Rodar en Hollywood puede ser un arma de doble filo para un director español. La libertad creativa que hay en nuestro país no se tiene cuando diriges un filme de estudio o para productores acostumbrados al control absoluto sobre los filmes poor los que apuestan. Que se lo digan a Alejandro Amenábar, que rodó con Emma Watson y Ethan Hawke bajo el yugo de los hermanos Weinstein, que acabaron metiendo mano y condenaron las posibilidades comerciales del filme en EEUU.
Amenábar parecía uno de esos directores destinados a rodar tarde o temprano en EEUU, y su experiencia fue insatisfactoria para todos, y es que lo hizo con un filme elegido por él y escrito por él. También estaba claro que Hollywood se pegaría porque Juan Antonio Bayona dirigiera con ellos. Ya le tentaron con el último capítulo de la saga Crepúsculo y estuvo vinculado a la secuela de Guerra Mundial Z hasta que finalmente eligió su destino, la secuela de Jurassic World, que se estrena ahora en España con el sobrenombre de El reino caído.
La decisión parece lógica en un realizador cuyo estilo siempre se ha comprado con el de Steven Spielberg, director del Parque Jurásico original y productor de la franquicia. Para aquel niño que soñaba con E.T. significa llegar a lo más alto en tan solo cuatro películas. Llegaba a una franquicia reiniciada hace tres años por Colin Trevorrow en una película excesivamente pendiente de la nostalgia y de no traicionar a los fans del filme original. Tantos guiños taparon cualquier atisbo de llevar este reboot a un lugar con algo de riesgo.
Como también ha ocurrido en los nuevos episodios de La guerra de las galaxias, a un inicio excesivamente correcto y precavido, les ha seguido otro que ha hecho crecer las sagas varios escalones de golpe. Si Rian Johnson lo hacía en Los últimos Jedi destrozando el imaginario casi religioso de los fanáticos, Bayona lo hace llevándose la película a su terreno, al cine que le gusta, que disfruta y cuyos códigos domina a la perfección.
La primera parte de Jurassic World: el reino caído, responde al patrón clásico de la franquicia. Los protagonistas tendrán que ir a Isla Nublar a salvar a los dinosaurios de una nueva extinción por la erupción de un volcán. La trama llega después de una escena inicial en la que el director se luce y deja claro que en el dominio de la tensión y la dosificación de golpes de efecto no es un novato. El ataque de un tiranosaurio a un helicóptero iluminado a golpes de luz es un comienzo vertiginoso al que sigue una primera hora más convencional en la que Bayona cumple y de vez en cuando regala escenas de una belleza atípica en Parque Jurásico, especialmente la despedida a un diplodocus que se pierde entre el fuego y el polvo y una estampida que es cine de acción lleno de quilates.
La novedad llega en la segunda mitad, que se convierte en un terror gótico divertido y con un toque siniestro. Uno puede entender que Spielberg pensara en Bayona al leer el guion, ya que hay mucho de El Orfanato y de los códigos del género que el español usa en todos sus títulos (ahí está la primera aparición del monstruo en Un monstruo viene a verme). La fotografía, la planificación, el juego de sombras, los sustos… todo remite al terror y no al espectáculo aventurero de las anteriores películas. Todo para culminar como una versión tétrica de un cuento con su princesa y su dragón encima de una torre.
También han subrayado más los elementos políticos de la película. Lo anunciaba Bayona hace un par de meses, que era una película que hablaba de nosotros, y lo hace con unos villanos que son ricos que pueden comprar lo que deseen, con una reflexión sobre la moralidad de los avances tecnológicos y su uso, y hasta con un malo que tiene un tupé sospechosamente parecido al de Donald Trump.
El resultado es la mejor película de Parque Jurásico desde la original, la confirmación de que Bayona puede dirigir un presupuesto estratosférico sin traicionarse y una excelente noticia para nuestro cine, que ha llenado de genio un blockbuster de altura.