Steven Spielberg, el gigante que va por libre
El cineasta regresa a la fantasía con esta adaptación de 'El gran gigante bonachón', un libro infantil de Roald Dahl. Su vuelta a los relatos fantásticos para niños donde ya demostró su genio antes.
8 julio, 2016 01:13Noticias relacionadas
Mi amigo el gigante es una película rara, muy desconcertante. Ahí están, a la vez, su virtud y su defecto. Tiene muchas cosas buenas, la principal, su total desconexión del cine infantil contemporáneo. Quizá porque sea el único que pueda permitírselo, Steven Spielberg va absolutamente por libre. Hace la película que quiere, sin tener en cuenta la coyuntura o lo que funciona en el cine de entretenimiento actual. ¿Es entonces su película un ejercicio de nostalgia? Tampoco. Sonaba a recreación del cine familiar que hizo en los 80 y principios de los 90, pero no es exactamente eso.
La conexión entre Mi amigo el gigante y, por ejemplo, E.T. El extraterrestre (1982) es obvia. La mirada infantil, la irrupción de lo fantástico en lo cotidiano, la orfandad o la ausencia de las figuras paterna y/o materna, la busca en un universo imaginario de las claves para interpretar la realidad… Fundamentales en la obra de Spielberg, estos temas están en este cuento sobre la amistad entre una niña (Ruby Barnhill) y un gigante (un armatoste digital con los gestos y la voz del actor Mark Rylance). Pero no es un remedo de aquellos filmes con los que creó todo un modelo de entretenimiento. No es ni una película vintage ni puramente Spielberg.
Es una película fuera del tiempo (de éste, de cualquier otro) y, quizá porque adapta un libro de Roald Dahl, liberada de muchas constantes del cine de su autor. Y eso, en tiempos de domesticación e imitación, es una maravilla. Puede sonar algo cursi, pero Spielberg es aquí un poco como el gigante de la película: como no le gusta lo que hacen sus semejantes, se separa de ellos y persigue la fantasía por su cuenta. Mi amigo el gigante es interesante por eso. También por su apuesta radical por una fantasía descaradamente ingenua e infantil, sin perseguir con desespero la complicidad del adulto. Aunque, en realidad, Spielberg nunca haya buscado eso: sus películas no tienen dos niveles de lectura, el de los niños y el de sus mayores. Son valiosas precisamente porque llegan a todo el mundo de la misma manera, sin recurrir a subterfugios o guiños cómplices con es espectador avezado. Aun así, es cierto que Mi amigo el gigante se lo pone difícil al adulto para perderse en ella.
Pese a sus cosas buenas, no es de los mejores filmes del cineasta. Su guión es demasiado esquemático, simple y reiterativo, lo que lleva a plantearse que quizá la sencillez del libro de Dahl no era compatible con Spielberg. La traslación a la pantalla de la novela, que conoce adaptación animada de 1989, requería un par de vueltas más. Por otro lado, el sentido del humor del autor del libro y del cineasta no casan del todo bien. Y al filme le faltan, sin duda, densidad dramática y encanto. No hace falta recordar esto a estas alturas, pero Spielberg es un maestro.
Es imposible no alucinar con cómo piensa las escenas, cómo las planifica, cómo dirige las acciones que hay en ellas. Aquí es especialmente brillante jugando con las distintas dimensiones de los personajes principales. La primera secuencia del filme es, simplemente, prodigiosa. Sin embargo, en parte por los excesos digitales, Mi amigo el gigante es a ratos más bien fea (sobre todo las escenas donde aparecen todos los gigantes) y pide a gritos más momentos de magia.