En 1964 llegó al cine una niñera que cambió la vida de todos los que se cruzaron en su camino. Se llamaba Mary Poppins, y aunque parecía severa e inflexible, tenía un corazón de oro y algo que hasta entonces no se había visto en el cine de Disney: personalidad. Poppins era una mujer libre, independiente y que no necesitaba un hombre a su lado. Se la definía por sus actos, y no dejaba que un hombre la dijera cómo tenía que hacer las cosas, al revés.
No era ella la única que dio una clase de feminismo. La Sra. Winnifred Banks, madre de aquellos niños un poco insolentes, era una sufragista convencida que iba a las calles a pedir el voto femenino. Ella tenía la canción más política de la película y de la historia de Disney, aquel ‘Socia sufragista’ cuya letra rezaba lo siguiente: “Fiero soldado con falda soy. En pos del derecho del voto voy. Que adoro al hombre no hay ni que decir pero todos juntos son inaguantables. Hoy las cadenas hay que romper en dura lucha por libre ser y nuestras dignas sucesoras cantarán al ser mayores: ‘Por ti, vota la mujer’”.
Han tenido que pasar 54 años para que Mary Poppins vuelva. Los niños de los Banks han crecido, y Michael es un padre de familia viudo, soñador, con dos hijos y con la cabeza en mil sitios a la vez. El dinero se acaba, es la época de la Gran Depresión. Los bancos se aprovechan de los pobres y de las desgracias, incluido el banco del Sr. Dawes que ahora dirige un malvado Colin Firth que no tendrá la más mínima compasión por los ciudadanos londinenses.
Si la primera aventura de Poppins era más feminista, aquí la niñera se convierte en una luchadora contra los desahucios y el capitalismo. Su misión es conseguir que los Banks no pierdan su casa, así que se convertirá en una activista de la PAH junto a los dos hijos de Michael Banks para evitar la desgracia. La fábula que ha dirigido Rob Marshal es un canto anticapitalista, en la que los bancos son hienas que sólo buscan dinero y echar a las familias de sus casas para quedarse con sus propiedades. Incluso, en el clásico fragmento de animación tradicional, no tienen ningún problema en identificar al banquero con un lobo feroz. Aunque, claro, esto es Disney y no Ken Loach, así que por supuesto habrá un giro para mostrar que también hay banqueros de buen corazón.
El poso feminista se mantiene, aunque no es el centro. La Mary Poppins a la que ahora da vida Emily Blunt (que se nota que disfruta cada segundo de su personaje) en sustitución de Julie Andrews, sigue siendo una mujer independiente, a la que nadie rechista y que no necesita un hombre ni un interés amoroso. Y ahí es donde Disney falla, en meter una historia de amor que no aporta nada. La de Jane Banks con un farolero -que sustituyen a los deshollinadores- al que da vida Lin-Manuel Miranda. Ella, eso sí, es una sindicalista que va a manifestarse por los derechos de los trabajadores en las calles, igual que su madre salía a pedir el voto. El sufragismo tiene un guiño emotivo, ya que la banda que vestía Winnifred es parte de la cometa que usarán los nuevos niños Banks cuando aparezca otra vez Mary Poppins para salvarles.
El regreso de Mary Poppins es una secuela, pero más que nada es un homenaje de Rob Marshall a la obra maestra de Robert Stevenson por la que Andrews ganó el Oscar y que estuvo nominada en todas las categorías importantes, algo que intentarán repetir. Los guiños se suceden a todas horas, y la canción por las chimeneas aquí se sustituye por un paseo por las farolas de Londres emocionante, un número musical de altura que demuestra que han puesto toda la carne en el asador, igual que con la impagable aparición especial de Meryl Streep y con esa secuencia de animación tradicional, espectacular y siempre mirando al pasado y al filme original.
Aunque almibarada, el marrón de continuar la saga de la niñera funciona, y lo hace en parte porque no han traicionado su esencia, y esa esencia era feminista y revolucionaria, al menos todo lo que Disney puede permitir a un taquillazo para toda la familia.