Orson Welles murió en 1985 con la cabeza llena de ideas. Algunas las dejó escritas en un papel, otras incluso empezó a rodarlas y trabajó en ellas durante años. Es el caso de The other side of the wind, la que muchos consideran la película maldita del director de Ciudadano Kane. Su bofetón a la industria de Hollywood comenzó a rodarse en 1970, en lo que sería una producción de ocho semanas que finalmente fueron seis años. En 1976 dejó de grabar material, aunque hasta el día que dejó huérfano al cine siguió volviendo a ella de vez en cuando.
Por el camino quedaron 40 minutos montados y miles de metros de película cogiendo polvo en un armario. De The other side of the wind poco se sabía. Que trataba de un director de cine que reúne a sus amigos y compañeros en una fiesta de cumpleaños y que en un juego metacinematográfico daba el protagonismo a John Huston y a Peter Bogdanovich.
En este tiempo ha habido muchos intentos de acabar el filme, pero ¿cómo acabar la obra de un maestro sin saber qué quería hacer él? Al final la voluntad de Bogdanovich y el productor Frank Marshall ha triunfado y el filme es una realidad que se ha podido ver, fuera de concurso, en el Festival de Cine de Venecia. El crédito de esta resurrección lo tiene Netflix. La compañía ha puesto los medios para que en un trabajo de edición ingente se complete el filme como buenamente han podido. Porque como confesaban en el certamen su productor, Filip Jan Rymsza, y el montador Bob Murawski, lo que dejó Welles era una misión imposible.
A las horas y horas grabadas se unía una mezcla de formatos, colores y texturas. Lo consideraron parte del juego del filme, y restauraron todo el material y lo montaron como se hubiera hecho en los años setenta. Nada de digitalizar, el corte a pelo fue el método que usaron en muchas ocasiones para ceñirse a una película inclasificable, con escenas magistrales en las que se reconoce al mejor Welles, pero donde siempre uno tiene la sensación de estar asistiendo a una suplantación de identidad. La de unos montadores que intentan imitar a un maestro, como un concurso de karaoke donde por mucho que se intente nunca se canta como el original. Así el juego se antoja demasiado histriónico y frenético, con un ritmo tan veloz que parece enfermo. Algo histórico a la par que bipolar.
El sexo de Welles
The other side of the wind es cine dentro del cine. A lo que si le unimos que está montada por gente que reinterpreta la obra de Welles sería cine, dentro del cine, dentro del cine. Pero ciñéndose a la película del maestro se trata de todos los avatares en torno a una fiesta de un tosco y borde director de cine al que da presencia John Huston, el pelota de su protegido que ya ha triunfado en taquilla, Peter Bogdanovich, y todo un séquito de amigos, fans, paparazzis y otra fauna de la industria entre las que aparecen Claude Chabrol o Dennis Hopper entre otros.
Se reúnen por un cumpleaños, pero también para ver las obra del personaje de John Huston, que no es otra que la del propio Welles, que aprovecha esto para dar rienda suelta a su vena más radical, moderna e incluso febril. Lo que viene es un filme que comienza con mujeres desnudas y primeros planos de su cuerpo. Y lo que sigue es una historia de una Pocahontas y el motero que la acompaña y con el que juega constantemente.
Una nueva versión de sus femmes fatales, pero esta vez con el sexo como elemento primordial. Los personajes no paran de hacer el amor. En un coche mientras miran, o en un somier de muelles sin colchón, clavándose los hierros, mientras el director les da instrucciones por el pinganillo en una escena magistral. Los grandes momentos de la película dentro de la película giran en torno al sexo, ya que en otra ocasión esta mujer a la que comparan con Pocahontas llega mojada a un cuarto de baño para cambiarse. Allí se queda desnuda mientras la gente mira desde las cabinas donde todo el mundo está dando rienda suelta a la lujuria en todas sus versiones: tríos, gays, lesbianas, heterosexuales… una fiesta del placer desconocida en la filmografía de Welles.
Y al final de todo, la duda. El no saber si el propio director estaría de acuerdo con la versión final o con el simple hecho de que acabaran lo que él dejó sin terminar. Quizás se riera de todo, o incluso él lo quiso así en su último juego de magia más de 30 años después de su muerte.
Noticias relacionadas
- José Mujica: “A cualquier cosa que molesta lo llaman ahora populismo”
- Antonio de la Torre: “Mujica no se compraría un chalet de 600.000 euros. Es difícil ser coherente”
- 'Suspiria': el homenaje más loco que Dario Argento podía soñar
- La venganza de Lady Gaga, la estrella que rechazaron por “no ser la más guapa”