El 17 de octubre de 1991 el coche en el que viajaba Irene Villa junto a su madre voló por los aires. La joven tenía sólo doce años, y en aquel atentado de la banda terrorista ETA perdería las dos piernas y tres dedos. Lo que nunca perdió fue la sonrisa y las ganas de vivir. Villa se convertiría, con el paso del tiempo, en la imagen de que no se puede vivir con miedo, con pena, pero especialmente con rencor.
En un mundo en el que el ojo por ojo triunfa, ella demostró capacidad para sobreponerse a la opinión de todo el mundo y gritar bien alto que ella decidía perdonar al terrorista que puso aquella bomba. No había rencor ni nada que reprochar. Villa también es ejemplo por un sentido del humor que hace que se ría de ella misma e incluso defendió a Guillermo Zapata por aquellos chistes incorrectos que le valieron el cargo.
Su valentía y valor como símbolo de las víctimas que han perdonado a sus verdugos es el centro -o al menos la cara más conocida- del documental (con partes ficcionadas) El mayor regalo, de Juan Manuel Cotelo, que habla sobre el poder del perdón como solución a los conflictos y única herramienta para avanzar. Cotelo da voz a víctimas que han perdonad, como Irene Villa, pero también a verdugos como Ramón Isaza -comandante, narcotraficante colombiano y comandante de las Autodefensas Unidas de Colombia- o Shane O’Doherty, exmiembro del IRA que decidió pedir perdón a todas las víctimas a las que había destrozado la vida.
Cotelo confía toda su película a una idea: “invitar a pedir perdón o a perdonar”. Para ello consideró a Irene Villa el ejemplo perfecto, ya que como ella misma explica en el filme “sin perdón no puedes ser feliz”. “No tenía nada de qué culpar, así que directamente le perdoné, no quería tener que vivir con esa losa, que es mucho más pesada que ir en silla de ruedas. Comprendo el odio, pero el odio te secuestra, y el ejemplo lo viví en mi padre, que me decía que cómo iba a perdonar, no podía verme sin prótesis”, cuenta sin perder su característica sonrisa. Villa explica cómo tomó esa decisión junto a su madre cuando esta le dijo que tenían dos opciones, maldecir a los terroristas y quejarse de por vida o decidir que su vida empezaba en aquel momento. “¿Me iban a amputar también mi corazón?, de eso nada”, zanja.
Para el director de El mayor regalo, Irene Villa es “una persona que tiene la capacidad de frenar una guerra”, y para explicarlo pone un ejemplo que no sale en la película, el de un hombre en Colombia que se autouinculpó de 1.500 homicidios, él decidía a quién matar. Se entregó, y lo hizo sin arrepentimiento y lo mandaron a juzgar a un pueblo donde estaban las víctimas. “Le metieron en una furgoneta, al sol, sin ventanas, y las víctimas intercedieron y dijeron que le sacaran de allí que se estaba achicharrando. Le invitaron a comer y a beber… ¡sus víctimas! Él se echó a llorar y pidió perdón, pero primero fue perdonado”.
El que hace daño es la primera víctima, les compadezco y se merecen una segunda oportunidad
“Irene ha perdonado, y cualquiera que esté en ETA dirá: joe, si ella me ha perdonado, ¿cómo soy tan duro para no pedir perdón? Si estás en la dialéctica del odio esto no acaba nunca. Tienen que pagar por ello, está claro,pero en ella no hay rencor, y ojalá la sociedad diga: aquí no hay rencor. Hay necesidad de hacer una justicia restaurativa. Por eso el ejemplo de Irene es tan luminoso”, opina Cotelo.
Otro de los protagonistas del documental, Shane O’Doherty, exmiembro del IRA y amigo de Irene Villa es el que pone la otra cara de la moneda, la del terrorista arrepentido. Él era experto e explosivos, pero como cuenta Villa, “se transformó y cumplió su condena”. “El que hace daño es la primera víctima, les compadezco y se merecen una segunda oportunidad, ojalá todos cumplan el ejemplo de Shane”, cuenta la víctima sobre el verdugo, que más tarde explicará a cámara que en la cárcel nadie quería que él pidiera perdón. “El Gobierno decía que no iban a dejar que un terrorista ganara credibilidad moral por pedir perdón. Fui rechazado por el IRA, por el gobierno, por los prisioneros...por todos”, dice el irlandés.
La película llega en un momento en el que se sigue debatiendo (y haciendo política) sobre la prisión permanente revisable. Cotelo tiene clara su opinión: “el castigo es bueno siempre que sea una oportunidad para el encarcelado y no como venganza, si la entendemos como venganza nunca va a haber una venganza suficiente para alguien que haya matado a dos personas, ni con 50 cadenas perpetuas. Yo no me meto en cuántos años tienen que ser, pero sí tengo claro que el debate debe estar en los responsables de las cárceles, ¿qué hacéis para que esas personas se recuperen? Si la cárcel es ese encierro y se piensa que ojalá pasen hambre y se mueran de frío, pues no sirve para nada. Debería ser una cárcel en la que se dijera, mira, la sociedad a la que tu has herido se pone a tu servicio para regenerarte, y depende de ti que salgas en 20 y no en 50 años, hay que dar una oportunidad hasta el último minuto”.
Un cambio que para el director reside en “la propia pedagogía de la sociedad”, y en aceptar ese perdón de los terroristas, en vez de querer su silencio o preferir odiarles de por vida. “Pienso en lo de Shane, y me pongo en la piel de un político y digo, qué buena noticia que quiera pedir perdón. No digamos que no, que no vaya a ser que tenga buena imagen y que mejor que se pudra. Eso es una gran oportunidad que estás perdiendo, porque es un mensaje para todos, para los terroristas, para niños que le veían como un héroe y que está diciendo públicamente que se equivocó. Eso es una bomba".
"Ha faltado visión de futuro y ha habido torpeza por venganza, y en España sospecho que ha pasado lo mismo. La gente dice que a los presos de ETA ni pan para la sopa, y yo creo que si sale uno diciendo que se ha equivocado hay que ponerle el micrófono, pero si hace este gesto y tu le tapas la boca, pues chico, espera a que se mueran sus hijos y sus nietos para que acabe, y antes o después, pasarán 40 años y se regenerará porque no has acabado realmente con ello”, zanja Cotelo, que cree en el poder del cine y en el del perdón para que la gente haga más caso a personas como Irene Villa.