Para ser proxeneta sólo hay que tener tres cosas: “paso corto, vista larga y mala leche”. Eso es lo que le dijeron a Miguel cuando siendo sólo un crío empezó a trabajar en un puticlub para sustituir a un amigo. Así entró en el mundo de la noche, donde pronto adoptó el sobrenombre de El Músico, y donde se convirtió en uno de los mayores proxenetas de España de las últimas décadas.
En un estado cercano al arrepentimiento, El Músico contó a Mabel Lozano sus memorias como explotador de mujeres en su libro El proxeneta, que ahora se ha convertido en un documental presentado en SEMINCI y en el que Miguel habla directamente a cámara sobre un negocio que mueve millones de euros y que vive de la trata de mujeres, a las que engaña, manipula, veja y maltrata sin pudor.
Se refiere a todas las prostitutas como “mercancía”. Para él no tenían casi ni rostro, eran algo parecido a un producto con el que hacer dinero. Resulta escalofriante escucharle decir cómo engañaban a las mujeres para que les temieran, cómo las estafaban para que nunca pudieran salir de sus burdeles, y cómo existía hasta una forma de actuar: “primero las manipulamos, luego las amenazamos mandando a alguien en su casa, en su país, y claro nos hacen caso, pero son amenazas verbales, en un tercer caso se llega a la violencia física, que sí que la hay y se emplea, pero yo no lo hago porque se empeoraba el producto”.
Mabel Lozano cree que estas personas son gente que “no sienten empatía hacia el ser humano”, y les califica como “grandes embaucadores”. Así lo define también este proxeneta cuando se acuerda de los primeros años, cuando las prostitutas eran mujeres que salían del campo a la ciudad o de clase pobre que eran engañadas por “los macarras”, los chulos que las decían que habían puesto un piso a su nombre y que para pagar la letra había que hacerlo. “Al año y medio se quedaban porque no tenían donde ir, eso o arriesgarse a dejar al macarra”, cuenta El Músico en el documental.
Desde que entró por primera vez en un burdel se sintió fascinado por las luces, el lujo y el respeto que todo el mundo le presentaba, algo que también cambió en el año 1992, cuando la Expo y las Olimpiadas convirtieron a España en un país de lujo y corrupción. La prostitución empezó a dejar de lado a las chicas españolas y a traer a colombianas de 18 o 19 años. Se acabaron los macarras, ahora los dueños de los puticlubs eran también los dueños de las chicas. Había comenzado el mayor negocio de trata de mujeres de nuestro país. Todo lo que ingresara esas mujeres era para los proxenetas.
Primero las manipulamos, luego las amenazamos mandando a alguien en su casa, en su país, y claro nos hacen caso, pero son amenazas verbales, en un tercer caso se llega a la violencia física
Así El músico y otros se lanzaron a Colombia para ir a fichar a chicas pobres. Muchas sabían a lo que venían, y eran sus propias familias las que lo aceptaban. Lo que no sabían es que “la deuda” contraída nunca se acabaría, y que lo que comenzaría como algo temporal sería su vida. Otras fueron engañadas desde el primer momento y convencidas de que llegarían siendo camareras. Cada vez que se acercaba el momento de saldar la cantidad surgía un nuevo impedimento: unos nuevos papeles, la manutención, una redada, un chantaje a la policía… cualquier cosa que las hiciera quedarse. Por 1.000 euros tenía un prostituta con una deuda de por vida.
“En 2001 creé el primer macro burdel con más de 100 mujeres. Y así surgieron 10 u 11 clubes, todo era dinero de la trata y todo el dinero iba a la caja, y en negro”, dice el proxeneta sin inmutarse, como explica que parte del éxito del negocio es captar a chicos jóvenes para que vayan a sus clubes ofreciéndoles alcohol barato y Djs de calidad para que luego encuentren chicas a su disposición. Han entrado en la espiral de la prostitución, que se alimenta por un proxeneta, pero también por los miles de puteros que la sustentan y que también lo ven como algo común.
La prostitución está muy enquistada social y culturalmente de siempre. Nadie ve más allá, nadie ve qué hay más allá, a la migrante sin papeles y pobre, y todo se normaliza
“La prostitución está muy enquistada social y culturalmente de siempre. Nadie ve más allá, nadie ve qué hay más allá, a la migrante sin papeles y pobre, y todo se normaliza. Una de las cosas que más me llamaba la atención es que cuando te cuenta su trabajo te lo cuenta con una normalidad… cómo vejaban a las mujeres, cómo para ellos eran basura, y lo dice con una naturalidad que te asusta. Las cosas que dice son salvajes, pero para ellos es su vida, hablan de ello como nosotros podemos hablar de cine. Su trabajo es cosificar y deshumanizar a las mujeres”, cuenta Mabel Lozano a EL ESPAÑOL.
Esa normalización hace que El Musico diga como si nada que “hasta las feas valen de putas”, o que les viene bien que las chicas entren en las drogas “para que pierdan el norte”. Y si se pasan de yonkis, las venden a un club de tercera, porque el negocio de la trata llega hasta cualquier puticlub de carretera que aunque no compre mujeres en Latinoamérica, se acaba beneficiando de un sistema que hasta ahora se permitía. La ley miraba hacia otro lado, y este proxeneta cuenta que el dinero llegaba en sacos y no le cabía. En sus ojos sólo un momento de arrepentimiento cuando se acuerda de una prostituta llamada Lucía, que se cortó las venas atrapada en su club.
Los propietarios de los clubes de alterne hasta crearon un sindicato ANELA, para lavar su imagen. Lo consiguieron. Para ellos era importante venderse como empresarios, gente que da trabajo a mujeres y que apelaban por regularizar su situación y que fueran trabajadoras legales para ellos, algo que Mabel Lozano considera un discurso pernicioso que les ha permitido ser impunes.
La directora se considera abolicionista, “pero la abolición no significa prohibición, significa ir contra las mafias, las redes y las tratantes”. Tiene claro que legalizar la prostitución sería un error, que además traería consecuencias en las que nadie suele pensar. “Si se regulariza, cuando una mujer se vaya al paro, la podrían ofrecer un puesto de prostituta. Un proxeneta podría ir a la cola del paro a captarlas, sería patente de corso para ellos, y si se le ofrece un puesto de prostituta tendría que cogerlo, porque si no perdería la prestación”, añade.
Es optimista. Lozano ha dedicado los últimos años de su vida a la lucha contra la prostitución y la trata, “porque aquí no hay diferencia”, y gente como El Músico les dice que la policía está investigando a los testaferros y que por fin tienen una visión que hasta ahora no tenían. Por ello, y por todas las mujeres que lo han sufrido, ha hecho este documental que espera que ponga otro granito de arena más.
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