Han Solo pierde su carisma: la franquicia de 'Star Wars' naufraga de nuevo
La película dedicada al personaje que popularizó Harrison Ford es impersonal, sin riesgo y poco entretenida, pero ha vivido su puesta de largo a lo grande en el Festival de Cannes.
16 mayo, 2018 12:27Noticias relacionadas
El Episodio VIII fue una luz en el camino del lado oscuro. Tras un Episodio VII tan competente como poco personal y arriesgado, Rian Johnson devolvió la saga a su nivel más alto, aquel que no se veía desde la trilogía original. Para ello tuvo se arriesgó a volar por libre, a desacralizar la franquicia y a darle la vuelta a todas las normas escritas por los fans más agresivos del mundo cuando se toca su biblia cinematográfica. Johnson releía a los jedis, los enmarcaba en un contexto social, de revolución de la clase obrera, e insuflaba aire a lo que parecía ser un producto de marketing al mejor servicio de Disney.
Hasta hizo que nos olvidáramos que entre episodio y episodio llegó la terrible Rogue One, película que sufrió las interferencias de la productora en el proceso creativo, y que concluyó con el rodaje de un gran número de escenas nuevas, nuevo guionista y montaje posterior en el que no estuvo involucrado el realizador Garth Edwards. Aquel inicio del universo extendido de Star Wars fue caótico y lleno de guiños nostálgicos a la saga, alguno realizado a golpe de CGI casposo.
La segunda película de estos spin off es la dedicada a Han Solo, el cazarrecompensas más carismático de toda la saga gracias a la sonrisa pícara de Harrison Ford y sus frases míticas que quedaron para la historia del cine. Uno de los personajes más queridos del que se ahora se cuentan sus orígenes en un filme que demuestra que donde realmente ponen la pasión desde la compañía es en la trilogía nueva, mientras que estos episodios sueltos son máquinas sacadinero desprovistas de alma o algo parecido a la personalidad.
El problema de Solo es que no vale ni como entretenimiento de altura. Al menos Rogue One tenía una de las mejores batallas de toda la saga, pero uno sale de esta nueva película con la sensación de haber visto algo tan inane que no recordará una sola escena emblemática dentro de una semana. Todo es convencional, suena a ya visto, y ni siquiera el despliegue visual es apabullante. Ron Howard sustituyó a los inicialmente previstos Phil Lord y Christopher Miller, y visto lo visto parece que se ha dedicado a arreglar el posible desaguisado y a entregar un título que tuviera el mismo espíritu que la saga original en vez de apostar por la comedia como querían los realizadores de Infiltrados en la universidad.
Se agradece que por una vez no se hable de la fuerza, de jedis ni del lado oscuro, pero la trama es una simple excusa para presentar los orígenes de Han Solo. Se explica de dónde viene su apellido, cómo conoce a Chewbacca y otras muchas cosas que a los fanáticos les encantará, igual que los guiños nostálgicos que no embarran la película (hasta los detonadores termales hacen acto de presencia). Como ocurría en Rogue One, en los últimos minutos de la película se establece la unión temporal con las trilogías ‘oficiales’, un vínculo que no tiene lógica temporal dentro de la saga, ya que cualquiera que eche cuentas sabrá que si Han Solo coincide con ‘ese personaje’, significa que cuando conoce a Luke debe tener casi 50 años.
Si algo tenía Han Solo era carisma, algo que no se encuentra en el elegido para darle vida, un esforzado Alden Ehrenreich que resulta soso y demasiado empeñado en imitar los gestos de Harrison Ford en vez de crear una versión actualizada. Su química con Emilia Clarke (perdida sin los dragones de Juego de Tronos) es nula y sólo Donald Glover y la robot al que pone voz Phoebe Waller-Bridge levantan el nivel. Es el droide el que tiene los mejores momentos, con una rebelión entre robots esclavos que es puro divertimento con mensaje, un oasis en medio de este naufragio que es Solo.