Continúa el idilio de Isabel Coixet con la Berlinale, presente hasta en ocho ocasiones, la última inaugurando el certamen con Nadie quiere la noche, protagonizada por Juliette Binoche, quien, por cierto, preside el jurado oficial en 2019. Esta vez la realizadora bucea en la memoria de la España negra y profunda en Elisa y Marcela, relato basado en hechos reales ubicado en la Galicia de inicios del siglo XX. Dos jóvenes mujeres se conocen en un colegio de monjas, marco hostil y represivo que sin embargo no podrá sofocar el surgimiento de un amor profundo e imparable. Los obstáculos parecen interponerse desde el primer momento.
El miedo a dar rienda suelta a sus emociones distancia la relación por unos años, hasta que el reencuentro, alejado de las cadenas familiares, dará lugar a un romance intenso, tanto en lo sentimental como en lo sexual. Pese a que la pareja disimula frente a sus vecinos, la aldea descubre el idilio, desatando una ola de furiosa homofobia popular que obligará a Elisa a huir. Pero también conseguirán superar este golpe. Elisa regresa vestida como un hombre y luciendo bigote, tomando la falsa identidad de su primo Mario, lo que le permitirá engañar a la Iglesia y conseguir casarse con Marcela. Lejos de aportar estabilidad, la treta traerá consigo más problemas, hasta desembocar en el exilio.
Coixet afirmó en rueda de prensa que descubrió el caso de Marcela y Elisa hace 10 años, gracias a las investigaciones del catedrático gallego Narciso de Gabriel. Desde entonces comenzó una obsesión por llevar a la pantalla el hito de dos heroínas, verdaderas pioneras de la lucha por la libertad de las relaciones homosexuales en España. Sin embrago, el proyecto solo encontró luz verde con la llegada de Netflix: “Cuando escribí el guion esta plataforma todavía no existía en España. Busqué financiación durante una década pero nadie estaba interesado. Después apareció Netflix, y me apoyaron desde el primer momento. Pero esta es una película de bajo presupuesto, la rodamos en tan solo cuatro semanas.”
Los limitados recursos se reflejan en la factura visual de la película, más frágil y simple de lo habitual en Coixet. La realizadora utiliza un blanco y negro de aspecto televisivo, decisión demasiado previsible tratándose de una película situada en el pasado. Por lo demás, Elisa y Marcela recoge las motivaciones clave de la directora catalana: personajes envueltos en encrucijadas emocionales, intensidad amplificada por una banda sonora abrumadora, derivas hacia un imaginario alejado del realismo, una narrativa ágil y un impecable trabajo de interpretación, en este caso llevado a cabo por las actrices Greta Fernández y Natalia de Molina.
Según la primera, “lo más difícil del papel fue adaptarse al lenguaje de aquella época. En cuanto a transmitir los sentimientos no hubo problema, porque son eternos y universales.” Para Natalia de Molina, “lo importante era reflejar el punto de vista de Isabel. Conocía el guion desde 2016, así que pude investigar mucho sobre el caso real, pero muchas de esas informaciones llevaban a pistas falsas. Lo fundamental era crear una química que traspasara la pantalla hasta alcanzar el amor verdadero”.
Quería explorar cómo dos mujeres de ese contexto descubren el sexo, en un momento en el que todavía no había modelos de comportamiento homosexual
El film encuentra su esencia en la reivindicación de esas dos figuras que pasaron décadas olvidadas y que hoy deben servir como símbolos de una lucha imprescindible. “Quería explorar cómo dos mujeres de ese contexto descubren el sexo, en un momento en el que todavía no había modelos de comportamiento homosexual”, afirmó Coixet. “Hablo sobre lo que conozco. No podría hacer películas sobre elefantes fuertes, pero sobre mujeres fuertes soy muy capaz”.
Desatinada como reconstrucción de una época pasado y excesivamente artificiosa en su retrato de dos mujeres en el abismo, Elisa y Marcela fue recibida con tímidos aplausos por la crítica, lejos de la rotunda ovación que se escuchó tras Varda by Agnès, fascinante autorretrato de la maestra francesa Agnès Varda. Se trata de un recorrido por su obra y pensamiento, repleto de lúcidas anécdotas y reflexiones de apariencia ligera, pero que revelaban cuestiones fundamentales tanto de las bases del feminismo como del arte cinematográfico. Alcanzados los 90 años, Varda construye su film como un posible epílogo a una soberbia filmografía. Pero lejos de acusar el desgaste del tiempo, su creatividad vive un momento de gracia. Varda by Agnès es sin duda una de las experiencias más inspiradoras y emocionantes de la Berlinale.