Cada cierto tiempo surge una joya de la ciencia ficción con la que nadie contaba. Películas pequeñas, sorprendentes y que se convierten en títulos de culto inmediatos. Pasó con obras como Cube, Ex-Machina o Primer, y ahora, ese honor le corresponde a un título español. Se llama El hoyo, y es la ópera prima de Galder Gaztelu-Urrutia, director vasco que hasta ahora sólo tenía dos cortomatrajes en su haber y que ha entrado en la industria por todo lo alto, con premios en el Festival de Toronto y en el de Sitges (donde se llevó el galardón a la Mejor película).
Hasta hace unos meses nadie tenía El hoyo en su radar. Era una película pequeña destinada estrenarse en pocas salas y hacer algo de ruido entre los fanáticos del género y el público cinéfilo que se sintiera atraído por las buenas críticas, pero desde su pase en Toronto algo cambió. El boca a boca fue muy bueno, y allí estaban los cazatalentos de Netflix para no dejar escapar la oportunidad. Rápidamente compraron los derechos de explotación del filme en todo el mundo menos en nuestro país, donde habría un estreno tradicional en salas. El primer premio en Sitges confirmó lo que todos decían, El hoyo era la sorpresa del año y un título destinado a ser de culto más pronto que tarde.
Gaztelu-Urrutia no es tampoco un primerizo en la industria. Él es uno de los productores de Psiconautas, aquella joya animada para adultos que logró el Goya de animación hace dos años. Han sido precisamente los guionistas de aquella los que le han ayudado a parir El hoyo. Un filme que él define como "un espacio físico y metafórico que te enfrenta a ti mismo y te interroga sobre cómo de solidario puedes llegar a ser. ¿Lo seguirías siendo si tu integridad física se viera amenazada?".
Es uno de esos filmes que hacen de la ausencia virtud, que encierran a sus personajes en un espacio misterioso y que poco a poco van descubriendo por qué están allí y las normas del juego que les ha tocado jugar. El espectador las descubre junto al protagonista al que da vida Ivan Massagué según se va encontrando con una galería de secundarios entre los que destaca Antonia San Juan. Por eso hay que tener cuidado en qué se cuenta del filme para preservar los giros del guion.
¿Entonces, de qué va El hoyo? Pues lo mejor sería definirlo como una distopía donde existe una especie de prisión llamada El hoyo. Un agujero dividido por un número indefinido de niveles. En cada uno de ellos hay dos personas y unas normas muy claras. Cada día una plataforma llena de comida baja y para dos minutos en cada nivel. Empieza por el más alto y va bajando con las sobras hasta el último. ¿Cuánto quedará para los de abajo? Pues depende de lo que dejen los de arriba, de su solidaridad. Para empeorar las cosas no se puede guardar comida para después, y cada mes los niveles rotan, el que está abajo puede estar arriba y convertirse en lo que temía.
Con este original premisa, El hoyo se convierte en una potente metáfora sobre la diferencia de clases, sobre un sistema injusto y sobre cómo cuando llegamos a lo más alto de la ‘escalera social’ nos convertimos en lo que más detestamos. ¿Quién en el primer nivel sacrificaría la comida para que llegue al de abajo? El sistema se apropia de todo, y en este caso se ríe de sus seres poniéndolos a prueba en un experimento con mucha carga social.
La estructura vertical del único escenario donde se desarrolla la película tiene también mucho que ver con estructuras como Norte-Sur o arriba y abajo, que tanto tienen que decir en geopolítica y en la vida moderna, porque como en las buenas películas de ciencia ficción, El hoyo habla de nosotros, de nuestro presente, y su visión no es nada halagüeña. Apunten el nombre de Galder Gaztelu-Urrutia. Netflix lo ha hecho, y puede que no le deje escapar.