“Y tus navidades… ¿bien o en familia?”. La típica bromita que se hace todos los años esconde también mucha verdad. Es con las personas más cercanas y con las que más confianza hay con las que sale lo peor de nosotros. Son años de historias juntos, de reproches acumulados que saltan en el momento más inoportuno. No es de extrañar que el cine y el teatro se hayan basado siempre en ese caldo de cultivo para crear tragedias actuales. Sólo hay que mirar cómo este año el cine español ha estrenado Las furias y María (y los demás), en las que la familia es el núcleo del que no podemos escapar, al que se acude cuando uno está triste, pero en el que explota todo al más mínimo movimiento en falso. De vez en cuando surgen algunas en las que todo es idílico, tanto que parece sacado de una película de Hollywood. Es el caso de la relación maternofilial de Debbie Reynolds y Carrie Fisher, que ahora se muestra en Bright Lights, el documental que acaba de estrenar HBO.
El filme, dirigido por Fisher Stevens y Alexis Bloom, se cuela en la vida de las dos estrellas y nos muestra su intimidad y el vínculo tan potente que las unía. Cuando falleció Carrie Fisher a finales del pasado año y pocos días después lo hacía Reynolds, todos comentaron que era el corazón de una madre lo que se había roto al ver morir a su hija. Tras ver Bright Lights no queda ninguna duda. Fisher y Reynolds eran más que familia, eran amigas, confidentes. El bastón en el que se habían apoyado para superar los muchos golpes que les habían dado.
Las primeras imágenes lo dejan claro. Carrie Fisher habla con su perro, su otro fiel amigo, y prepara un postre. Sale de su casa, anda cien metros de jardín y cruza una puerta. Ya se encuentra en casa de Debbie Reynolds, que la espera como todos los días. Allí comen, bromean y hasta se atreven a reírse de su pasado, que se encuentra en cada esquina de esa casa, hasta dentro del armario. Allí Debbie Reynolds saca un vestido de Elizabeth Taylor que compró en una subasta. La amante del que fuera su marido y padre de sus hijos, Eddie Fisher, y que rompió su idílica vida. Un triángulo amoroso que sacudió a Hollywood y también a la actriz, que ya era capaz de reírse de unos de los cuernos más famosos de la historia del cine.
Entre tanta cotidianidad los directores insertan imágenes de las películas en las que ambas trabajaron, y también de los vídeos caseros que guardan en algún baúl de los recuerdos. En ellos Carrie Fisher se muestra feliz, risueña, una imagen que a ella misma le choca, ya que sus recuerdos son siempre amargos y vinculados a su enfermedad: una personalidad maniaco-depresiva que la llevaron al consumo de drogas desde muy joven. “Me filmaste siendo feliz”, comenta Fisher en la película, a lo que su madre responde que “tiene que aceptar que hubo grandes momentos”. “Lo sé”, zanja Fisher. Ahora ya lo admite, cuando está en paz con su pasado.
'Bright Lights' es el testamento cinematográfico de una madre y una hija que aprendieron a entenderse y acabaron formando un vínculo único y entrañable
Fisher, como siempre demostró, no se corta a la hora de hablar de cualquier tema, y trata de nuevo el tema de su enfermedad y su adicción a las drogas. Consumía “para matar el dolor” que tenía dentro y que no entendía. Su hermano también explica cómo fue testigo de su descenso a los infiernos. Pasó de fumar marihuana con él a los trece años a sustancias que Todd Fisher ni siquiera conocía.
Una vida en el escenario
Además de en sus casas, la cámara se cuela entre bambalinas, acompaña a Carrie Fisher a las convenciones de fans de Star Wars, y a Debbie Reynolds a los espectáculos que seguía haciendo por salas de EEUU. Su hija cree que debería dejarlo y descansar, y cree que incluso le cuesta dinero, pero la actriz de Cantando bajo la lluvia lo tiene claro: “Estaré en un escenario hasta que me muera y después que me pongan en un museo”. Esos shows de cabaret y humor que tan bien se le dieron y que la mantuvieron en activo cuando el cine dejó de darla trabajo.
Fue precisamente eso lo que supuso un punto de tensión en la relación entre madre e hija, ya que Reynolds siempre quiso que Carrie Fisher hiciera shows en directo con canciones y humor, algo que la mítica princesa Leia siempre se negó a hacer, aunque durante años apareció esporádicamente en alguna actuación de su madre dejando a todos con la boca abierta. “Ojalá tuviera yo esa voz”, se oye decir a Debbie Reynolds en el documental, mientras deja claro que terminó entendiendo por qué su hija decidió apartarse de esa parte del espectáculo: “No quería ser como yo, ni tampoco como su padre, quería seguir su propio camino”.
Uno de los momentos más emotivos del filme, en el que se vuelve a poner de manifiesto la relación perfecta que alcanzaron madre e hija, es todo lo que ocurre alrededor del premio honorífico que el sindicato de actores de EEUU le entregó el año pasado a Debbie Reynolds. Una semana antes, durante los ensayos, Carrie Fisher recibe una llamada de uno de los asistentes que le indican que su madre no se encuentra bien y que incluso no pueda asistir a la entrega del premio. Fisher, que siempre se muestra cínica, dura e impenetrable, se aleja de las cámaras para evitar mostrar su tristeza y preocupación.
Son esas pinceladas de intimidad donde uno descubre a dos personalidades insobornables que aprendieron a aceptarse con sus errores y a perdonar todo lo ocurrido en el pasado. Ahora eran sólo una, y así se fueron, de una sola vez.