¿Qué fue antes, el huevo o la gallina? Nadie lo sabe. Son preguntas sin respuesta, esas que por más que se piensen no tienen solución. Para Thomas Lilti la pregunta sería, ¿qué vino antes, el cine o la medicina?, y es que este realizador francés tiene la trayectoria más atípica que existe. No porque su cine sea de vanguardia o complicado, sino porque durante años compaginó su trabajo como doctor con una incipiente carrera en el séptimo arte. Dos campos alejados, pero que él ha sabido combinar en una filmografía en la que plasma sus vivencias y analiza el estado de la medicina en Francia mientras dibuja una sonrisa en la cara del público. Su cine amable y tierno es, también, uno de los pocos que atiza el sistema sanitario con conocimiento de causa.
Pero Lilti, por más que se lo pregunte la prensa, no puede descifrar qué nació antes, su pasión por la medicina o por el cine. Sólo sabe que no quiere renunciar a ninguna, aunque actualmente sea el cine el que ha tomado la delantera. Graduado con sólo 16 años, comenzó la carrera y allí empezó a realizar varios cortos que llamaron la atención de la industria. Mientras llegaba su oportunidad para debutar ya comenzó a ejercer como médico de familia. Su ópera prima no caló. Les yeux bandés pasó inadvertida y le permitió compaginar su trabajo como doctor con la preparación de su segundo filme: Hipócrates, una de las revelaciones de 2014 en Francia, por la que fue nominado a los premios César a Mejor película y Mejor director. La historia de un residente de hospital desprendía verdad.
Lilti, que ha presentado en España su nueva obra Un doctor en la campiña, cree que fue hablar de lo que le apasiona lo que enganchó a la gente. “Hago las películas que son una necesidad para mí, tengo que hablar de cosas que sean cercanas, y creo que eso explica el éxito de mi anterior película y por qué la primera no funcionó, porque más allá de la calidad la gente nota esa necesidad”, cuenta a EL ESPAÑOL.
Ahora ha llegado la fama, y con ella el fin de poder combinar sus dos pasiones. De momento se queda con el cine. Tiene muchas historias por contar, aunque sabe que de alguna forma volverá a la medicina, quizás a ser un doctor rural como el de su nuevo filme, que está basado en muchas de sus anécdotas cuando realizaba sustituciones en pueblos de las afueras. “He estado mucho tiempo compaginándolo, pero desde Hipócrates he dejado de ejercer. No podía. El cine ha ocupado todo el tiempo, pero echo de menos la medicina y probablemente vuelva a ella”, explica.
Nunca hago una película para denunciar, la hago para entretener, eso es lo que motiva mi escritura, pero luego es necesario para mí que lo que escriba esté anclado a la vida real
Sus películas se encuentran en un extraño punto entre la biografía, la fábula y las historias de buenos sentimientos que encantan a los espectadores. Ha pillado el truco, pero no por ello renuncia a su vena más crítica, aunque subraye que nunca es su función principal como narrador. “Nunca hago una película para denunciar, la hago para entretener, eso es lo que motiva mi escritura, pero luego es necesario para mí que lo que escriba esté anclado a la vida real, y desde el momento en el que hablo de la medicina en el mundo de hoy, hay que ser críticos con las cosas que no van bien”, apunta Lilti.
Para el realizador existe un grave problema de desertización de la zona rural que está provocando que los medícos no quieran ir a trabajar a los pueblos. “Tampoco hay escuelas. Hay una parte de la población que está aislada y que no tiene acceso a los servicios básicos”, añade mientras recuerda que una de las ideas que más le atrajeron de esta historia era hablar sobre el “derecho a morir en casa”. “En Francia el 80% de la gente se muere en el hospital, y creo que ocurrirá lo mismo aquí, pero si preguntas a la agente dónde les gustaría morir, dirían que en casa. Quería contar que esa paradoja puede tener solución y que si desaparecen los médicos rurales la gente morirá toda en el hospital”, dice con seguridad.
Nada de Doctor en Alaska
En la mente de muchos está la imagen idealizada que de la medicina rural dio Doctor en Alaska, la mítica serie en la que el descreído Joel Fleischman llegaba la utópica comunidad de Cicely, que se convertiría en su hogar de adopción. Un doctor en la campiña ofrece una imagen mucho más pegada a la realidad. Los medios escasean y cualquier accidente que en una gran ciudad parece una minucia, en un pueblo sin acceso a un quirófano puede significar la muerte.
A pesar de ello, Thomas Lilti tampoco ha querido pasarse con el dramatismo, ya que cree que mucha gente tiene una “idea pesimista, piensan en médicos chapados a la antigua, que van con su caballo”, lo que ha provocado que no haya gente joven que quiera ir a los pueblos a ejercer su profesión. Prefieren quedarse entre las cuatro paredes de un hospital, donde crecen los egos y se pierde el contacto con la realidad. Para solucionarlo el director cree que los médicos rurales deben ir siempre acompañados por otro profesional para que “estén menos aislados”, ya que “lo más difícil de ejercer la medicina es hacerlo solo”.
En Francia el 80% de la gente se muere en el hospital, y creo que ocurrirá lo mismo aquí, pero si preguntas a la agente dónde les gustaría morir, dirían que en casa
Una soledad que les convierte en ermitaños que son extraños para su propia familia. Altruistas con los demás, pero sin habilidades sociales para desarrollar una vida social sana. “Se cierran en sí mismos y no se ocupan de las personas más cercanas a ellos. Hace poco me escribió una joven dándome las gracias porque gracias a la película había entendido a su padre, que era médico y al que recriminaba que no le hiciera caso de pequeña”, cuenta emocionado. Es el mejor regalo que le ha dado la película. Ni los millones de espectadores ni el éxito de taquilla igualan a la sensación de que la unión de sus dos pasiones ha servido para algo.