La cultura y sus múltiples representaciones son el motor de sensibilización y pensamiento de una sociedad. El cine nos ha estimulado, incentivado y canalizado la reflexión crítica. Pero en el momento en el que se convierte en una industria rentable, las películas se sustituyen por ilusiones. La mayor parte de las corrientes cinematográficas que apuestan por una lectura intelectual son europeas.
Desde la nouvelle vague francesa al Dogma danés pasando por el surrealismo, el expresionismo alemán o el neorrealismo italiano. De ahí nace la gran baza de Hollywood: convertirse en una fábrica de sueños. Sueños que en ocasiones, como sucedía en el final de El halcón maltés, solo sirven para cubrir una vulgar figura de plomo. De esa manera, las películas se convierten en la representación de una realidad fabricada con ese mismo material que recubría la supuesta reliquia templaria en la película de John Huston.
La vejez marginal
¿Se han detenido un momento a pensar cuantas películas han visto en la última década protagonizadas por actores y personajes mayores de 60 años? Ya se lo digo yo: pocas. Muy pocas. Cuando la edad adulta supera los 60 años, se convierte en invisible, negándole su presencia, su relevancia, su heterogeneidad y su protagonismo. Exactamente igual que sucede en la sociedad existente.
Puede que sea ésta la que inspire la ficción pero la invención tampoco hace nada por concienciar a una comunidad cada vez más individualista y absolutamente narcotizada por la juventud como único valor útil cuando la juventud, por sí misma, no tiene ningún mérito más allá del puramente biológico.
A la juventud hay que dotarla de inquietudes, de deseos, de compromisos, para que se convierta en un estímulo. De la misma manera, la representación de los ‘mayores’ –ya ni les hablo de la tercera edad- es muy secundaria (su protagonismo no es atractivo ni vendible) y se acaban convirtiendo en lastre o, directamente, desaparecen de la historia.
El actor Jeff Bridges acaba de estrenar 'Comanchería', un thriller que ya es, para muchos, la sorpresa cinematográfica del año y que le ha vuelto a situar en todas las quinielas de los premios que se entregarán el año que está a punto de comenzar. Y tiene 67 años
El actor Jeff Bridges acaba de estrenar Comanchería, un thriller que ya es, para muchos, la sorpresa cinematográfica del año y que le ha vuelto a situar en todas las quinielas de los premios que se entregarán el año que está a punto de comenzar. Y tiene 67 años. Es verdad que Bridges nunca ha sido una estrella al uso pero su caso podría servirnos de ejemplo. No ha comulgado con la factoría hollywodiense.
Una vida propia
No buscaba la fama como fin único y eso le ha permitido elegir los personajes sin sentir que debía pagar un precio elevado por ello. Ha diseñado su carrera a su antojo y no al ritmo que marcaban los estudios y la audiencia. Se puede pasar un año sin rodar y regresar al año siguiente con cuatro proyectos. En la meca del cine le conocen como Mr. Nice Guy (el Señor Estupendo) y uno no sabe si con doble intención o con sincera devoción pero lo evidente es que ha sabido ir cumpliendo años sin renunciar al carácter que le otorgan ni a los personajes con matices, objetivos y de un interesante potencial psicológico.
El hecho de pertenecer a una importante saga de actores estadounidenses pudo marcar el interés de Bridges por la interpretación rodando sus primeras películas con apenas veinte años. Le hemos visto hacerse mayor en pantalla. Y le hemos visto crecer en sus interpretaciones. Pero no es un habitual de las salas de cine.
Como no lo es Robert Redford (80), Morgan Freeman (79), Dustin Hoffman (79) o Gene Hackman (86), por mencionar solo algunos. Robert de Niro (73), por ejemplo, podría ser uno de los más activos en la cartelera pero la magnitud de los personajes que le ofrecían con 30 años (Taxi Driver, Toro Salvaje, El Padrino II) no se aproxima ni remotamente a los papeles que ha interpretado en la última década (Mi abuelo es un peligro, El becario, Mejor…¡Ni me caso!).
Robert de Niro podría ser uno de los más activos en la cartelera pero la magnitud de los personajes que le ofrecían con 30 años no se aproxima ni remotamente a los papeles que ha interpretado en la última década
Y ese es un reflejo de la sociedad actual en la que los mayores apenas tienen protagonismo. Y eso, en el caso de las actrices, llega a rozar límites dramáticos. Hasta el gran Billy Wilder dejó de rodar porque ninguna compañía de seguros quería hacerse responsable de un rodaje que tuviese al frente a un director tan mayor. El cine, como la sociedad, va relegando a los mayores hasta un lugar en el que lo único que les permitimos es esperar la muerte. Y no se me ocurre mayor muestra de ingratitud que esa.
La sociedad del siglo XXI va a tener que enfrentarse a dos retos fundamentales: la soledad y la vejez. Algunas veces, la mayoría, irán de la mano. Otras, coexistirán en universos paralelos. Pero el envejecimiento de la población no es un tema de Cuarto Milenio. Los cálculos de Naciones Unidas están ahí e incluso le han puesto un nombre: edadismo. Es la existencia de estereotipos y conductas discriminatorias hacia las personas por razón de su edad. Y cuando eso se refleja en el cine, es que algo estamos haciendo mal.