Cada cosa que hace Pixar está bajo el escrutinio de todo el mundo. Ha malacostumbrado a la crítica y al espectador con obras que desbordaban originalidad y riesgo en el campo de la animación. Durante años encadenaron títulos como Ratatouille, Wall-E o Up, dejando un listón tan alto que ni ellos mismos pudieron superar. Con ellos ocurrió lo mismo que con realizadores como Martin Scorsese o Woody Allen, a los que siempre se les pide tal nivel que cada nueva obra se recibe con la etiqueta de 'trabajo menor'.
Muchos firmarían para sí trabajos menores como Brave o El viaje de Arlo. Pese a todo volvieron a la carga y el año pasado entregaron Del revés, con la que rindieron a todo el mundo (Oscar incluido). El principal problema de Pixar es que estas películas menos redondas han venido en una época en la que también han entrado en una dinámica de secuelas y precuelas que parecen, ellos lo niegan, más destinadas a arrasar en taquillas y tiendas de juguetes que entre los espectadores más exigentes.
Sólo así se entiende que dieran el visto bueno a un subproducto como Cars 2, la única película realmente mala de su carrera. Eso y el empeño personal de un John Lasseter enamorado de Rayo McQueen y emperrado en perpetuar una saga que nunca debió existir. Pero no todas las segundas (o terceras) partes fueron malas. Con Toy Story dieron en la cara a todo el mundo. Cuando hay talento y una buena idea da lo mismo que el filme sea la continuación de otro.
Ahora llega a las salas una nueva secuela, en este caso de uno de los clásicos de la compañía: Buscando a Nemo. Fue el primer Oscar a la Mejor película de animación para ellos, un pelotazo en taquilla y además empezó a marcar el canon de excelencia que luego se haría habitual. La cinta de Andrew Stanton también consiguió que la Academia de Hollywood se acordara de nominar su guion original. Una proeza para el cine de animación.
'Buscando a Dory' calca la estructura de su predecesora. Un viaje que desafía a la técnica y hace preguntarse hasta dónde serán capaces de llegar los genios de Pixar en la calidad de la animación
Dory, Nemo y compañía son de los personajes más queridos por la gente y esta nueva aventura no podía defraudar. Por eso han apostado por una de las constantes de las secuelas actuales. Apelar a la nostalgia, al original, apostar por la fórmula que funciona y actualizarla lo justo para cumplir. Buscando a Dory es una buena película, sí. Que nadie se espere otro trompazo como el de los cochecitos. Es divertida, ágil y técnicamente una delicia. Su principal problema es que ya existe Buscando a Nemo.
Ahora la película cambia el foco y sitúa como protagonista a Dory, la entrañable secundaria con pérdida de memoria a corto plazo. Empeñada en buscar a su familia se perderá por el océano y Nemo y Marlin seguirán su rastro. Por el camino encontrará nuevos amigos entre los que se encuentra un pulpo con hablidades de camuflaje o una hembra de tiburón ballena miope.
¿Les suena la fórmula? Efectivamente, Buscando a Dory calca la estructura de su predecesora. Un viaje de autoconocimiento y superación personal entre los que cabrán todo tipo de gags y escenas de acción inverosímil que desafían la técnica y hacen preguntarse hasta dónde serán capaces de llegar los genios de Pixar en la calidad de la animación.
Los chistes funcionan, el ritmo es el de un reloj y amamos a esos personajes, pero la capacidad de riesgo es mínima. Sólo en ese clímax fuera del agua parecen buscar el más difícil todavía. Hasta entonces apuestan a lo seguro, e incluso van colando a personajes de la primera parte como guiños para los ya iniciados. Toques para avivar la morriña, que unidos a la magnífica música de Thomas Newman hacen difícil no sucumbir al encanto del filme a pesar de la sensación de deja vu.
Uno de los mayores aciertos de Buscando a Dory es que ha sobrevivido a la maldición del secundario gracioso. Un mal que ocurre casi siempre que se otorga el protagonismo al típico personaje cachondo que gusta a todo el mundo pero que como principal resulta cargante. Ocurrió con Los minions o con El gato con botas. Personajes que desengrasaban la acción en sus apariciones esporádicas, pero que como estrellas resultaban cansinas. Aquí no ocurre. El contrapunto otorgado con el pulpo Hank hacen que Dory siga siendo el elemento cómico sin que resulte pesada.
El reencuentro con estos personajes trece años después es tan satisfactorio como incompleto. Un divertimento de altura, un blockbuster que reventará la taquilla con justicia, pero a los genios se les pide más, se les pide incluso que se estrellen si hace falta. Pixar puede (seguro que lo hará) y debe dar más. Ellos son de los pocos que pueden conseguir que la gente deje de pensar en que los dibujos animados son sólo para niños.