En 1997 un cineasta enamoró al mundo con una historia que contaba el horror de la Segunda Guerra Mundial pero cambiaba el punto de vista para dárselo a un niño. La vida es bella contaba el afán de un padre por ocultar a su hijo que el mundo se iba a pique y que estaban condenados a la muerte. Roberto Benigni convertía el campo de concentración y el holocausto nazi en la base con la que el protagonista inventaba un juego que convenciera al pequeño, aunque el espectador era consciente de lo que ocurría detrás. El filme fue un éxito, y hasta Hollywood se rindió a los pies del italiano.
Casi 10 años después, en 2006, el británico John Boyne repitió la fórmula en forma de libro con El niño del pijama de rayas. La historia del hijo de un nazi que entabla amistad con un niño judío preso en un campo de concentración con el que habla a través de la verja que les separa partió el corazón de millones de lectores. Lo mismo que la posterior adaptación cinematográfica. Antes de ellos ya hubo una persona que apostó por la mirada infantil para contar el horror del nazismo. Se trata de Joseph Joffo, escritor francés que en 1970 escribe la novela Un saco de canicas.
Hasta entonces Joffo se había dedicado a ser peluquero, pero durante una convalecencia por un accidente de esquí decidió contar su propia historia. Una de esas que parecen sacadas de una película o de una novela. Porque el escritor nació en París de casualidad, ya que su padre llegó allí escapando de Rusia para no ser reclutado por el ejército del Zar. Esquivó el terror una vez, pero el convulso siglo XX le estalló en la cara. En 1941, con sólo diez años, su padre les dio 5.000 francos a él a su hermano y les dijo que escaparan de un París que ya se veía en manos nazis y se fueran con sus hermanos mayores a Menton, en la llamada ‘Francia libre’. Con ese poco de dinero y la presencia de sus inseparables canicas, se montan en un tren que los nazis controlaban al dedillo para intentar acabar en un campo de concentración.
Una historia de superación, que narra con la fuerza de la primera persona lo que ocurrió aquellos años en los que el mundo tuvo auténtico miedo. La fuerza de la película y de la novela es saber que lo que cuenta le ocurrió de verdad a su narrador. Ya no es la fantasía de aquel niño con su pijama, son los recuerdos terribles con los que una persona ha tenido que convivir toda su historia. Esos que cuando cierra los ojos aparecen una y otra vez. El autor fue uno de los afortunados que vivió para contarlo, igual que toda su familia a excepción de su padre, que murió en un campo de concentración.
Ahora llega la adaptación cinematográfica de la novela de Joseph Joffo -que en su título españo cambia para ser Una bolsa de canicas, dirigida por Christian Duguay y con Patrick Bruel en su reparto. Cuesta creer que semejante historia no hubiera vivido otras versiones previas, y de hecho sí que las hubo. En 1975, Jacques Doillon fue recomendado por Claude Berri para dirigir una primera película basada en la obra. Las malas lenguas dicen que a Joffo no quedó nada contento con el resultado. No veía esa inocencia perdida que tenía que tener el relato, y desde entonces se obsesionó con ver en pantalla grande la historia de su vida. Por fin lo ha conseguido.