La infancia parece algo idílico. No hay preocupaciones. No hay hipoteca ni paro ni problemas más allá de pasarlo bien, descubrir el mundo y hacer amistades. Sin embargo, y aunque el cine siempre nos lo haya plasmado como ese lugar al que todos queremos regresar, la toma de conciencia y la pérdida de la inocencia tienen algo de traumático. De repente los niños no son tan niños y empiezan a cuestionar las decisiones de sus padres. En la unión de esos dos mundos, el adulto y el infantil, se mueve el director Ira Sachs con Verano en Brooklyn, su nueva película en la que muestra cómo cualquier elección de los progenitores afecta a los cimientos de sus hijos.
Es lo que ocurre cuando Theo y Jake, dos niños que rápidamente se hacen mejores amigos aunque no tengan nada que ver el uno con el otro, observen cómo el alquiler de la tienda de la madre de uno de ellos se convierte en motivo de una disputa con muchas papeletas para acabar distanciándoles. Los críos no entienden que algo a lo que ellos no le dan importancia, como el dinero o la propiedad privada, pueda ser tan importante. La idea de Verano en Brooklyn nació casi como un gag. Sachs pensó en una escena en la que dos amigos se ponen en huelga y a partir de ahí tiro del hilo. “No puedes pensar en la infancia sin hacerlo también en la relación que los niños tienen con sus padres. El comienzo del filme está muy inspirado por el espíritu de Ozu, esos niños en huelga que son de barrios y culturas muy diferentes, pero también le dimos ese toque de Romeo y Julieta con dos familias enfrentadas”, cuenta Sachs a EL ESPAÑOL.
Sachs se ha convertido en la última década en uno de los nombres fundamentales de un cine indie cargado de buenos sentimientos que cautiva al espectador y a los festivales. Lo demostró con Keep the lights on y el año pasado con El amor es extraño, con la que se dio a conocer en muchas industrias como la española. En aquellas obras el director utilizaba muchos elementos autobiográficos para narrar historias de amor homosexual. Sachs es un activista por los derechos de los gays y uno de los directores que más abiertamente ha tratado al colectivo LGTB en el cine de EEUU reciente.
En Verano en Brooklyn también tira de su propia experiencia, pero la de su infancia y las dificultades de crecer, separarte de amigos que pensabas que serían para toda la vida y no entender las decisiones que tus padres consideran justas. “De algún modo hay algo muy útil en que los niños no se enteren de nada, porque al no notar las diferencias, ya sean económicas, raciales, o culturales, se hacen amigos sin dudarlo. Los niños no piensan en el pasado de sus amigos, pero con el tiempo se hace necesario entender a los padres, creo que es algo que comprendemos cuando llegamos a la madurez”, explica.
Los niños no piensan en el pasado de sus amigos, pero con el tiempo se hace necesario entender a los padres, creo que es algo que comprendemos cuando llegamos a la madurez
Si hay dos adjetivos a los que Ira Sachs tiene alergia es a 'sentimental' y 'nostálgico'. El realizador huye de esos términos y se esfuerza en que sus películas no lo sean, aunque en ocasiones, como en Verano en Brooklyn sea muy tentador al hablar de la infancia. “Espero que no sea nostálgica, lo intento evitar igual que intento evitar el sentimentalismo. Quiero ser realista y para mí la forma de serlo es ser consciente de la importancia y el lugar que ocupa el dinero en la vida real, si eres consciente de eso no puedes ser nostálgico porque la verdad es demasiado dura”, dice con seguridad.
Lo hace en un momento en el que Hollywood se encuentra enfermo de nostalgia. Las series como Stranger Things beben de ella, y hasta las grandes sagas como Star Wars han caído rendidos a su poder. "Esto ocurre porque la nostalgia es muy fácil de vender y los creadores entran en la comodidad. La nostalgia ofrece un imaginario colectivo internacional que funciona de forma fácil en todo el mundo, y eso da dinero. La nostalgia es un truco del capitalismo”, zanja con autoridad Ira Sachs.
Cine sin dinero
Parte del éxito del filme se basa en la química y las interpretaciones de los dos jóvenes protagonistas, Michael Barbieri y Theo Taplitz, el primero un chaval latino que quiere ser actor, el segundo un joven retraído que pinta como forma de escaparse, de su unión saldrá una relación casi platónica. Sachs incluso se atreve a sugerir algo más en un guion que reescribió de acuerdo a la personalidad de estos dos críos.
“Cuando encontré a Theo era muy maduro en muchas formas, pero no era consciente de su propia sexualidad, así que no era justo hacer imposiciones en ese sentido al personaje, no sería auténtico. Creo que la relación entre ellos es romántica, pero no de una forma sexual. Disfrutan de la alegría de ser jóvenes y eso es otro tipo de amor que normalmente no se ve. Es verdad que al final de la película tu ves que Theo ha entrado en un mundo en donde la homosexualidad está presente y a su alrededor, es un mundo mucho más abierto y muy diferente de la escuela católica donde va Tony. Eso es muy optimista para Theo”, opina Sachs.
Creo que la relación entre ellos es romántica, pero no de una forma sexual. Disfrutan de la alegría de ser jóvenes y eso es otro tipo de amor que normalmente no se ve
El director repite una forma de producción en la que rueda con grandes actores por muy poco presupuesto. En esta ocasión Greg Kinnear, Jennifer Ehle y Paulina García (en un papel que escribió para ella) aportan la experiencia. Una forma de producción que, aunque rentable, le gustaría abandonar “para pagar mejor a la gente, porque al hacerlo de esta forma, de alguna forma les estás explotando. Les estás diciendo que vengan a trabajar por menos dinero que el que realmente merecen”.