El cine español de los años noventa no se entendería sin Julio Medem. Su universo único, y hasta entonces desconocido para nuestras películas, empezó a calar en el público y en la crítica de todo el mundo. Tras ese debut, Vacas (1992), con el que ganó el Goya a la Mejor dirección novel, pasó por Cannes con Tierra (1996) y por Venecia con Los amantes del círculo polar (1998), siendo uno de los pocos realizadores españoles a los que se rifaban en los festivales internacionales.
Y si los noventa fueron suyos, con el cambio de milenio perdió su toque. La cosa comenzó bien con Lucía y el sexo (2001), pero tras la polémica por el documental sobre la independencia en Euskadi, La pelota vasca, la piel sobre la piedra (2003), paró cuatro años hasta encontrar un nuevo proyecto. Caótica Ana (2007) fue su divorcio oficial, que se confirmó con Habitación en Roma (2010) y Ma Ma (2015). Desde entonces sólo ha rodado un segmento para la película coral Kalebegiak (2016), aunque no ha parado de escribir y preparar proyectos que empiezan a coger forma.
Ahora vuelve al cortometraje de la mano de Amstel con El pelotari y la fallera, que bebe del humor costumbrista de Ocho apellidos vascos para contar la historia de dos cocineros “gastronómicamente incompatibles”.
¿Rodar un corto significa volver a los orígenes?
Sí, lo último que he hecho, bueno lo único que he hecho, además de escribir mucho, han sido dos cortos, el de Kalebegiak y este que lo rodé muy cerquita, en verano. Sí que vuelves a los orígenes, además es que en este caso como me han dejado libre he podido hacer ficción.
¿Es raro tener tanta libertad?
Es muy raro que te den tanta libertad, sí. En un principio, antes de empezar a rodar La ballena real, me propusieron un documental sobre una ruta gastronómica que empezaba en Bilbao, pasaba por Donostia e iba a Barcelona, Delta del Ebro y Valencia, y yo en seguida les propuse una ficción, que hubiera un vasco y una valenciana y un conflicto que tiene que ver con que son cocineros, y son gastronómicamente incompatibles, y les pareció muy bien y disfruté mucho de escribir cine.
¿No se veía de nuevo en el documental?
Me sentía más cómodo en la ficción, y me parecía más interesante.
¿Y lo del pelotari y la fallera, no es un tópico?
Es un arquetipo, es una guasa, una broma, pero tiene su alcance también. Es que hay sentido del humor también. De alguna manera el género al que más se puede parecer esta película es una comedia, pero no es plana, tiene huecos, recovecos y un disfrute con el juego de los lenguajes, porque son dos películas y cuatro personajes interpretados por dos actores.
Hay un juego que me parecía muy interesante de arranque que es hablar del trabajo de los actores. Asier y Miriam están totales y hacen trabajo doble, se interpretan a sí mismos y también a Mar y Unai. Me gustaba eso, que en esa lectura de guion, sin director, empiecen a interpretar libremente y a imaginar la historia y a sus personajes. Con esa idea de juego, porque a veces se asoman a esa historia de ficción y se funden, confunden, opinan…
Se enmarca en eso que está tan de moda que es el humor costumbrista.
Yo he hecho el juego de que se parezca a eso, de partir de ahí, pero le he dado un twist. No lo he dejado ahí, tiene otro alcance. Hay una primera capa con ese punto que es cercano y amable, pero luego he querido como cineasta darle huecos.
¿Por qué gusta tanto el humor costumbrista, porque es amable como ha dicho?
Gusta el hecho de que la propuesta sea así, en un primer término hay dos arquetipos, dos tópicos, pero luego está el juego de los actores, que están ensayando, de lenguaje, hay guasa, pero hay algo experimental también.
En 'La ardilla roja' para hacer una parábola contra el machismo hay situaciones machistas que ahora podrían ser insoportables.
Nos gusta reírnos de nosotros.
Sí, claro. Aquí no puede ser más tópico, pero insisto en que luego también está Asier Etxeandía que no responde al tópico del vasco. Y el guion que dice ella, Miriam dice: me parece muy previsible. Pues yo estoy haciendo eso, parto de un guion previsible y tópico que luego resulta que están los actores interpretando y buscando sus pliegues de ficción, eso es lo que me pareció muy interesante.
Hay ciertas frases en ese guion que interpretan que pueden calificarse machistas, como ese enséñame la pierna o el ábrete un poco más.
Digamos que el guion tiene esos tópicos, y ella protesta, está jugando a eso. En los personajes hay cierto machismo, bueno ese machismo de enséñame la pierna, eso tampoco es nada, no quería que fuera nada exagerado, juega a eso, y ella protesta y dice “por qué voy a enseñarte la pierna”, y no se la enseña, pero luego el personaje como está escrito sí que se la enseña aunque no lo vemos.
Me preocupa que se haga un boicot contra una película, habría que hacer un boicot al revés, ir a verla todos
Quizás últimamente pequemos de políticamente correctos.
Ese gag lo he puesto porque estaba haciendo un guion de una película que no me gusta, que yo no hubiera hecho, yo entiendo que existan esas películas, pero no son las que yo hubiera hecho, arquetípicas, un poco machistas… pero claro eso lo cuento a través de unos personajes que hacen de sí mismos y dan esa otra dimensión.
El otro día hablando con Agustí Villaronga sobre esto, sobre lo políticamente correcto e incorrecto, me dijo que varias de sus películas antiguas como Tras el cristal hoy no hubieran podido hacerse.
La ardilla roja, por ejemplo. En La ardilla roja para hacer una parábola contra el machismo hay situaciones machistas que ahora podrían ser insoportables. Él se aprovecha de ella y ella se queda amnésica, eso es una violación moral en toda regla. Yo no sé si podría escribir ahora un guion así. El objetivo es denunciar el machismo. Lo que ocurría en el camping... allí los machos eran machistas. Ahora mismo, claro, no sé, pero es verdad que entonces no tuve ningún temor.
¿Ahora lo tendría?
Es que ahora yo creo que ni pensaría una historia así. Por temor a que fuera muy políticamente incorrecta, aunque lo esté denunciando, porque evidentemente no estoy a favor.
Cuando escribo me acerco al peligro, hay muchos peligros, narrativos y también peligro político. Y lo he hecho, y lo hago. Yo nunca me he cortado, pero ahora sí que digo un poco más: cuidadito
En el último año hemos vivido el boicot a Trueba y a El guardián invisible. Usted también vivió hace una situación parecida, porque se pidió que no se fuera a ver La pelota vasca. ¿Hemos dado pasos atrás en la libertad de expresión desde entonces?
Se están dando pasos atrás desde el gobierno y desde lo político, porque no te creas que los de otros partidos protegen mucho más la cultura. Mira el famoso IVA cultural, en Francia está en un 5%, y aquí es una aberración. Yo estoy convencido de que Trueba quiso hacer una broma intelectual, y hay gente que quiso tomársela a mal. Me preocupa que se haga un boicot contra una película, habría que hacer un boicot al revés, ir a verla todos.
¿Influye ese temor a un boicot incluso en el proceso creativo, a la hora de escribir?
Sí, sí influye, yo no puedo evitar que me guste el riesgo, me pone muchísimo, cuando escribo me gusta que sea algo que no se haya visto, que sea algo que no se cómo lo voy a conseguir pero que tenga elementos nuevos. Y muchas veces ocurre que me acerco al peligro, hay muchos peligros, narrativos y también peligro político. Y lo he hecho, y lo hago. Yo nunca me he cortado, pero ahora sí que digo un poco más: cuidadito.
Creo que prepara nueva película, El árbol de la sangre.
Creo que es el mejor guion que he escrito nunca, es muy complejo, pero tiene una fuerza... Es una historia coral, 15 personajes y España, esta España. No es política, bueno, sí que lo es, pero simbólicamente porque están las dos Españas y esos personajes que hay del País Vasco, Valencia, Cataluña, Madrid, Sevilla... Es la más coral que he hecho nunca. Tiene mucho de Los amantes del círculo polar, algo de La ardilla roja… estoy muy contento con la historia, es muy de las mías.