La vida en Camboya cambió radicalmente a partir del año 1970. La Guerra de Vietnam les pilló en medio, y a pesar de mantenerse neutrales en el conflicto fueron un daño colateral de la campaña de EEUU por conquistar el país asiático. Nixon tenía claro que la forma de acabar con el ejército de Vietnam del Norte, que se había instalado en las zonas que hacían frontera con Camboya. Sin darse cuenta el país se convirtió en una base de operaciones para los vietcongs y en el campo de batalla de 13 incursiones del ejército yanqui en una de sus mayores decepciones del siglo XX.
Tras la retirada de EEUU, el general Lol Nol -abiertamente a favor de EEUU- dio un golpe de estado y se quedó al mando de una dictadura militar que duró poco. Exactamente cinco años, los que tardaron los Jemeres Rojos en hacerse con el poder. Un régimen extremista de ideología maoísta y estalinista que, bajo la dirección de Pol Pot, realizó un genocidio contra su propia gente que acabó con la vida de más de dos millones de personas.
La idea era acabar con todo lo que oliera a capitalismo y a EEUU, así que los núcleos urbanos fueron demonizados y las familias obligadas a abandonar sus casas e instalarse en campos en plena selva para crear un modelo socialista agrario basado en la vida rural. Se logró por la fuerza, y Camboya se vio diezmada por los fusilamientos, las torturas y las muertes provocadas en los campos forzados. La brutalidad provocada por los Jemeres Rojos -que buscaban una pureza en su país que les levó a aniquilar a gente de su misma etnia- acabó en 1979, pero tomó una nueva perspectiva cuando a mediados de los años 90 se encuentran los Campos de la Muerte, con más de 20.000 fosas comunes.
El país asiático intenta cerrar sus heridas. Todavía no ha pasado el tiempo necesario para que deje de sangrar, pero el cine ha tomado la iniciativa para ayudar al país a avanzar, pero siempre sin olvidar lo ocurrido para no caer en los mismos errores. El cine camboyano ha vivido, sobre todo, del genio de Rithy Panh, que a través de documentales como La imagen perdida ha enseñado al mundo las barbaries que durante los últimos 40 años ha vivido su país. Pahn fue uno de esos niños obligados a dejar la ciudad e introducido en un campo de concentración para “rehabilitarle de los vicios de la burguesía”. Su familia murió en las largas caminatas que los Jemeres Rojos les obligaron a hacer, y él pudo escapar hacia Tailandia con 15 años, para ser acogido en Francia en 1980.
Ha sido él, el que ha producido, alabado y ayudado a que se rodara Se lo llevaron: recuerdos de una niña de Camboya, su quinta película, en la que cuenta el genocidio y las masacres realizadas por los Jemeres Rojos. Para ello ha escogido una historia real, la de la activista Loung Ung, que con cinco años tuvo que abandonar junto a su familia la ciudad de Phnom Penh. Con un estilo preciosista, una puesta en escena elegante y factura técnica de superproducción -Netflix está detrás del proyecto-, Jolie narra los esfuerzos por la familia por mantenerse unidos, el asesinato del padre y cómo la madre de Ung se vio forzada a abandonar a sus hijos al considerar que fingiendo ser huérfanos sería más fácil que sobrevivieran a las torturas y masacres.
Los cinco hermanos lo lograron y se han convertido en los mejores embajadores de un filme que pone la mirada, como lo hacía Pahn en sus documentales, en donde nadie quiere mirar. En un genocidio olvidado. La superviviente ha contado en NPR, que al principio no entendía lo que ocurría a su alrededor. “Nos dábamos cuenta de que la gente en el pueblo desaparecía, así que algo pasaba, pero mi corazón de niña no quería enterarse hasta que aquellos soldados se llevaron a mi padre”, asegura en la entrevista. Es, precisamente, esa mirada infantil la que Jolie ha intentado mantener en su filme, también para ahorrar al espectador de una barbarie explícita.
Angelina Jolie muestra de nuevo su compromiso y activismo político con esta película que, además, tiene un componente personal, ya que su hijo Maddox nació allí y ella tiene la doble nacionalidad, un hecho que le ha permitido ser la representante de Camboya en los Oscar, donde intentará lograr una nominación en la categoría de Mejor película de habla no inglesa que antes que ella sólo había conseguido Rithy Panh, que se deshace en elogios con un filme rodado allí, con equipos, actores y hasta lengua camboyana. “Ella no vino a hacer una película sobre nosotros, sino a hacerla con nosotros”, contaba Panh a Indiewire. “Camboya no es sólo un país de guerra, sino también un país de cultura. Está en nuestro ADN. Cuando los Jemeres Rojos nos echaron, la mayor parte de escritores, directores y actores murieron. Muy pocos artistas sobrevivieron, pero hemos trabajado para reconstruir eso y ahora tenemos una nueva generación”.
Panh y Jolie han unido sus fuerzas para convertirse en los héroes de un país que necesitaba un altavoz para ser escuchado, y que ha encontrado en Netflix la maquinaria perfecta para lograrlo.