¿Cómo suena la corrupción? ¿Cuál es la banda sonora de los fondos reservados, de las offshore y de las tarjetas black? Imaginen que tienen que ponerle música a Francisco Paesa, ese espía que engañó a todo un país, se llevó nuestro dinero y acabó con nuestra inocencia democrática. O a Roldán, ese jefe de la Guardia Civil con ansias de poder que no se dio cuenta de que era el objetivo perfecto para un trilero más hábil que él. Tarea difícil. Eso es lo que le tocó hacer a Julio de la Rosa, compositor de confianza de Alberto Rodríguez, que le encargó la banda sonora de El hombre de las mil caras, por la que opta a un Goya que ya ganó en La isla mínima.
De la Rosa está enfrascado ahora en crear música para películas y series -él se encargará de la de La peste, lo nuevo de Rodríguez para Movistar +-, pero antes de todo ya era conocido por el grupo El hombre burbuja y sus discos en solitario. El último de ellos ya hace cuatro años. También escribe novelas y poesía. Una especia de hombre del renacimiento que, precisamente, huye de cualquier tipo de academicismo. También en sus bandas sonoras, siempre sorprendentes y hurgando en los lugares menos comunes. Cualquier compositor hubiera tirado de sobriedad para El hombre de las mil caras. Él se ha ido al lado opuesto.
A una semana de los Goya asegura no estar nervioso por el premio, porque cree que esta vez no le toca. “Esto va rotando y me pongo nervioso dependiendo de las posibilidades que creo que tengo”, cuenta a EL ESPAÑOL. Su relación con Alberto Rodríguez ya está en ese punto en el que saben lo que quieren con una mirada, y en esta ocasión fue fundamental. “Normalmente mientras él hace el montaje yo hago la música y hacemos ping pong con eso para que todo engrane y vaya como una locomotora. Pero en esta ocasión él tenía tal monstruo con el montaje de la película que estaba encerrado y le hice una propuesta casi sin hablar y di en el clavo. Me dijo: 'gracias por esa música, porque gracias a ella he encontrado la manera de montarla y el ritmo'. Eso es lo mas bonito que se le puede decir a un músico. Vale por todos los premios del mundo”, explica.
Para él Paesa y Roldán tenían que tener “un toque gamberro”. “Es una gamberrada, hay muy pocas notas y muy cercas una de otras. Necesitaba un tempo ágil y dinámico para que te obligara a estar ahí, apretado en la butaca, pero luego es una película de espías, así que la película cae en un pozo armónico de texturas más oscuras para volver arriba otra vez. Tres películas en una”, dice con sorna.
Nada de orquestas sinfónicas
El proceso creativo no surge con una idea, sino con una serie de negaciones, descubrir lo que no le gusta. “Es a base de 'noes', de establecer lo que no quieres, de decir: no quiero una orquesta sinfónica, no quiero música que los acompañe sin más, no quiero apiadarme de ellos, así que me quedaba que estos tíos son unos timadores, y si ellos son gamberros yo también lo iba a ser musicándolos”, dice a este medio.
No quería una orquesta sinfónica, ni una música que los acompañara sin más, ni apiadarme de ellos. Me quedaba que estos tíos son unos timadores, y si ellos son gamberros yo también lo iba a ser
Evitar esas bandas sonoras orquestales y pomposas es una marca de la casa y una de las obsesiones del tándem Rodríguez-De La Rosa. “Los dos somos antiorquesta, nos parece una forma de hinchar la múisica de las películas. Son texturas que hemos visto tantas veces que pasan como el agua, no transmiten de usadas que están. Con Alberto nunca uso cuerdas ni piano, que sí las uso en otras películas. Es verdad que los compositores tienden a los sinfónico, pero yo soy un poco anti-eso. Considero a las orquestas sinfónicas una herencia del cine clásico de EEUU que ya está superada por ellos mismos. Hay tantos instrumentos que sería un desperdicio desechar todas esas posibilidades que hay. Para mí es una forma de hacer música manida”, dice con seguridad.
Las influencias del score de El hombre de las mil caras no están en otros compositores, ni siquiera en esos Trent Reznor y Atticus Ross que hicieron una operación parecida con La red social. Hay que irse a las bandas new age neoyorquinas de los 70, especialmente Suicide. Quería algo que no tuviera un sitio y un tiempo concreto. “Renuncié al momento histórico y a la situación geográfica, es decir lo que suele hacerse yo no lo hice y me lo pase por el forro. Hemos visto tantas películas así... Si algo ocurre en escocia y usas gaitas es tan obvio que pierde la fuerza. Jugamos a ir a la contra, y eso si se trabaja, pues consigues una diégesis mucho mayor”, opina Julio de la Rosa.
Un origen entre cervezas
La llegada de Julio de la Rosa al mundo del cine se la debemos a Alberto Rodríguez, o mejor, a unas cañas en la Alameda de Hércules, en Sevilla. Allí se conocieron y pronto tuvieron química. “Entre cervezas me dijo que si quería hacer la banda sonora de Siete Vírgenes. Yo le dije que sonaba muy bien, pero que porque no metía música tipo Los Chunguitos o hip hop. El me dijo que no quería llevársela ahí y entonces dije que si que la hacía. Si puedo hacer otra cosa y mi paja mental si que me apunto. Funcionó muy bien, nos dio muchas alegrías y nos quedamos muy contentos”, recuerda.
Renuncié al momento histórico y a la situación geográfica, es decir lo que suele hacerse yo no lo hice y me lo pase por el forro
El cine le da “más libertad” para explorar que una canción, “que tiene un esquema cerrado que puedes retorcer, pero cuyo esqueleto va a estar ahí siempre, y eso te limita bastante”, pero las canciones tienen algo de uno mismo que hace que sea más doloroso, pero más personal. “Con las canciones tienes que mirarte el ombligo mucho, el mal trago del folio en blanco en el cine lo pasa el guionista, pero ahí lo pasa tú, aunque viendo mi experiencia a veces con una banda sonora hecha por encargo te muestras más de verdad que en esa canción con la que has filtrado y mostrado sólo una parte de ti. Nos da reparo mostrarnos”, opina el compositor.
De momento no le apetece mirarse el ombligo, prefiere esos encargos en los que se puede experimentar. Lo próximo en un thriller en la Sevilla del siglo XVI. ¿Se puede ir a la contra en una serie histórica ambientada hace cinco siglos?: “Te aseguro que sí”.