La historia se repite, y a veces parece que estemos condenados a caer en los mismos errores una y otra vez. Así podemos entender que la saga cinematográfica de los mutantes de X-Men haya cerrado su lista de películas (o eso dicen) con un filme rutinario y con menos alma que lo que deberían, dejando una sensación de deja-vu con lo ocurrido con la primera trilogía que comenzó hace casi 20 años.
Recordemos. En el año 2000, mucho antes de que Marvel estuviera de moda y Disney comprara el universo cinematográfico basado en los cómics, el prometedor Bryan Singer -Sospechosos habituales- rodaría la versión cinematográfica de X-Men, el cómic sobre los mutantes que era un canto al diferente. El resultado fue un filme vibrante, que le mostraba como un director capaz de manejar grandes presupuestos sin traicionar su personalidad, y que trajo a la industria un personaje como Lobezno y confirmaría a Hugh Jackman como estrella absoluta de Hollywood.
Su secuela X-2, también lograría convencer a la crítica. Sin el peso de ser una película de orígenes, Singer hizo una secuela divertida que funcionaba como un tiro. Se ponían las piezas, además, para el cierre de la trilogía, que adaptaría una de las tramas favoritas de los fans, la de Fénix Oscura que daba su protagonismo a Jane Grey, protagonizada entonces por Famke Jannsen. Pero Singer se desvinculó de la saga, y el que debía ser el broche de oro quedó en manos de Brett Ratner, cuyo currículum pasaba por haber dirigido Hora Punta al servicio de Jackie Chan y Chris Rock.
El resultado fue el esperado. La decisión final tiró a la basura el prometedor material del cómic, Ratnner hundió su carrera en Hollywood y los X-Men cerraron su primera trilogía sin vistas de seguir explotando la saga y con el peor capítulo. No parecía que fuera a haber más mutantes en un futuro próximo, y de hecho tardó en volver a intentarse. Para ello se contrató a Vince Vaughn, que había sorprendido con Stardust y la violenta Kick Ass.
Lo que decidió fue alejarse de las películas originales viajando al pasado, al comienzo de los X-Men, a la relación de la que nació todo: la de Magneto y Charles Xavier. Lo hizo contratando a un plantel nuevo de actores, con James McAvoy, Michael Fassbender y Jennifer Lawrence a la cabeza, y con una trama que jugaba a las películas de espías y usaba el pasado histórico de EEUU -la guerra de Cuba- como interesante fondo histórico. Primera generación era un filme con un toque Kitch, sesentero, que daba savia nueva a la franquicia con el mejor capítulo hasta la fecha. Nadie había echado de menos a Jackman y compañía (que salió en un cameo) y se prendía la mecha para comenzar la saga de nuevo.
Pero Vaughn se desvinculó pronto de la secuela -se fue a dirigir la divertidísima Kingsman- y los productores apostaron por quien creó todo, Bryan Singer, que realizó el más espectacular y ambicioso de los cross over en Días del futuro pasado, en el que los personajes de la anterior trilogía se mezclaban gracias a viajes en el tiempo con los de la nueva. Un más difícil todavía que era un goce para los fans de X-Men y que funcionaba como entretenimiento de gran presupuesto.
Tras otra entrega que se rendía al ‘más difícil todavía’, Singer volvió a abandonar el proyecto justo cuando decidían volver a abordar la trama de Fénix Oscura. Quien ha tomado los mandos en la que se ha anunciado como última película de los X-Men es Simon Kinberg, productor de la saga desde su reinicio pero con nula experiencia en la dirección. Una decisión arriesgada precisamente en el capítulo más difícil de todos. El resultado no es una película tan mala como han augurado las primeras críticas de EEUU, pero sí una salida gris a una saga que ha dado tan buenos momentos a los fans y que Vaugh había devuelto la vida con originalidad.
X-Men: Fénix Oscura cae en los mismos errores en los que caía La decisión final, y su trama a veces es una fotocopia, aunque en esta ocasión con mayor sentido de ritmo, y sobre todo del espectáculo, donde Kinberg acierta en la construcción de originales piezas de acción, especialmente el clímax en el tren. Un filme entretenido, pero que no tiene profundidad, y que desaprovecha a su personaje central -una Jean Grey a la que da vida Sophie Turner, la Sansa Stark de Juego ce Tronos- y a su villana, una alienígena desdibujado del que no se entienden sus motivaciones pero al que se entrega Jessica Chastain.
La saga se merecía un final a la altura. Más arriesgado, menos rutinario y que profundizara en su mensaje político y en los grises de sus personajes, algo que aquí sólo aparece de vez en cuando en fogonazos como ese alegato feminista de Mística. Los fans disfrutarán viendo una historia que ya conocen, y puede que no necesiten más, pero aquella primera generación prometían aspirar al sobresaliente y no quedarse en un simple aprobado.