El país está hecho unos zorros: los hippies, los negros, las drogas, los Beatles. Y su ruina. Tras unos años de sequía y al borde de la quiebra, Elvis -con 35 años y adicto a los barbitúricos- regresa con fuerza a llenar Las Vegas. El negocio remonta, pero EEUU pasa por una encrucijada. Todo marcha cuesta abajo a ojos del rey del rock, es un momento decisivo y el músico está convencido de que, como Jesús, es un agente especial de dios. Está en sus manos remediar la decadencia que han traído los comunistas y los antiamericanos.
Elvis Presley quiere ser “Agente Federal Independiente” para actuar contra la mala sombra. Debe hacérselo saber al presidente, Richard Nixon, para que le otorgue los privilegios. Escribe una carta en un vuelo entre Los Ángeles y Washington y le cuenta que los líderes de la izquierda, los Black Panthers, los hippies y los artistas pop le respetan, así que podría servir a su patria como agente infiltrado.
“He estudiado profundamente el abuso de drogas y las técnicas comunistas del lavado de cerebros”, se puede leer en la carta que se conserva en la mansión de Graceland (Memphis, Tennessee)… como la placa concedida por Nixon tras la reunión, el 21 de diciembre de 1970, en la Casa Blanca. La foto que manda en este artículo es la imagen más comprada en los archivos de la Casa Blanca. Más que las fotos del Apolo 11, en la Luna.
“¿Crees que existiría Elvis Presley si este país fuese comunista? Claro que no”, le dice a su socio Jerry Schilling, en el avión que les lleva a Washington. Michael Shanon es el músico en la película Elvis y Nixon, que se estrena este viernes en España, y Kevin Spacey es el presidente. La cinta llega a la reunión en los últimos minutos del largometraje, sin evitar ver en el encuentro rodado una caricatura de la historia real. Hasta Spacey está sobreactuado.
Respeto, por favor
Está convencido de que las calles viven la tormenta perfecta con drogas que arruinan las mentes de los jóvenes, que se dejan engañar por el comunismo. “¿Qué clase de hombre sería si no me ofreciera a ayudar?”, se pregunta en la ficción. Había que “restaurar el respeto por la bandera”. Años más tarde, su esposa Priscila Presley contaría en su biografía que Elvis uso la placa para introducir drogas y armas en cualquier país.
Cuesta ir más allá de la realidad cuando se desclasifica -en 2007- un informe de la reunión más pintoresca del primer presidente norteamericano en perder una guerra. La imaginación podría haber pintado una Casa Blanca tomada por los manifestantes contra Vietnam y la matanza de My Lai, mientras Elvis rajaba contra Lennon y McCartney en la Sala Oval y se fotografiaba con Nixon, con toda su parafernalia. El revolver Colt 45, con las siete balas de plata, se lo entregó al presidente como recuerdo de la visita, en una caja conmemorativa.
El encuentro se formalizó, por supuesto, con la chapa -Elvis ya era sheriff en cinco estados, al menos-, un abrazo y un plan para impulsar una causa antidrogas, capitaneada por el rey, un hombre enganchado a la Dexedrina (anfetamina) o el Demerol (analgésico), entre otras. Y un disco en el que debería aparecer un tema titulado Get High On Life, “ya que el verdadero talento es resultado de la disciplina y no de la euforia química”, dijo el rey, tal y como se recoge en las anotaciones del encuentro, en los archivos de la Casa Blanca. El primero que necesitaba escapar del talento asistido era él.
La extravagancia del rey chocó con Nixon, una grisalla hambrienta de reconocimiento entre los votantes más jóvenes, cuya caída en picado no había hecho más que empezar. Traje negro, con algo de terciopelo, camisa blanca, pantalones ajustados y campana, las inconfundibles gafas y un cinturón gigante chapado en oro, regalo del propietario del International Hotel de Las Vegas, el multimillonario, y padre de los grandes casinos, Kirk Kerkorian.