Rosa María Sardá era única, insobornable. Tenía tantos tiros pegados que siempre decía lo que pensaba, le pesara a quien e pesara. No tenía pelos en la lengua, y la libertad de expresión era la única bandera en la que se sentía reconocida. Siempre que ha creído en una causa la ha defendido, y nunca ha dudado en calificarse como socialista y republicana. Durante años la hemos visto gritando No a la guerra, o en su monólogo de apertura como maestra de ceremonias de los Premios Goya en 1999 denunciando las cosas que no podía soportar de la sociedad.
Decir lo que pensaba también le acarreó problemas con quien no compartían su opinión, y eso se acrecentó a partir de octubre de 2017. El primer día del mes en la tierra que siempre ha amado se celebró el referéndum ilegal. 26 días después se declaró de forma unilateral la independencia de Cataluña. Muchos no compartían las formas ni lo que estaba ocurriendo, entre ellas Isabel Coixet y Rosa María Sardá, amigas y ambas poseedoras de ese don tan difícil de encontrar: decir siempre lo que piensan. Desde entonces Sardá fue tachada de anticatalana y criticada por su oposición. Lo sabía, pero nunca modificó una coma de su discurso. En una entrevista a este periódico a finales de 2019 dejaba claro que “yo soy republicana, pero no soy independentista”.
Su primer encontronazo con el ‘procés’ fue antes del 1-O. Ella fue una de las 960 firmas que se manifestaron en contra de aquel movimiento. En su texto dejaban claro que eran personas de izquierdas, muchos incluso a favor de un referéndum pactado y legal, pero que consideraban que lo que venía no era más que una "trampa para toda la sociedad catalana que no podemos avalar" y “lo opuesto a un ejercicio de libre decisión del pueblo de Cataluña".
Pedían a "cualquier demócrata, sea cual sea su posición ante la independencia” que rechazara “esta convocatoria, impropia de una democracia y tramposa", y acusaban a "Puigdemont y su Govern” de “actuar en nombre de la mayoría de la sociedad catalana, cuando las fuerzas en las que se apoyan no representan más que el 36% del censo electoral". Aquel manifiesto puso a todos los que lo firmaron en el punto de mira de los más radicales. Como decía ella, se la señalaba por no decir que sí a todo y ponerse un lazo amarillo. Por muchas presiones nunca lo consiguieron, y siguió diciendo y haciendo lo que le parecía.
Su siguiente desafío al independentismo fue en noviembre de 2017. Había recibido la Cruz de Sant Jordi, uno de los premios más prestigiosos a los que se puede aspirar en Cataluña. La gente cercana le dijo que no lo hiciera, pero ella no podía traicionarse, así que decidió devolverla. Lo hizo porque “me la entregó un corrupto” y “porque, si no piensas como ellos, te consideran un mal catalán, y por tanto no creí que fuera digna de ese galardón”, contó después en el periódico El País.
Somos un país dividido, necesitamos gente con grandeza personal y política para empezar un mínimo de reencuentro, sobran insultos
Su amiga Isabel Coixet contaba en una columna en el mismo medio la surrealista situación cuando La Sardá se plantó en el ayuntamiento ante el estupor del funcionario, que pensaba que sería un error que quisiera devolverla. “No, no es un error. La quiero devolver, exactamente, aquí la tiene. Rosa María sacó una carpeta con la condecoración y una nota. En la nota de su puño y letra, decía que dadas las circunstancias, ella no se consideraba merecedora de la 'Creu de Sant Jordi' otorgada por el Gobierno catalán y que, como la condecoración traía consigo que en el momento del fallecimiento, la Generalitat ofrecía una esquela en los periódicos, que por favor tuvieran a bien ahorrársela”, contaba la realizadora que apuntaba con gracia que hasta pidió un recibo diciendo para que quedara constancia de que la había devuelto y que no quería esquela.
“Al salir a la calle de nuevo, se sintió triste y libre, lo cual no era ninguna novedad para ella: es el precio a pagar por tener una implacable brújula moral que te marca en cada momento las acciones que debes hacer para ser coherente, pese a quien le pese y pase lo que pase. Aunque te cueste amistades, repudio, odio, insultos, incomprensión”, recordaba Coixet.
El tercer desafío fue el 18 de marzo de 2018, en un discurso en una manifestación de Sociedad Civil Catalana donde no dejó títere con cabeza. Primero acusó al Gobierno del PP por tener "parte de la culpa" de la situación en Cataluña y le pedía “política y diálogo” y “que dejen de jugar los de aquí y los de allí a ver quién la tiene más larga". Para ella la clave estaba en el “diálogo, hacer política, escuchar, que se limpien las orejas y aprendan a escuchar". Sardá pidió a los partidos independentistas que "si un día saben conformar un Gobierno que sepan que deben gobernar para todos". "Somos un país dividido, necesitamos gente con grandeza personal y política para empezar un mínimo de reencuentro, sobran insultos, estamos hartos de que se insulten entre ellos o nosotros, y faltan argumentos", concluyó.
Le dieron igual los gritos, las amenazas y los insultos. Ella no podía traicionarse a sí misma. Dio su opinión siempre que se la pidieron y no dejó de gritar a los cuatro vientos que no creía en las fronteras, en las banderas y en dividirnos. Un carácter que la definió como actriz dentro y fuera de los escenarios, donde mostró la misma valentía que en sus entrevistas.
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