Cannes

“¿Otra vez el 11-S?”, pregunta la protagonista de Bushwick en un momento de la película. Se acaba de refugiar en el sótano donde vive el conserje de un edificio de apartamentos. Afuera, parece que se esté librando una guerra: un copioso grupo de hombres armados se ha instalado en las calles y en las azoteas del barrio de Bushwick. Los francotiradores disparan sin piedad, y los soldados van barriendo las calles. Ni la protagonista ni el espectador sabe qué narices está pasando, y las hipótesis apuntan hacia las tendencias más recientes del género fantástico y de terror: podría ser un nuevo 11-S, o la reacción a una invasión alienígena, o la puesta en cuarentena del barrio a causa de una epidemia. Sin embargo, no es nada de eso, sino algo más inesperado: el ejército privado que recorre las calles de Bushwick está formado por habitantes de estados como Texas, Luisiana, Georgia o Carolina del Sur, dispuestos a independizarse a base de desatar una guerra civil con sus vecinos del norte.

A la sombra de los atentados contra el World Trade Center, el cine de terror y fantástico americano se ha volcado en relatar la paranoia. Películas como Take Shelter y Calle Cloverfield 10 vienen a decirnos que aquel que sospecha suele tener razón. En Bushwick, sin embargo, la alegoría es otra: la de la lucha de un barrio tradicionalmente obrero. A medida que avanza la película, Lucy, la protagonista, va encontrando vecinos, afroamericanos y latinoamericanos, que se preguntan constantemente cómo una chica blanca y rubia como ella puede ser de Bushwick, un barrio históricamente humilde.

Bushwick (2017) - First Lock - Dave Bautista Movie

En la presentación de la película en la Quincena de los Realizadores de Cannes, los directores, Cary Murnion y Jonathan Milott, defendieron a Bushick como una parábola de la gentrificación, en la que los vecinos unen sus fuerzas y se rebelan. Todos juntos: desde armadas bandas callejeras a judíos ortodoxos. Situado al norte de Brooklyn, el barrio inició su proceso de gentrificación a principios de siglo, con el desembarco de artistas que se instalaron en los talleres, baratos, que había. El resto es conocido, porque si alguien no tiene presente la historia de Bushwick, quizá le suene la de Manhattan en los años setenta. O, quizá, se pueda extrapolar a lugares más cercanos. Que se lo cuenten a Barcelona, a los vecinos, primero del Born, luego del Raval, después de Sant Antoni, poco a poco de Poble Sec, y quién sabe si en el futuro, Sants.

La segunda guerra civil americana

El mejunje de referencias de Bushwick es notorio. Asoma la sombra del 11-S, el gusto por las armas de los americanos, tanto tejanos como neoyorquinos, y se recuerda aquella guerra de Secesión encabezada precisamente por Texas, Luisiana y compañía. A finales de los noventa, Joe Dante dirigió The Second Civil War, en la que se desataba un conflicto después de que el gobernador de Idaho decidiera cerrar las fronteras para evitar que un avión de huérfanos pakistaníes aterrice en su estado. Está claro que Trump no nació ayer.

Conocido por una obra maestra como Gremlins, el cine de Dante va mucho más allá del entrañable Gizmo. El director ha sido injustamente olvidado como fino retratista de la política americana. Con The Second Civil War, construyó una sátira a partir de replicar irónicamente las maneras de los medios de comunicación. Aquella era una película de HBO que ponía en la picota a la propia televisión. Es decir, destripaba desde dentro las formas complacientes de los nuevos lenguajes.

Fotograma de Buschwick.

Bushwick, por su parte, lleva la polémica etiqueta de Netflix. La primera escena de la película es un largo movimiento de cámara, que sigue a Lucy y a su novio por el andén de una estación de metro. Cuando se dan cuenta que algo raro está pasando, que no hay nadie en una ciudad tan poblada como Nueva York, el chico sale a la superficie para ver qué está pasando. Cuando vuelve entrar, lo hace completamente calcinado. A partir de aquí, comienza el periplo de Lucy por las calles y casas de Bushwick, acompañada de un exmilitar (Dave Bautista, el musculado y basto Drax de Guardianes de la galaxia) que la adiestrará en el arte de la guerra. Comienza también una película que hace del plano de seguimiento su principal herramienta. Aquí, la acción no se construye a base de un montaje frenético, sino de largos planos secuencia. Podríamos pensar que se trata de una puesta en escena similar a un videojuego. “Mis vecinos se han pasado la mañana jugando a Call of Duty”, dice en un momento la hermana de Lucy, que no se ha enterado de que fuera de su apartamento se está librando una batalla real.

Bushwick hace suyas las nuevas maneras del audiovisual, la de largos planos que permiten al espectador entrar de lleno en la película, explicitando el tiempo real. El de Bushqick es un cine que no busca el espectáculo sino la experiencia, una tendencia que nació precisamente a partir de lo sucedido el 11 de septiembre de 2001. Lo curioso es que, contrariamente a la ironía y la crítica que Dante aplicaba a la televisión, da la sensación que Bushwick se muestra encantado con su propio tiempo.

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