Hay industrias en las que salir del armario todavía es una actividad de riesgo. En las que la libertad sexual es un tabú y en donde sólo se permite un canon de profesional de éxito: el heterosexual. Pasa en el fútbol profesional, donde los casos de homosexuales que lo declaren abiertamente se pueden contar con los dedos de una mano (y sobran). Los magnates delos clubes tienen miedo a que se vendan menos camisetas y ese miedo se instala como una enfermedad en los banquillos.
En el cine no se llega hasta ese extremo, pero en Hollywood siempre han preferido que la sexualidad de sus estrellas se quede en casa y no la proclamen a los cuatro vienros. Ya lo decía Paquita Salas al buscar a su actriz 360. Tienes que tener mucho cuidado si eres gay y haces de gay, porque te encasillan. Así actuaba una industria que prefería a galanes machirulos antes que personajes que representaran una sociedad mucho más diversa de la que ellos vendían.
Ellen Page, la actriz de Juno, sufrió mucho y empezó a recibir sólo papeles de lesbiana cuando anunció que lo era. Lo mismo le pasó a Rupert Everett, que a pesar de tener porte y maneras de galán, se quedó para secundario de amigo gay por su papel en La boda de mi mejor amigo y por no tener miedo a decir que era homosexual.
Si esto ha ocurrido hace poco imaginen a un actor en los años setenta y ochenta, sintiendo que se traicionaba a sí mismo por aparentare ser alguien que no era, saliendo a los escenarios para seguir la mentir a y hacer entrevistas en las que dejaba una parte de su vida enterrada. Si un actor reconocía que era gay hace 40 años estaba condenado al ostracismo, por eso hay que destacar el valor de gente como Ian McKellen, que en 1988 salió del armario en un programa de radio de la BBC demostrando que un actor de prestigio podía ser gay y seguir haciendo todo tipo de papeles. McKellen ha sido todos los personajes de Shakespeare, Gandalf y Magneto; y a nadie le ha importado si se acostaba con hombres o con mujeres.
Su toma de conciencia en el activismo, su aceptación de la homosexualidad y sus comienzos como actor son las líneas maestras de McKellen: Tomando partido, el documental que se puede ver en Filmin dentro del Atlántida Film Fest y en el que él mismo cuenta en primera persona como finalmente ha conseguido ser él mismo, y cómo lo ha logrado gracias a la interpretación.
Cuando salí del armario e quité un peso de la espalda, me entontraba mejor físicamente, me quité la timidez y por fin podía entrar en una habitación y sentirme orgulloso
Mckellen reconoció su homosexualidad en aquella emisión. Fue el resultado de un proceso que comienza con su interpretación de un judío gay en un campo de concentración nazi en Bent, y cómo en las entrevistas esquivó el tema. Su compromiso fue tardío y explotó con la tramitación del artículo 28 por parte del gobierno de Margaret Thatcher, una medida en contra de los homosexuales, que con la irrupción del SIDA estaban viéndose marginados de la sociedad. En Gales les prohibieron usar las piscinas públicas, el desconocimiento se apoderaba de todos y los políticos lo usaban para dar rienda a su homofobia.
El actor, que había visto morir a exnovios, amigos y enfermar a otros tantos, dijo basta. No podía tolerar semejante vulneración de los derechos de tantas personas y lideró las protestas contra una ley que finalmente se aprobó. Así entro en la lucha por los derechos LGTB convirtiéndose en el primer activista en reunirse con el presidente de Reino Unido. “Me quité un peso de la espalda, me encontraba mejor físicamente, me quité la timidez y por fin podía entrar en una habitación y sentirme orgulloso”, dice el actor en el documental. Tras esa toma de conciencia McKellen no ha parado, y desde entonces es el actor más comprometido con la defensa de los derechos LGTB en Hollywood y es normal verle en las celebraciones del orgullo gay todos los años.
Una infancia de actuación y represión
La primera parte del documental es un precioso recorrido por los recuerdos de Ian McKellen, él mismo pone voz a los personajes con los que se va cruzando. En esa regresión su interés por la interpretación y sus primeras pulsiones homosexuales se mezclan como sus dos grandes amores. Desde que era un niño se sintió fascinado por los mercados, por el show que montaba un tendero para vender su producto, y se dio cuenta de que ya desde entonces “estaba al lado de actores”.
Cuando la reina de Inglaterra viajó a su pueblo, Wigan, más que fascinado por su figura lo hizo por el espectáculo a su alrededor, la puesta en escena. Así que empezó a disfrazarse de Chaplin y a imitar a los famosos de la época mientras se sintió “atraído por los primeros hombres, aquellos trabajadores con el pelo grasiento y gorro que hacían funcionar la noria y las atracciones de la feria”.
McKellen tiene claro que todo el mundo es un actor, sólo que unos cuantos deciden dedicarse profesionalmente a ello. “El mundo es un teatro y los hombres y las mujeres somos meros actores. Desde que te levantas actúas y eliges qué disfraz ponerte, nunca eres tú mismo, eres una parte de ti”, apunta alguien que se inventó un acento falso y diferente al suyo para ir al colegio e intentar integrar entre un grupo que ya mostraban su interés en las chicas mientras que él lo hacía por el grupo de teatro.
David Hockney dijo: ‘la primera vez que fue al cine el señor de al lado me puso la mano en la polla, desde entonces me encanta el cine’. Lo mismo me pasó a mí con el teatro
La honestidad con la que Ian McKellen cuenta su infancia y hasta su primer deseo sexual son desarmantes, y muestran la cara más humana de un actor irrepetible: “En 1948, viendo el nuevo musical de Ivor Novello, con nueve años, tuve mi primera erección. David Hockney dijo: ‘la primera vez que fue al cine el señor de al lado me puso la mano en la polla, desde entonces me encanta el cine’. Lo mismo me pasó a mí con el teatro”.
Fueron años difíciles, de sentirse “diferente”, de pensar que no encajaba en una sociedad en la que “había un silencio en todo lo referente a la sexualidad”. Ni siquiera era legal, aunque ni pensara en eso. “Estaba reprimido, me estaba desarrollando de una forma que no era sana, pero actuando conseguía expresarme y lidiar con mis sentimientos. Era un sustituto de mi interés por el sexo”, zanja. Un trabajo lleno de nostalgia, de confesiones y de anécdotas como las bromas de Judi Dench antes de actuar. Un testimonio vivo y la prueba de que todavía queda mucho por hacer en Hollywood para que los actores salgan del armario con la misma valentía con la que lo hizo Ian McKellen.