La polémica entre Netflix y el Festival de Cannes acabó empañando todo. Al final se habló mucho del modelo de distribución y poco de las películas a competición. Dos fueron las producciones que el certamen francés eligió para competir por la Palma de Oro, Okja y The Meyerowitz Stories, de Bong Joon-Ho y Noah Baumbach. Las dos se fueron de vacío haciendo buenas las palabras de Pedro Almodóvar, presidente del jurado, que en su primera rueda de prensa dijo que sería una paradoja que la ganadora de Cannes no se pudiera ver en salas.
Así será. Okja se estrenará el 28 de junio en todo el mundo gracias a la plataforma de contenido. Cualquier director que trabaja con Netflix siempre destaca una cosa: la libertad creativa que Ted Sarandos y compañía les dan. Suena a mantra aprendido y que les obligan a decir, pero después de ver la última película de Joon-Ho -y de que apuesten por un proyecto tan arriesgado como Fe de Etarras en España- uno empieza a creérselo. El director coreano tuvo una experiencia negativa en su primera aventura en EEUU. Su Snow Piercer contó con parte de producción norteamericana que vino de los todopoderosos hermanos Weinstein, que quisieron estrenar una versión reducida y se enfrentaron al realizador.
“Harvey Weinstein, que es conocido como 'Harvey Manostijeras', aunque odie el mote, intentó cortar veinte minutos. El resultado de mi versión con la gente fue mucho mejor, así que tras muchas discusiones decidieron sacar mi corte del filme, aunque con un estreno limitado y en circuitos de arte y ensayo”, contaba Joon-Ho a este periodista hace casi tres años. Pese a ello no se cerraba a volver a rodar con actores en inglés en una producción internacional, sólo ponía una condición: libertad total. Netflix se cruzó en su camino y el resultado es Okja, una fábula encantadora en la que una niña intentará salvar a su cerdo de una gran corporación alimenticia.
Como en este tipo de historias, el argumento parte de lo simple, el empecinamiento de esta chavala de Corea para ayudar a su compañera, para establecer un mensaje que se atisba desde su primera y magnífica escena: el capitalismo feroz puede con todo. Da lo mismo lo que corras o cuánto te ayuden, la sociedad ya se ha tragado sus lemas, y los repetirán mientras les siga compensando.
El contexto es el siguiente: los alimentos se acaban y una empresa crea una nueva raza de cerdo gigante para paliar la necesidad. Antes, hay que criarlos, por lo que se entregan las criaturas a ganaderos de todo el mundo, que tendrán que cuidarlos y alimentarlos de forma tradicional durante diez años, cuando se entregarán de nuevo a la compañía, que elegirá al mejor supercerdo, antes de llevarles a todos al matadero para hacer salchichas y solomillos.
Una historia con trasfondo ecologista que va un paso más allá. La empresa al frente de toda esta trama actúa como trampantojo de todo el sistema capitalista, que sólo se rige por la ley de la oferta y la demanda sin tener en cuenta cualquier resquicio de humanidad. Eso sí, todo disfrazado de la mejor de las sonrisas con esa villana adorable con el cuerpo de Tilda Swinton, perfecta, desquiciada y a gustísimo en su papel. Hasta la carne de los nuevos cerdos se distribuye por un sistema de clases que perpetúa las desigualdades sociales. Los solomillos para los ricos, las salchichas para los pobres. Da igual cuánto mal hagan, las normas del juego son las que son y en dos días todo el mundo se olvida. Lo deja claro Swinton cuando le dicen que la empresa no podrá soportar una publicidad tan mala y nadie comprará su carne. “Si es barato, lo comerán”, dice con seguridad esa especie de Theresa May que se saca de la manga en el último tercio del filme.
Bong Joon-Ho se lo pasa pipa con su historia y se nota. Por ello mete capas y pinceladas cuando tiene ocasión. El uso de las redes sociales, las campañas de publicidad y hasta los animalistas exacerbados reciben algún dardo -ese ejército de liberación animal que pide perdón por pegar, con un vegano que está a punto de desfallecer por no comer ni un tomate son gloria cómica-. Todo con un ritmo frenético, una puesta en escena hipnótica y al ritmo de la excelente música que acompaña cada fotograma. Okja mezcla con acierto la distopía, el cine familiar, la acción, el humor absurdo, espectaculares escenas de acción y un final en el matadero más cercano al cine de terror.
No deja de ser irónico que sea Netflix, la empresa que está fagocitando el negocio audiovisual, la que haya producido una alegoría en contra del capitalismo. Una, además, que tiene todos los ingredientes para saborearse mejor en pantalla grande. Pero ellos son los primeros que se atrevieron a darle a Joon-Ho la libertad creativa que necesitaba y que ahora le hará ser conocido en rincones donde antes ni habían oído hablar de él.