Hay gremios en donde los prejuicios campan a sus anchas. El mundo del ballet es uno de ellos. A los chicos que lo practican siendo niños se les llama “maricas” y se ríen de ellos. Esa fue una de tantas barreras que tuvo que derribar el bailarín Carlos Acosta, nacido en Cuba, y que además tuvo en contra un tema racial. Hasta que él llegó los papeles importantes estaban reservados para hombres blancos. Él fue el primer negro que hizo un Romeo en la Royal Ballet de Londres.
Su historia, que también es la de de su país, Cuba, era material perfecto para una gran película, y ha sido Icíar Bollaín y su guionista Paul Laverty, los que han conseguido levantar este proyecto que tuvo ayuda de la BBC británica pero no de nuestra televisión pública. Yuli, que así se llama el filme, se estrena este viernes después de ganar el premio al Mejor guion en San Sebastián y de un proceso de creación bastante largo.
Laverty se quedó prendado de la historia de Carlos Acosta cuando leyó su autobiografía, No way home, Sin mirar atrás (recién editado en castellano por Plataforma). Allí vio muchas de las constantes del cine que ha desarrollado junto a Bollaín y Ken Loach. Una historia emotiva pero llena de elementos políticos y sociales. No fueron los primeros en fijares en la historia de Acosta, pero sí los que se llevaron el gato al agua.
“Hemos estado tratando de levantar la película casi diez años, primero sin Icíar Bollaín ya exploramos algunos caminos, pero hace unos años pusieron en la BBC un documental sobre mí y parace ser que Paul lo vio y le encantó la historia. Me vino a ver a bailar y le dijo a Icíar: creo que hay algo. Entonces nos juntamos en un café, y Paul habla español fluido e hicimos un clic bueno y decidimos echar para adelante. Él me puso la condición de que lo escribía para Icíar, que ella debía dirigirla. Yo no conocía su trabajo, pero una vez vi quién era me di cuenta de que el proyecto jamás había estado en mejores manos”, cuenta Acosta a EL ESPAÑOL.
Icíar Bollaín definía esta película, que cuenta la infancia de Carlos Acosta en Cuba y cómo se convirtió en estrella en Europa, como el “anti Billy Elliot”, ya que el personaje británico quería ser bailarín, pero Acosta no quería. No estaba hecho para la disciplina y las normas. Esa definición le gusta al bailarín, que destaca el reto artístico que han tenido en el filme, en el que le han metido a él como actor y narrador del filme, y en el que los números musicales adoptan una función dramática en la película gracias al baile del propio Acosta, y a la fotografía de Alex Catalán y la banda sonora de Alberto Iglesias. “Queríamos que se viera la respiración, el sudor, que se vea…”, explica el bailarín sobre los increíbles y emocionantes números de danza.
Yo nunca deserté, aunque odio la palabra desertar, porque el planeta es de todos, pero yo nunca me quedé fuera
Carlos Acosta reconoce que él derribó todos los prejuicios, pero que todavía faltan otros por tirar abajo, y que él tuvo mucha suerte, ya que gracias a su talento le fueron a buscar y coincidió con gente que estaba por encima de cualquier diferencia racial. “Para mí no fue tan difícil, porque siempre hubo gente q creyó en mi talento, y que me fueron a buscar a La Habana porque creían en mí, y eso no pasa con nadie y pasó conmigo, a pesar del color. Vieron más allá de lo que se ve, me dieron la posibilidad de ser Romeo, un príncipe, pero todavía existen todos esos prejuicios, se ha mejorado, sobre todo en Inglaterra, cuando yo fui de 80 dos negros y ahora hay mas, hay asiáticos, hay mestizos, hay más latinos,. Y hay mas representación del siglo xxi.
Una de las cosas que más le gustó a Carlos Acosta del guion de Paul Laverty es que contaba la historia de Cuba, pero sin demonizarla ni idealizarla. Están los balseros, el periodo especial y la desesperanza de la gente, pero también la solidaridad y las posibilidades que dieron a alguien que no era nadie y le convirtieron en una estrella mundial. Como comentaba el guionista al ganar el premio en San Sebastián, en ningún otro país un niño pobre y negro hubiera tenido esta oportunidad.
“El mundo sólo habla de capitalismo o socialismo, cualquier película vende esa polémica, pero aquí se habla de otra cosa, aunque es importante el contexto histórico. Esto es el viaje de una familia humilde. Cuando se limita Cuba al comunismo, se pierden muchos valores, y eso es algo con lo que tuvimos mucho cuidado, que no se politizara en esa medida, aunque la política nos adentra a todos, de hecho se ve cómo no podíamos entrar los cubanos en los hoteles, y eso lo vivimos y fue terrible. Menos mal que hemos superado, esos años fueron terribles”, apunta.
Como se ve en Yuli, Carlos Acosta siempre pensaba en su Cuba, soñaba volver cuando todos querían marchar, y el lluvioso Londres no era el mejor acompañante. “Yo nunca deserté, aunque odio la palabra desertar, porque el planeta es de todos, pero yo nunca me quedé fuera. Yo tuve la oportunidad de que todos los contratos que hice fueron hechos legalmente con el Ministerio de Cultura de Cuba, y me daban una visa para salir. A mí me aterraba dejar cuba, dejar a mi familia y no volver. A mí cuba me hace falta, es la raíz, es de donde viene el viaje, y yo tengo que irme hacia Cuba periódicamente para nutrirme de eso y no perder la esencia de lo que soy”, zanja.
Todavía baila, y a pesar de todos los logros conseguidos, hay un sueño que se le resiste, montar una escuela de danza en La Habana donde formar a niños como él, que sin alguien que les descubra se quedarán en su precariedad. Hay muchos Yuli en Cuba, y Carlos Acosta sabe que ese puede ser su regalo a la tierra que le vio nacer.
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