El 27 de febrero de 1995 dejó una imagen grabada en la retina de todos los españoles. En el aeropuerto de Bangkok, las fuerzas de seguridad españolas detenían a Luis Roldan. Allí estaba él, con su calva, con su eterna gabardina negra siendo capturado. Roldán, el mismo que falsificó su currículo, se forró con los fondos reservados, fue director de la Guardia Civil y rozó con los dedos el Ministerio del Interior. El mismo que estuvo 304 días prófugo y que nunca estuvo en Laos.
La captura de Luis Roldán era algo más que una simple operación policial, era el fin de un ciclo. El último ejemplo del desmoronamiento de un partido que quiso reformar España y que acabó manchado por la corrupción. El final del PSOE de los Gal, de Vera y Barrionuevo y de Felipe González. “Tengo dos alternativas, o pegarme un tiro o tirar de la manta. Cuando digo tirar de la manta lo digo con todas las consecuencias. Si voy a la cárcel, no iré yo sólo”, así de claro lo tenía el exdirector de la Guardia Civil en la primera entrevista que concedió al periódico El Mundo tras ser detenido.
Fue traicionado por Francisco Paesa, su colega y timador profesional como él. El agente de la inteligencia española cobró del Estado 300 millones de pesetas (de los famosos fondos reservados) por engañar a Roldán y convencerle para que se entregara en Bangkok haciéndole creer que sólo se le acusaría de cohecho y malversación. Lo hizo junto al Ministro del Interior Juan Antonio Belloch, con el que falsificó los documentos que permitieron su rendición. Por si fuera poco, el exagente del CESID también se quedó, supuestamente, con los 1.700 millones de pesetas que Roldán había robado cuando estaba al frente de la Guardia Civil.
Y ahora la eterna pregunta, ¿qué fue de Francisco Paesa? Poco se sabe más allá de que fingió su muerte y hasta publicó esquelas con su nombre. Le relacionaron con la mafia rusa, con movimientos de mercenarios en Guinea Ecuatorial y se le hacía viviendo entre Argentina y París, donde en 2005 fue entrevistado por Manuel Cerdán, director de Interviu, y negaba que tuviera cualquier dinero en su poder.
¿Qué fue de Francisco Paesa? Poco se sabe más allá de que fingió su muerte y hasta publicó esquelas con su nombre
Esta trama de espías con aroma a caspa cañí era carne de película. Era cuestión de tiempo que llegara, pero por fin el 23 de Septiembre se estrenará El hombre de las mil caras, el filme de Alberto Rodríguez que cuenta esta truculenta historia de la que EL ESPAÑOL ha podido ver sus primeras imágenes, así como charlar con su realizador. Estas son las claves de una de las películas del año.
1. El origen
El proyecto venía de lejos. No era la primera vez que se intentaba levantar y Alberto Rodríguez no ha sido el único que ha tenido la película entre manos. Él mismo confesaba que Enrique Urbizu estuvo a punto de dirigirla, pero que finalmente terminó bajo su mando. Por primera vez se enfrenta a un encargo, pero lo hace con la misma ilusión que las películas que han nacido de su necesidad.
En esta ocasión ha salido de la productora Zeta Zinema, que han estado detrás desde los orígenes y que han encontrado en Rodríguez su mejor aliado para levantar una historia ambiciosa en la que nada es lo que parece, algo que llamaba la atención del realizador, que se encargó del guion junto a su habitual colaborador (Rafael Cobos) para crear “un juego de espejos en el que no se sabe qué es verdad y qué es mentira”.
Un espía no es más que un timador y aquí nadie queda bien ni mal, son todos unos mentirosos
Su primera idea era contar toda la vida de Francisco Paesa, un filme inabordable y de difícil financiación, por lo que se quedó en los 304 días de la fuga de Roldán para “dar la vuelta a las películas de espías”. “Un espía no es más que un timador y aquí nadie queda ni bien ni mal, son todos unos mentirosos”, contaba Rodríguez que aun así ha optado porque el espectador tenga la “sensación extraña” de empatizar con los estafadores.
2. La investigación
El punto de partida de la película es el libro El espía de las mil caras, de Manuel Cerdán, exdirector de Interviu y el hombre que pudo entrevistar a Paesa en París. Pero eso sólo fue el comienzo de una investigación que les llevó a hablar con periodistas, jueces y gente que conoció a alguno de los protagonistas. Desde 2012, antes incluso de La isla mínima, comenzó esta laboriosa tarea en la que no consiguieron hablar ni con Paesa ni con Roldán, aunque con este último surgió la posibilidad poco antes de comenzar el rodaje pero fue rechazada por Alberto Rodríguez. “No sabía si me merecería la pena, porque lo mismo tocaba reescribir el guion otra vez”, afirma.
Destaca que la gente con la que habló no tuvieron problema en contarles su versión, ya que nunca se atreve a mentar a 'la verdad', pero que siempre le pidieron confidencialidad para que no salieran sus nombres. Eso sí, durante el rodaje en París había una bromita constante: ¿y si Paesa les estuviera viendo?.
3. La transición
La película tiene lugar en 1995, pero aun así hay un espíritu que la une con La isla mínima, y es la huella de la Transición española. Mientras que su thriller anterior se enmarcaba de pleno en ese contexto histórico, en esta ocasión la acción ocurre después de la fecha 'oficial' de su final. Para Alberto Rodríguez el interés por ambas historias surge de lo mismo, y es que las dos hablan también de las heridas de un país marcado por la dictadura y que tiene que convertirse de golpe en una democracia.
De hecho, Alberto Rodríguez sostiene que es una época de la que todavía se arrastran cosas, y que “no hay más que ver el telediario todos los días para darse cuenta, o fijarse en la economía para ver que la situación es comparable”. De nuevo un filme de suspense para revisionar las cloacas de nuestra historia.
4. Paesa, un truhán y un señor
Una de las claves de la película era encontrar al actor que diera vida a Francisco Paesa. La dificultad no estaba en el aspecto físico o en la caracterización, ya que nadie tiene una imagen en su mente del espía, sino en encontrar su esencia, la de alguien que, como dice la canción, es un truhán pero también un señor.
“Francisco Paesa es turbio, pero también es un seductor, es un artista del engaño”, explicaba Alberto Rodríguez, que escuchó un par de entrevistas con el espía antes de tomar la decisión de que no había que imitarlo, sino construirlo. Para ello nadie mejor que Eduard Fernández, uno de los mejores actores españoles para ese hombre que “en los 90 vestía como un dandi de los 80”.
Francisco Paesa es turbio, pero también es un seductor, es un artista del engaño
En las imágenes mostradas a la prensa, Fernández ya muestra de lo que es capaz, y su “nadie dijo que hacerse rico fuera barato”, suena a frase lapidaria. El encanto del pillo, del tramposo, es lo que había que conseguir para alguien que, como opina el director, “no es ni un corrupto, está en otra liga. No tenía una ética que se pudiera corromper”.
5. La calva de Roldán
Y si dar vida a Paesa era complejo, no mucho más sencillo era hacer lo propio con Luis Roldán. En esta ocasión entraba en juego que todo el mundo conoce físicamente y tiene una imagen muy clara de su rostro, por lo que había que jugar con la caracterización. Puede que por ello hayan optado por un actor con menor presencia en cine como Carlos Santos (Los hombres de Paco), para que intérprete y personaje no se confundieran.
Uno de los detalles más triviales, pero que más importancia tuvo, fue la famosa calva del exdirector de la Guardia Civil. Santos se rapó al cero, pero luego fueron modificando su cabeza con maquillaje y moldes para clavar a Roldán. Incluso se han permitido alguna licencia de cara a cumplir con lo que espera el espectador. “Roldán tiene una imagen icónica, por eso le mostramos con barba aunque en esa época no la tenía, pero le recordamos así”, explica el realizador que, según presente el filme (con muchas posibilidades de estar en el Festival de San Sebastián), se pondrá manos a la obra con su primera serie, La peste, para Movistar +.
6. Entretenimiento por encima de política
A pesar de la importancia del contexto político y que la detención de Roldán supuso un terreemoto para el gobierno del PSOE, Alberto Rodríguez incide una y otra vez en que esta “es una película de entretenimiento pensada para el espectador”.
Es un filme de espías, una vuelta de tuerca en la que lo que ocurre alrededor es igual de importante y enriquece el suspense. “Seguro que tiene otra lectura, pero la película tiene la pretensión de ser una historia de espionaje y espero que no se use políticamente, porque no es mi intención”, zanja Rodríguez. La muestra de que ha querido despegarse del ataque directo es que sólo aparece un político real, y ya avanza que no cree que le vaya a divertir mucho su inclusión: “Sólo sale Belloch, y no creo que le vaya a gustar la película”.