La suma de todos los miedos. Ése podría ser el resumen de Geostorm, la nueva película catastrofista que está a punto de llegar a nuestras pantallas y que, contra todo pronóstico, no está dirigida por Roland Emmerich, sino por Dean Devlin, productor de varias de las cintas del alemán y que esta vez se ha animado también a sentarse en la silla de director. El cóctel lo tiene todo: alta tecnología desbocada, cambio climático y misteriosos villanos terroristas capaces de acabar con el mundo.
Y claro, también un héroe solitario que vuelve a tomar los rasgos del escocés Gerard Butler, quien parece haber encaminado su carrera definitivamente a este tipo de papeles de hombre de acción que, a pesar de sus debilidades, es capaz de responder cuando el mundo, normalmente encarnado en su familia, le reclama. Si en los últimos años salvó al presidente de los Estados Unidos en Objetivo: la Casa Blanca (Antoine Fuqua, 2013), y repitió la salvación cuando un ataque terrorista acababa con los principales mandatarios mundiales en Objetivo: Londres (Babak Najafi, 2016), esta vez se enfrenta al hackeo de un sistema mundial creado para controlar el clima y que se convierte en un arma capaz de sembrar el caos en el planeta (incluida la madrileña Puerta del Sol, que se incorpora a los escenarios mundiales que acaban devastados).
Unas cintas que, evidentemente, no son más que la sublimación de los mayores temores del mundo occidental. Porque en un momento en el que los terroristas actúan en Europa utilizando medios tan poco sofisticados como cuchillos o vehículos robados, estas películas nos hablan de sofisticados complots que necesitan grandes medios, mucho personal y una complejidad tal que permiten desplegar vehículos de guerra en los mismísimos corazones de los gobiernos. El demonio que surge cuando menos se le espera.
Parece que Butler ha optado en los últimos tiempos por abandonar una de las dos vertientes que le habían caracterizado tras su megaéxito como el rey de Esparta Leónidas en la 300 de Zack Snyder (2006). Un poco a lo Hugh Jackman, buscó también explotar su imagen de tipo imponente capaz de disfrutar de unas cervezas con los amigotes en cintas románticas en las que siempre lograba salvar en el último momento otro tipo de catástrofes, éstas de tipo sentimental, como en La cruda realidad (Robert Luketic, 2009) o Exposados (Andy Tennant, 2010). Pero con ellas no consiguió el éxito que buscaba.
Quizás porque en el fondo se trata de algo más que una ficción. Curiosamente, mientras rodaba la que sería su primera película, Su majestad Mrs. Brown (John Madden, 1997), en la que Judi Dench ya interpretaba a la reina Victoria, papel que veinte años después ha repetido en La reina Victoria y Abdul (Stephen Frears, 2017), Butler salvó a un niño que se estaba ahogando en un río cercano. Lo que habría hecho todo el mundo, declaró entonces. Como cuando terroristas norcoreanos buscan matar a tu presidente u oscuros personajes pretenden acelerar el cambio climático: haces lo que tienes que hacer, y punto. Una frase de moda.
Eso sí, Butler ha dejado muestras de que es capaz de hacer otras cosas. Como buen británico, ha hecho sus pinitos con Shakespeare (Coriolanus, Ralph Fiennes, 2011), ha sido un delincuente adrenalítico en RocknRolla (Guy Ritchie, 2008), nada menos que la divinidad Set en Dioses de Egipto (Alex Proyas, 2016), y se preparó durante mucho tiempo para protagonizar El fantasma de la ópera (Joel Schumacher, 2004), donde era eclipsado por su partenaire Emmy Rossum. Hasta le puso voz al padre del protagonista del megaéxito animado Cómo entrenar a tu dragón (Dean DeBois y Chris Sanders, 2010).
Todo en vano. Últimamente sólo le tenemos en nuestras retinas corriendo como un loco para salvarse y salvar a otros. Con el peligro de que, en el fondo, estas cintas se han convertido en meros contenedores de espectaculares escenas en las que el protagonista es intercambiable. Casi nadie recuerda quiénes aparecían en El día de mañana (2004) o en 2012 (2019), ambas de Emmerich, y seguro que ya se nos mezclan las imágenes de edificios cayendo y olas gigantescas inundando Nueva York, sin que sepamos muy bien a qué cinta pertenecen. Qué lejos están los tiempos en que, por mucha parafernalia que le acompañara, Jungla de cristal (John McTiernan, 1988) era, por encima de todo, el gran Bruce Willis.
Y así, como subrayado irónico, más que por el inminente estreno de Geostorm, Gerard Butler ha aparecido últimamente en los papeles por la noticia de que su novia le ha abandonado por un joven modelo veinte años menor que él. Y es que, a pesar de toda la parafernalia, la vida real siempre se abre paso. Y ante muchos de sus cataclismos, muy poco se puede hacer.