación de los hechos históricos acompaña la ficción de un fiscal con pulsiones sexuales reprimidas, a las que dará rienda suelta en escenas de cabaret con femme fatales y solos melancólicos de saxo incluido. Pese a que su actor, Ronald Zehrfeld, intenta darle forma a su personaje, su punto de partida en el guión lastra todo posible triunfo. Este negruzco registro sólo consigue deslavazar la trama principal, que por aburrida que pueda parecer a simple vista, es en realidad de lo más apasionante.